El presidente Lula da Silva viene de enfrentar otro y grave tropiezo. Si hace dos semanas las encuestas indicaban que su reprobación era de 41 por ciento, ahora se elevó a 60 por ciento. Y no hay salida a la vista, al menos a corto plazo.
Políticos y analistas coinciden: la razón de ese desplome está en la inflación en el precio de los alimentos y la falta de nuevos programas específicos del gobierno. Los que existen permanecen en papel.
Admiten, además, que hay otras causas importantes. Una: en sus dos primeros gobiernos Lula sacó a grandes contingentes de la población de la miseria o de la pobreza, creando una nueva clase media baja. Y, una vez fuera de la pobreza o de la miseria, esa clase ahora tiene otras aspiraciones.
También el número de desempleados disminuyó sensiblemente. Pero en lugar de nuevos empleos, la mayoría optó por trabajar por cuenta propia. Eso vale para motoristas de aplicativos de transporte o para vendedores autónomos, entre otras ocupaciones.
De nada sirvieron datos positivos alcanzados por el país. En seis estados, inclusive los tres mayores, San Pablo, Río y Minas Gerais, la reprobación de Lula supera 60 por ciento.
En el noreste, región en que él nació y donde siempre fue líder único e incomparable, la reprobación es de 50 por ciento, algo absolutamente inédito.
Las mismas encuestas indican que en San Pablo, 67 por ciento de los entrevistados afirman que el país está caminado en la dirección equivocada. Aunque con porcentuales un poco menores, esa es la respuesta de todos los entrevistados en los seis estados elegidos para el sondeo. También en las regiones donde hubo el sondeo es opinión mayoritaria que Lula debería hacer un gobierno “distinto” en sus dos últimos años del actual mandato.
Además, llama la atención los porcentuales de quienes dicen que en las próximas elecciones no votarán por Lula “bajo ninguna circunstancia”. En Minas Gerais, ese número es de 62 por ciento. En San Pablo, 66 por ciento y en Río, 58 por ciento.
Son varios los analistas que, al depararse con tales resultados, afirman que era algo esperado. Es consenso que mientras repite día sí y el otro también el discurso de sus dos primeros mandatos, Lula deja de cumplir lo que prometió en la campaña que lo llevó a la victoria frente al desequilibrado ultraderechista Jair Bolsonaro. Y se reitera que el alza en los precios de la alimentación es determinante para ese deterioro de su imagen.
Esos datos traen, además, una consecuencia directa y concreta: las relaciones de Lula con el Congreso, que ya no son nada fáciles, podrán complicarse aún más, con sus aliados ocasionales dejando clara esa condición y presentando nuevas exigencias para seguir aprobando propuestas que el gobierno considera fundamentales.
También llama la atención no sólo de analistas sino de integrantes del mismo Partido de los Trabajadores (PT) la manera en que Lula se alejó de algunos de sus compañeros más cercanos. Por eso la sorpresa cuando él invitó a la actual presidenta del partido, Gleisi Hoffmann, para asumir la Secretaria de Relaciones Institucionales, que de hecho es el vínculo entre la presidencia y todos los demás ministerios. Un puesto de primera línea.
Pero pese a toda su personalidad, su peso político y su experiencia, se considera que es muy difícil que ella logre sacar a Lula de su actual letargia.
Y, a excepción del presidente, hay muy poco optimismo tanto en el PT como en el gobierno.