México enfrenta un momento decisivo en su historia económica. En las pasadas tres décadas, su relación con Estados Unidos ha estado marcada por una dependencia que ha perpetuado una dinámica de subordinación y vulnerabilidad. Este modelo, basado en la cercanía geográfica y la mano de obra barata, ha convertido al país en una plataforma de ensamble para empresas trasnacionales, pero no ha logrado generar un desarrollo económico integral ni mejorar significativamente el bienestar de la población. Hoy, ante un escenario global incierto y con un gobierno en Estados Unidos que podría imponer condiciones más restrictivas, es urgente explorar alternativas que conduzcan a un futuro más soberano, innovador y próspero.
La dependencia comercial de México ante Estados Unidos es alarmante: más de 80 por ciento de las exportaciones se dirigen a ese país, lo que refleja una preocupante falta de diversificación y vulnerabilidad estructural. La fragilidad quedó en evidencia durante la administración de Trump, cuando Washington utilizó su peso económico como herramienta de presión, forzando a México a ceder en temas claves. La renegociación del TLCAN, que dio lugar al T-MEC, no resolvió los problemas de fondo, sino que los acentuó.
Hoy, la historia parece repetirse: Trump vuelve a imponer condiciones inalcanzables, mientras la permanencia en el T-MEC no ha generado beneficios económicos significativos. El crecimiento sigue siendo modesto (1.5 por ciento en 2024), muy por debajo del 3.5 por ciento alcanzado por Brasil, que no cuenta con un tratado comercial similar. Esta comparación subraya la urgencia de replantear la estrategia de desarrollo y reducir la dependencia de un solo mercado.
El T-MEC ha consolidado un modelo de dependencia y subordinación que beneficia principalmente a las empresas extranjeras, las cuales aprovechan la mano de obra barata y la cercanía con Estados Unidos sin contribuir al desarrollo tecnológico ni industrial del país. Aunque las exportaciones han crecido, el ingreso per cápita apenas ha aumentado 0.63 por ciento anual en tres décadas, lo cual refleja un estancamiento en la calidad de vida de los mexicanos. Mientras países como Corea del Sur, China y Taiwán utilizaron la manufactura de trampolín para desarrollar tecnología propia y diversificar sus economías, México sigue atrapado en la fase más básica de la cadena de valor. La falta de una estrategia industrial efectiva ha frenado la transición hacia una economía del conocimiento, perpetuando su posición marginal en el mundo.
La posible salida del T-MEC no debe verse como un golpe económico de corto plazo, sino como punto de inflexión para replantear un modelo de desarrollo más autónomo y con visión estratégica.
El cambio de modelo económico que implicaría la salida del T-MEC debe entenderse como una estrategia para reducir la dependencia y subordinación ante Estados Unidos. La historia demuestra que los países que han consolidado su desarrollo no lo han hecho reaccionando a dificultades coyunturales, sino mediante una política industrial deliberada y sostenida. Alemania, Japón, Corea del Sur, Taiwán, China y Vietnam, implementaron industrializaciones dirigidas por el Estado que les permitieron no sólo impulsar su crecimiento económico, sino también disminuir su vulnerabilidad y fortalecer su soberanía.
Como señalan Thorstein Veblen y Chalmers Johnson, la industrialización ha sido una respuesta estratégica a la competencia de potencias extranjeras y un mecanismo de defensa frente a la dominación económica. No se trata sólo de aumentar la producción, sino de desarrollar capacidades tecnológicas y productivas que permitan a una nación definir su propio destino.
En este sentido, México debe concebir la industrialización no como una solución temporal, sino como un pilar central de su estrategia nacional. Fortalecer su base productiva y tecnológica no sólo le permitiría enfrentar disrupciones en el comercio global, sino también consolidar su posición en el escenario internacional con mayor independencia y resiliencia
México tiene el potencial para seguir un camino similar, pero requiere ajustes más que menores en su política económica. Es fundamental un replanteamiento profundo de sus relaciones comerciales internacionales, acompañado de una estrategia industrial sólida que diversifique mercados, impulse la innovación y fortalezca su capacidad productiva interna. En otras palabras, se necesita una planificación económica que, como planteaba Veblen, permita “administrar el capitalismo” de manera estratégica. La salida del T-MEC no debe interpretarse como ruptura, sino como el inicio de una transformación que siente las bases de un desarrollo económico más resiliente y soberano.
Es momento de dejar atrás la mentalidad de dependencia y construir un modelo económico basado en la soberanía, la innovación y la justicia social, como plantea la 4T. México necesita un Estado que priorice el interés nacional sobre las corporaciones extranjeras y fomente el desarrollo de industrias propias con alto valor agregado. La diversificación de mercados es urgente. América Latina, Europa y Asia ofrecen oportunidades que hasta ahora no se han aprovechado plenamente. Es hora de explorar nuevos horizontes y forjar alianzas estratégicas que reduzcan la dependencia de Estados Unidos, fortaleciendo así la autonomía económica.
El temor a una recesión no debe inmovilizarnos. Las crisis representan desafíos y también ofrecen oportunidades para transformar y fortalecer la economía. Con el liderazgo de la presidenta Sheinbaum, la visión de la 4T y el respaldo del pueblo, México podrá afrontar esta transición. Es momento de superar los retos del presente y construir un futuro más próspero, justo y digno. La historia ha demostrado que, con apoyo popular y decisión, las crisis pueden convertirse en el punto de partida hacia un mañana mejor.