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Noticias del pro imperio

20 de febrero de 2025 00:03

En este siglo, ¿qué tanto ha cambiado la destrucción de unos países contra otros, la desigualdad, la pobreza, la marginación, el abuso y la prepotencia social y geopolítica? A su apertura se auguraba un cambio en todos sentidos, la tercera revolución industrial y la tercera vía política, y nuevos impulsos de la ONU para superar los rezagos sociales, humanos, así como los daños al ambiente y garantizar su sostenibilidad. Esos propósitos que se ofrecían en los llamados Objetivos del Milenio. Como se la quiera ver, la ecuación entre entonces y ahora nos da un resultado francamente vergonzoso.

Los cambios producidos son, empero, geopolíticos, en la imparable depredación del hábitat en todo el planeta, en una histórica concentración de la riqueza y en la disputa por el liderazgo económico y social del globo, acompañada, sobre todo, por una impresionante espiral tecnológica.

En el primer lustro del siglo XX, James Petras calculaba que la concentración de la riqueza estaba protagonizada, fundamentalmente, por EU, seguido de Europa y Japón; 48 por ciento de las mayores empresas y bancos en el mundo se hallaban concentrados en EU, 30 por ciento en la Unión Europea y 10 por ciento en Japón. El pobre 12 por ciento se hallaba en el resto del mundo donde África y AL se hallaban ausentes.

De las empresas de mayor tamaño, 90 eran propiedad de EU. Cinco de los 10 bancos más grandes, seis de las mayores farmacéuticas y biotecnológicas, cuatro de petróleo y gas, nueve de 10 de software, cuatro de 10 de seguros y nueve de 10 de comercio mayorista se hallaban, igualmente, bajo propiedad de estadunidenses.

Pero esa desmesurada concentración de la riqueza ya presentaba entonces signos de debilidad. Hacia el interior, una deuda monstruosa, baja productividad, balanza comercial deficitaria (atenuada por los recursos dinerarios de sus trasnacionales y las de otros países de AL), el subsidio a la agroindustria y un creciente presupuesto militar. Y lo peor: signos de recesión. Hacia afuera, a pesar de un más acentuado capitalismo de guerra, dificultades cada vez mayores de control en regiones donde hasta hacía tres décadas este era incuestionable y absoluto.

Pronto, con las crisis de 2002 y 2008, el poderío estadunidense registraría una menor capacidad de competencia económica ante China, la potencia emergente, y militar ante la pronta recuperación de Rusia: ambas en su nueva modalidad económica vinculada al capitalismo. En las siguientes dos décadas su declive sería cada vez más evidente. Se desdibujaban planes como el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas y el Plan Puebla-Panamá. Se mantendría el Plan Colombia, de control militar, pero no sin futuras contrariedades. El covid-19 desnudaría a EU de sus mitos supramundiales. En ese lapso, en América Latina (AL) se generaron las dos comaladas de gobiernos progresistas y de izquierda.

Ahora quiere recuperar todo ese terreno perdido con una agresiva política mundial de proteccionismo hacia adentro y de imperialismo neoliberal hacia fuera, que a una ciudadanía manipulada le ha sido fácil apoyar por el bajo nivel político y el analfabetismo funcional que priva en la sociedad estadunidense: se estima que la gran mayoría de los adultos no rebasa la información y la mentalidad ciudadana de un estudiante de tercero de secundaria. El tipo de estudiante absorto en lo que le dicta el algoritmo.

En ese proceso temporal del siglo XXI, Europa fue perdiendo impulso; ahora se la ve como un gran mosaico colonial de EU. Lastrada, además, por la emergencia y el crecimiento sostenido de una derecha extrema a la que se suman, de repente, la derecha tradicional y los liberales centristas.

En AL ya se anuncia la política imperialista de perfil neocolonial renovada por el trumpismo. O sea, extractivismo, maniobras ilegales pero “legales” de contenido extraterritorial (como la Helms-Burton), golpes políticos y expropiatorios a los gobiernos incómodos para la concepción panestadunidense del Leviatán privado –“Golpearemos a quien nos plazca, y váyanse acostumbrando”, ha dicho Musk–. Ello, apelando a las finanzas, al viejo pretexto del narcotráfico o bien al control militar de recursos y zonas estratégicas como el Canal de Panamá.

A esa política se la podría enfrentar con fuerza, si hubiera una lucha contrahegemónica que partiera de una integración regional. No la hay, y cada país del subcontinente tiene que hacer su defensa con sólo sus recursos nacionales, como lo ha venido haciendo México; cierto, encarnada en la actitud sólida e inteligente de la presidenta Claudia Sheinbaum. Actitud que convoca admiración, respeto y apoyo de propios y extraños.

El rostro abyecto y una Luvina moral y carroñera del proyecto imperialista de EU identifican al conjunto de la derecha en AL y el Caribe. Ya sea en el poder, ya sea en la oposición, espera consolidarse o ganar el mando haciendo de quintacolumna del gobierno estadunidense a través de los medios corporativos y las voces de los periodistas e intelectuales que callan –o peor, justifican–, como en México, la pantanosa estridencia de una Lilly Téllez.



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