La historia ha estado en el centro del debate nacional desde hace unos años, sin que los historiadores profesionales, salvo contadas excepciones, hayamos participado. Recluidos en la torre de marfil de la academia –cada vez más endogámica y conservadora–, hemos subestimado la enseñanza de la historia en el nivel medio y hemos cedido casi todo el espacio del debate público a farsantes y vividores autonombrados “desmitificadores”, a los que los medios masivos otorgan espacios porque, sin duda, su discurso es el que acomoda a los dueños y patrocinadores de esos medios.
Aunque se han hecho importantes esfuerzos en el ámbito de la promoción de la lectura para combatir aquellas nociones, nos parece que es tiempo ya de que nos acerquemos a los espacios donde los jóvenes se informan, discuten, discurren su ocio y aprenden. Por eso, acabamos de construir una red de 100 historiadores, la mayoría de una generación emergente, que trabajan desde posiciones que no son las dominantes en la academia; que se interesen en la docencia (mejor aún si no es para reproducir historiadores, sino en el nivel medio); que estudian a los pueblos originarios, las minorías, las mujeres, los rebeldes, los campesinos, la resistencia en cualquiera de sus expresiones, y que vean en esos temas armas para combatir el racismo, clasismo, machismo, eurocentrismo y xenofobia de los falsificadores de la historia, que han vulgarizado hasta el ridículo las tesis de Octavio Paz y del Grupo Hiperión sobre el “ser” del mexicano y que, de la mano de la derecha española, usan como mágicas palabras “resentido”, “traumado” (etcétera), y se suman a una leyenda negra de odio racista contra nuestro pasado indígena. Y no es casual que la mayoría de ellos festejen los desplantes del rey de España contra los jefes del Estado mexicano democráticamente electos, las amenazas de Donald Trump e incluso, los crímenes de lesa humanidad del Estado de Israel: la historia es política y esa es su política.
Contra eso proponemos la divulgación combativa de una historia generadora de valores, recordando aquel luminoso ensayo de Edmundo O’Gorman, quien quería “escuchar el idioma conciliador de una conciencia histórica en paz consigo misma o, si se prefiere, de la convicción madura y generosa de que la patria es lo que es por lo que ha sido, y que si, tal como ella es, no es indigna de nuestro amor, ese amor tiene que incluir de alguna manera la suma total de nuestro pasado. No sé si me equivoco, pero sí sé decir que así entiendo el amor del historiador por su patria y que así, en la medida de mis fuerzas y de mis luces, la he amado”.
Buscamos mostrar la pluralidad y diversidad del pensamiento histórico y de los mexicanos, de ninguna manera convocaríamos a crear un paradigma que no fuera ese, el de la diversidad. Esta semana iniciamos las primeras 10 de 100 o 200 conferencias que pensamos impartir este año en plazas y calles, universidades y bachilleratos públicos de todo el país. Los invito a que se acerquen, conozcan a estas historiadoras jóvenes, a que cambiamos nuestras creencias y veamos nuestro pasado y nuestro presente con múltiples miradas. De estas pláticas estaremos saltando a los espacios donde hoy los jóvenes discurren su ocio y aprenden: las redes sociales, los medios alternativos e interactivos. Es un proyecto que cuenta con el respaldo institucional de los dos archivos históricos más importantes del país por el tamaño y la riqueza de sus acervos: el Archivo General de la Nación y el Archivo General Agrario; así como del Instituto Mexicano de la Juventud. También suma su experiencia de más de seis años en la promoción de la lectura, el Fondo de Cultura Económica.
Las fechas y lugares de nuestros eventos y los nombres de los compañeros que se suman, los puedes encontrar en nuestras redes. Terminemos, como empezamos, con Edmundo O’Gorman:
“Quiero una imprevisible historia como lo es el curso de nuestras mortales vidas; una historia susceptible de sorpresas y accidentes, de venturas y desventuras; una historia tejida de sucesos que así como acontecieron pudieron no acontecer; una historia sin la mortaja del esencialismo y liberada de la camisa de fuerza de una supuestamente necesaria causalidad; una historia sólo inteligible con el concurso de la luz de la imaginación; una historia-arte, cercana a su prima hermana la narrativa literaria; una historia de atrevidos vuelos y siempre en vilo como nuestros amores; una historia espejo de las mudanzas, en la manera de ser del hombre, reflejo, pues, de la impronta de su libre albedrío para que en el foco de la comprensión del pasado no se opere la degradante metamorfosis del hombre en mero juguete de un destino inexorable”.
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