Ni mexicanos, centroamericanos, brasileños, andinos y ecuatoriales de América, pues nuestros alimentos son el maíz y los tubérculos farináceos. Pero tampoco en África y Oceanía, donde se alimentan de estos últimos. Ni, por supuesto, los asiáticos, los más numerosos del planeta, que maduraron con culturas y saberes extraordinarios gracias al arroz. Mientras la historia se dividió en dos, brutalmente, como un iceberg varias veces milenario fulminado por un rayo, cuando las culturas de los trigos, inviables cultivados como la naturaleza los trajo al mundo nuestro, desarrollaron tecnologías para suplir lo que natura no les dio y, a partir de este perverso ejemplo, creyeron que el humano era superior a natura y se dedicó a enmendarla, corregir sus tiempos y dimensiones, adaptar la vida humana a tecnologías supra e infrahumanas, autocoronándose, como Dios o su sucesor en la Tierra, imparable en inventos, algunos aprovechables por los humanos y otros destructores de lo humano… hasta considerar, los genios de la inteligencia artificial, que lo humano es prescindible. O sea, que sobramos muchos, aunque no sepamos todavía quiénes.
La recuperación de la base alimenticia que hizo el ciclo perfecto de la vida entre humanidad y naturaleza, es decir, la milpa mesoamericana, compleja, alimenticia y sin desperdicio, no sólo para beneficio de los seres humanos, sino de todos los seres vivos, animales y la propia natura, desde lo infinitamente pequeña de sus entrañas a la que nos rodea bajo todas sus manifestaciones, no es un recuerdo que enorgullece a los descendientes que somos hasta hoy día, sino una manifestación de la inteligencia del ser humano en el largo proceso de identificarla, clasificarla, comprenderla y adaptarla para una útil convivencia entre sus partes y con nosotros, los humanos. ¿Por qué habríamos de renunciar a ella, con nuestros diversos entornos naturales que nuestros antepasados aprendieron a usar de la mejor manera, sin destruir nada, sino propiciar los mejores frutos del largo aprendizaje mediante el ensayo-error? ¿Por qué debemos renunciar a los saberes heredados por sistemas más precavidos y respetuosos del entorno natural para llegar como verdaderos salvajes, enarbolando las banderas de saberes cuyas rutas se han perdido en muchos recovecos, que ni sus creadores podrían explicar. Estamos colonizados desde la médula y el cuero cabelludo hasta la piel de las plantas de los pies y las huellas que nos enseñan en la primaria como la ruta a seguir. Basta. Es tiempo de ser críticos con seriedad y sin fobias de las enseñanzas importadas, para abrir espacios al pensar construido por otras corrientes del pensamiento, entre las cuales la que se formó en la sociedad donde, como por casualidad, nos formamos físicamente, pero renegando de los saberes heredados. Porque la discriminación no es dar la espalda a una persona con rasgos físicos más o menos distintos, sino desacreditar lo que sabe, lo que ha vivido y heredado.
Si México no aprovecha esta coyuntura donde regresan campesinos de una explotación salvaje en campos ajenos para recuperarlos íntegramente como ciudadanos productivos que tienen mucho qué aportar a su propio pueblo (pero, ojo, no lo que aprendieron en Gringolandia, sino lo que consiguieron retener de sus infancias respectivas), seremos un país derrotado para siempre. Porque esta es la coyuntura que debemos aprovechar para redimirnos y recuperar el orgullo material de ser quienes somos, porque no basta una bandera para evocar lo que se va borrando de la vida cotidiana y querer atrapar con aquella la lealtad de una población. Lo mismo que deberían hacer los países del arroz, desde la mitad de China a Birmania (lugar de origen de la semilla) hasta la costa oriental del extremo Oriente y la totalidad de India y el océano Índico.
Hoy aún está en nuestras manos no sólo recuperar la autosuficiencia alimentaria de los ciudadanos, sino la calidad de sus alimentos y, en consecuencia, la belleza de las personas y su fuerza. Descolonicemos nuestras convicciones y dejemos espacio a la historia que está hecha de costumbres y cocinas (ojo: no de gastronomía y saberes importados, tecnología de m… con la que se ha suplido la capacidad inventiva e imaginativa de generaciones…) No basta decir ‘Sin maíz no hay país
, porque esta frase es tan restrictiva que nos pueden traer otro maíz
y nadie sabría cómo protestar. Sin milpas no hay maíz ni cultura mexicana y, en el extremo, mesoamericana.