Kermés, fiesta popular al aire libre con juegos, rifas, bailes y concursos que se realiza con fines benéficos y se puede celebrar en escuelas, iglesias o parques, entre otros lugares. Luego de la bonita corrida-celebración en la Plaza México –el concepto de máxima grandeza taurina de la actual empresa– con motivo de la despedida del diestro valenciano Enrique Ponce, algunos aficionados pensantes externaron su parecer, que comparto con el lector.
Sergio Martín del Campo. Se fue el pinchador de Valencia
y con él los poncistas, esos miles que no eran aficionados a la fiesta brava, sino a una fecha: 5 de febrero, y a un apelativo: Ponce. Ingenua, desorientada y melosa clientela sin más objetivo que ser parte de la historia
y de un diestro de época al que, junto con la empresa, mimó, consintió, chiqueó y llenó de arrumacos durante muchos años en que los viscerales poncistas loaron sin reservas hasta su modo de caminar: Si dijeron amarte y no te amaron / si dijeron quererte y te engañaron / perdona al corazón que te ha mentido / por lo feliz que con mentir te hicieron…
Marcial Fernández. Yo no he asistido a ningún espectáculo, sea de la índole que sea, en el país o en el extranjero, en el que se desprecie y maltrate al público como lo hace la actual empresa de la Plaza México. Y lo peor –que no es lo peor si pensamos en lo colectivo, en lo que nos pertenece culturalmente–, son de vergüenza ajena. No hay manera que un taurino no suscriba tus palabras de la columna del 9 de febrero pasado.
Ernesto De Luna. Culpa compartida. Toneladas de chaletas dentro y fuera de tal fiesta. Pervive la historia y su literatura que, por ignorar su difusión, mantiene al aficionado
sin criterio ni educación para juzgar el estado actual de las cosas taurinas. Un ex aficionado como yo pregunta a los toreros mexicanos y demás involucrados por qué en Madrid sólo torean una tarde Isaac Fonseca, José Adame y Diego San Román.
Horacio Reiba Alcalino. Se despidió de los ruedos el maestro valenciano Enrique Ponce eligiendo para el suceso a nuestra Plaza México. En correspondencia, la empresa capitalina organizó un espectáculo de luz y sonidoinédito hasta hoy en el mundo de los toros que, por lo mismo, habrá irritado a más de un guardián de las rancias esencias de la tradición taurina, tan bocabajeada desde décadas atrás en nuestro país. No obstante, el público grueso participó con regocijo del novedoso performance, gracias al cual el adiós de Ponce alcanzó caracteres de apoteosis.
Es indudable que esa fiesta de despedida –prosigue Alcalino– fue el resultado de un plan perfectamente diseñado y cuidado en todos sus detalles –los cohetones y fuegos de artificio, el intencional apagón para que lucieran las lucecitas de los celulares, el mariachi y la voz de Pepe Aguilar, la proyección sobre la arena de relampagueantes luces como de antro juvenil donde se leía intermitentemente el nombre del homenajeado.
Da margen a especulaciones varias que: 1) El lote del divo de Chiva haya sido tan notoriamente inservible como para justificar de antemano el regalo de un séptimo toro; 2) La música de La golondrina (título original de la popular pieza) haya sonado tan bajo y durado tan poco cuando Enrique muleteaba al cuarto de la tarde, en teoría el toro del adiós; 3) El espeso silencio que siguió a la muerte de dicho burel, apenas, roto por algunas palmas y una modesta salida al tercio; 4) La insistencia durante la transmisión televisiva sobre la necesidad de que se anunciara el obsequio de un astado extra a pesar de que Ponce insistía en que no lo habría
. Total, otra raya en el tigre enfermo y afeitado de garras y colmillos que es la actual fiesta brava
en nuestro país –remata Alcalino.