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Pantaleón y la política exterior de Trump con Venezuela

15 de febrero de 2025 00:03

La elección de Donald Trump trajo consigo cambios significativos en la política exterior de EU. Uno de los aspectos más preocupantes ha sido su postura agresiva contra los inmigrantes, como lo demostró en su enfrentamiento con el presidente colombiano Gustavo Petro. Sus medidas despiadadas han generado incertidumbre entre las comunidades de inmigrantes. Esto es especialmente cierto para los venezolanos en EU; una población que enfrenta deportaciones masivas; mientras se convierte, por otro lado, en una ficha de intercambio dentro la política exterior.

Uno de los aspectos más notables de la política exterior estadunidense es su carácter contradictorio con respecto a Venezuela. El 21 de enero, Trump afirmó que no necesitaba comprar crudo venezolano, lo cual agudizaría aún más la crisis económica en ese país. Las designaciones dentro de su gabinete también resultan contradictorias. Por un lado, nombró a Marco Rubio como Secretario de Estado, lo cual parecía indicar que la política hacia Venezuela seguiría la línea de “máxima presión” contra Nicolás Maduro. Sin embargo, por otro lado, designó al diplomático Richard Grenell como su enviado especial para Venezuela.

El mismo día de la investidura de Trump, Grenell anunció en X el inicio de negociaciones con Venezuela. Pero, ¿con quién conversaba? La presencia de figuras de la oposición, como Leopoldo López, Juan Guaidó y Edmundo González Urrutia, en la investidura parecía señalar una continuidad en la estrategia de respaldar a un sector de la oposición como alternativa a Maduro. A pesar de los gestos públicos de apoyo a la oposición, Grenell y el empresario petrolero Harry Sergeant ya habían abierto un canal directo con el gobierno de Maduro, centrado en un tema crucial para Trump: la inmigración venezolana. Esta población se transformó en un útil comodín para Trump que durante su campaña había destacado la “amenaza” que representaba esta comunidad, denunciando repetidas veces la presencia en EU del Tren de Aragua, una banda criminal venezolana.

El 31 de enero, Grenell se reunió con Maduro en Caracas. El gobierno venezolano aceptó recibir inmigrantes venezolanos deportados como parte de un acuerdo de gran utilidad mediática y, a su vez, con poderosos movimientos económicos más soterrados. Al día siguiente, EU extendió la licencia para que la petrolera multinacional Chevron continuara operando en Venezuela. La presencia de Grenell en Venezuela no sólo representó una concesión económica, sino también un reconocimiento tácito al gobierno de Maduro. En todo esto, las víctimas de la crisis venezolana, los inmigrantes que huyen la violencia y la pobreza, son reducidos a simples fichas de cambio en una negociación de intereses particulares. El intercambio fue claro: inmigrantes por petróleo.

Trump también alteró radicalmente la suerte de más de 600 mil inmigrantes venezolanos que estaban amparados bajo el Estatus de Protección Temporal. Según una nueva directiva del gobierno, un primer grupo perderá su protección en abril y el segundo grupo en septiembre. La mayoría de estos inmigrantes no tienen adónde regresar debido a las condiciones críticas que enfrentan en Venezuela. Esto plantea un dilema migratorio, humanitario y ético de gran magnitud: transformar a una población vulnerable en una ficha de cambio dentro de una partida geopolítica, dentro de un juego de promesas electorales y transacciones comerciales, cuando ya enfrenta deportaciones y estigmatización.

La comunidad venezolana residente en EU es heterogénea. Los sectores más populares enfrentan gran inseguridad, otros de clase media y alta aspiraban a repetir la experiencia de los exiliados cubanos. A pesar de ello, los acuerdos tras bambalinas, la creciente contradicción en el discurso oficial estadunidense, las agendas económicas del petróleo y las políticas internas de ambos países parecen indiferentes a la diversidad de experiencias. Todo queda reducido a “la amenaza de los venezolanos”.

En el contexto de medidas migratorias que fragmentan a la comunidad venezolana, Trump se erige como una figura peculiar en el teatro político global. Su comportamiento errático, su capacidad para manipular a la opinión pública con espectáculos mediáticos y su uso de los inmigrantes como fichas recuerdan la figura de Pantaleón, el personaje clásico de la commedia dell'arte, quien representaba al viejo comerciante avaro y mezquino, un hombre regido por la codicia y la explotación. En el escenario de la política global, Trump podría ser visto como una especie de Pantaleón moderno, un personaje que maneja la política exterior de manera grotesca y cruel, movido por intereses personales y económicos más que por un sentido profundo de justicia.

Este “Pantaleón” estadunidense, con su mezcla de oportunismo, improvisación y crueldad, no es simplemente un líder internacional, sino un actor que utiliza la política como un espectáculo, una puesta en escena donde los inmigrantes y los pueblos en crisis son tratados como mercancías intercambiables. Con sus gestos grandilocuentes y su enfoque brutal, Trump ha logrado transformar la política exterior estadunidense en un teatro en el que la humanidad de los afectados se pierde en un juego de poder y manipulación.

*http://www.luisdunogottberg.com/ Departamento de Literatura Clásica, Moderna y Cultura, Universidad de Rice

**@mtinkersalas Profesor Emérito, Estudios Latinoamericanos, Pomona College



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El intercambio fue claro: inmigrantes venezolanos a cambio de petróleo.

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