Ayer por la mañana un asaltante quiso arrebatarle sus pertenencias a una mujer en una entrada a la estación de la línea 12 del Metro (Insurgentes Sur y Félix Cuevas); lesionó a su víctima en el forcejeo y cuando varios efectivos policiales se presentaron en el sitio, los amenazó con un arma de fuego improvisada: una de esas artesanías calibre .22 que simulan ser un subfusil o “metralleta”, que consisten básicamente en un tubo de hierro adherido con abrazaderas a una tabla en forma de guardamanos y que son casi tan peligrosas para el usuario como para el objetivo al que apuntan.
Poblanoshkas, les llaman, y se consiguen en el mercado negro a precios muy por debajo de los de una pistola de marca. Al verse en peligro, uno de los uniformados lo mató y el cuerpo quedó tendido en un charco de vidrios rotos, con un celular casi al alcance de la mano difunta y la Poblanoshka a un lado, a merced de los buitres de la nota roja.
Era un tipo joven, y según la información filtrada por las autoridades, contaba con dos ingresos al reclusorio. La víctima del intento de asalto recibió atención médica y hasta donde se sabe se encuentra fuera de peligro (https://rb.gy/wxpoij).
Pero el objeto de reflexión no es ese hecho triste, sino el conjunto de reacciones que generó en el muskiano ex Twitter, cada vez más poblado de miasmas sociales.
Además de abundantes felicitaciones a los policías que intervinieron en el episodio y de pedidos de recompensas para ellos, los comentarios agregaban: “una lacra menos”; “que su familia pague esos cristales rotos”; “qué agradable noticia”; “hay que exterminar a esas alimañas que ensucian esta linda ciudad”; “sólo así acabaremos con este maldito cáncer”; “contra todas las lacras, ejecutarlos en el acto”; “muchos días de éstos”; “bailemos”; “así debería de ser con todos los pinches rateros que andan en motos”; “Iztapalacra (sic) está llena de estas ratas de dos patas”; “esas cagadas no deben tener derechos humanos”; “la sociedad es feliz cada que matan a una rata”; “maldita rata escoria de la vida, no mereces vivir”; “los familiares del roedor van a hacer un escándalo”, y así por el estilo.
Las participaciones más piadosas atribuían la conducta del fallecido a la falta de atención en las familias, a la ausencia de valores morales sembrados desde la infancia y a carencias educativas.
Salvo por sus dos episodios carcelarios, se desconoce la biografía del asaltante muerto. Tal vez tenía familia, tal vez no. Según la Red por los Derechos de las Infancias (Redim), entre 145 mil y 250 mil niños, niñas y adolescentes están en riesgo de ser reclutados o utilizados por grupos delictivos” o por “las familias delictivas y las pandillas” (https://shorturl.at/VfsVo).
Lo cierto es que en la gestación de ese ladrón contumaz y violento que fue muerto a tiros ayer en el cruce de Insurgentes y Félix Cuevas pudieron incidir el abandono y/o la violencia familiar, la cooptación a temprana edad por pandillas o mafias, las adicciones, la pobreza extrema y la prédica del éxito fácil y por encima de cualquier consideración ética que tanto se pregonó desde el gobierno y la publicidad comercial en el periodo neoliberal.
Es decir, fue un producto de la sociedad, esa misma sociedad que a la postre se vio amenazada por las acciones de este hombre. Y también es producto de esa misma sociedad la avalancha de tuits justicieros y festivos arrojados sobre la cruda y mercantilizada imagen del muerto.
La violencia verbal ante un fallecimiento es el reflejo especular de las violencias delictivas que aún padece este país, pese a lo conseguido en el sexenio anterior y en el actual gobierno: una reducción de 23.8 por ciento de diciembre de 2018, cuando se registraban 100.5 víctimas diarias de homicidio violento, a 76.5 en enero de 2025 (https://tinyurl.com/mpjkkrn2).
Sin ignorar los hondos, múltiples e incluso irreparables agravios que causa la criminalidad a la ciudadanía, y sin desconocer la obligación de las autoridades de protegerla, de prevenir el delito y de identificar, capturar y presentar a los infractores, es también preciso extirpar el primitivo y visceral punitivismo, la propuesta de la ejecución extrajudicial, los afanes de linchamiento y el júbilo malsano ante la muerte de una persona, sean cuales sean sus conductas.
Gozar con la destrucción humana, solazarse en el castigo cruel, responder a las ofensas de la criminalidad con sadismo –así sea verbal–, pedir la aplicación de la ley fuga o de la máxima del ojo por ojo, son manifestaciones de ese pequeño Bukele que llevamos dentro y del que debemos deshacernos si es que aspiramos a construir una nación plenamente pacífica y segura.