En medio de agudas pulsiones que marcan la actualidad del país, se rebelan en fondos, por ahora nebulosos, pasiones políticas incontenibles. De esta abigarrada manera se atropellan temas y circunstancias que derraman su influencia en el quehacer nacional.
Por ahora, el factor externo se cuela al interior nacional con la fuerza suficiente que le permite tamizar lo adicional. Es la irrupción de esa voz discordante, de escándalo continuo, proveniente del vecino norteño. Su ríspido ímpetu no deja entresijo alguno para asentar su pesada y contradictoria presencia. En respuesta a tal estímulo, se ha desatado una lluvia de opiniones, sesudos estudios, improvisados otros, libros al vapor, consejos al por mayor y severas alertas que examinan lo que, en realidad, ese alarido de escándalo, pretende encerrar en su fondo.
Al mismo tiempo, se escudriñan con alarma los alcances y las consecuencias que podrían desembarcar con ella. Este fenómeno difusivo y sonoro no sólo apareció aquí en México –aunque las consecuencias puedan ser de la mayor importancia–, sino que se desparrama por incontables naciones. Todas ellas preocupadas por lo que tal alharaca pueda acarrear para cada quien.
En el centro de las preocupaciones multicitadas se enroscan los aranceles que, como castigos unilaterales, podría imponer, a diestra y sobre todo a izquierdosos, el ya inevitable huésped mundial: el señor Donald Trump, un intruso que, apoyado por una base de cegatones correligionarios locales, ha irrumpido frente al ancho mundo.
Tiene, o aparenta tener, consigo la fuerza necesaria para solidificar sus pretensiones en órdenes, decretos y leyes. Armado de esta manera se cuela entre rendijas y fronteras para inducir miedos, prevenciones y urgencias de atención. Su presencia no llega en medio de aprecios y entendimientos, sino que el ventarrón se apareja con amenazas y peticiones unilaterales. El respeto, tanto a Trump como a su propio gobierno y país, queda atorado en estos alocados vaivenes. El daño apunta a convertirse, con un poco de tiempo adicional, en factor determinante. Un trasfondo de decadencia hegemónica es sello y verdad económica, social y política.
Las reacciones que está provocando dentro de su país empieza a articularse con la debida presencia. No han tardado en aparecer varios jueces que vetan o condicionan sus palabras y órdenes ejecutivas. Algunas llevan la ruta de atascarse en definitiva: es el caso de la nacionalidad adquirida por el simpe hecho de nacer en ese territorio. Tal y como sucede en México, por ejemplo.
La contienda básica, crucial, no se dirime entre Estados Unidos y sus aliados o socios, sino con el rival que osa retar sus negocios comerciales, tecnológicos, militares o científicos: China. Esta nación les ha manoseando y relativizado su hegemonía, otrora indisputable. El dólar, la moneda de intercambio y medida, ya es retada en la práctica internacional. Y este es, en verdad, un punto neurálgico que Trump resiente y que le causa irritante dolor. El uso del dólar en tal categoría, les acarrea condiciones y ventajas cruciales que podrían perder: les permite ignorar las consecuencias (internas y externas) de los déficits en los intercambios comerciales –balanza comercial–. Un motivo de serias preocupaciones en todos los demás países.
Las palabras del ya célebre bocón anaranjado no se ciñen a los aranceles, sino que se extienden por numerosos ámbitos geopolíticos. Afanes territoriales, nomenclaturas caprichosas, conflictos bélicos a zanjar (Ucrania) o adquisiciones de gran calado y consecuencias: Gaza o Groenlandia. Toda esta galaxia de asuntos ha penetrado en la actualidad nacional y forma densas atmósferas que es indispensable atender.
En medio de este maremágnum de circunstancias, peligros y costos de serias magnitudes se escurren, por el subsuelo anímico, pasiones de variada índole. Una de ellas irremediable e incontenible: la del poder político. Esa pulsión se ha introyectado en varios de los actores preponderantes de la vida pública mexicana. Y ahí crece y adopta diversas formas que condicionan su actuación. También se instala en los que les rodean o, incluso los que vigilan.
Ya es, y crecientemente será, factor coadyuvante en el diario acontecer nacional. A días y meses de iniciado el nuevo gobierno, la pelea por aparecer ante el ojo público es notable a simple vista. Por ahí circulan los inoculados con esa pasión que les trastoca toda su existencia. Al mismo tiempo, se convive con otra ocupación, también inevitable y urgente: orientar y conducir el trasteo para la continuidad del modelo. Bien puede imaginarse el abarcante uso del tiempo personal, tanto de los postulantes como de responsables para lidiar con tan íntimas pasiones: celos, corajes, males estomacales, enajenantes competencias, desvelos y demás derivados de los continuos acomodos del poder.
De ese tipo que se enseñorea mientras más se acerca a la cúspide, a la misma presidencia.