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Un grande llamado Juan O’Gorman

11 de febrero de 2025 00:01

El Castillo de Chapultepec es una especie de templo laico. Su público mexicano lo visita porque allí se encuentran los objetos que encarnan nuestros mitos y los héroes “que nos dieron patria”. Para muchos, recorrerlo no es sólo emprender la travesía de nuestra historia, sino aprovechar la oportunidad de rendir culto al santoral cívico fundacional.

El Museo Nacional de Historia que allí se aloja está sembrado de murales portentosos de grandes artistas, en que se representan momentos claves de la vida nacional. Entre otros, Jorge González Camarena muestra la fusión de dos culturas. José Clemente Orozco, la Reforma y la caída del Imperio. Y David Alfaro Siqueiros el porfiriato y la Revolución de 1910-17.

Entre todas estas obras, sobresale el Retablo de la Independencia, de Juan O’Gorman, una formidable lección histórica sobre el nacimiento de México como nación. Dividido en cuatro grandes bloques, con las herramientas conceptuales del materialismo histórico, una amplísima lectura de las fuentes historiográficas y una investigación profunda de la iconografía de retratos y dibujos de 1795 a 1821, el artista plasma los rostros de 53 figuras relevantes de la epopeya, a los precursores intelectuales de la gesta, a las fuerzas productivas y relaciones de producción imperantes en la época, a las batallas más importantes y a los símbolos más significativos del nacimiento de nuestra nacionalidad.

Hombres, símbolos, paisajes (especialmente Guanajuato y Acapulco) se entremezclan en la pared didácticamente. El mural resume lo que el museo es en tanto santuario laico y la visión de O’Gorman sobre el arte público. Varias ocasiones, el artista recordó cómo, cuando en 1961 estaba terminando de pintarlo, tras los andamios escuchó al escritor André Malraux, de visita en el Castillo, decir sobre el fresco: “¡Estos horribles calendarios, no!”

Sin embargo, ese día, una familia mexicana se detuvo a observar el mural y una niña de 13 años comentó: “Mira, mamá, éstos sí son los héroes vivos”. A un tiempo marcado por las revoluciones mexicana y soviética (hasta que el informe de Nikita Jrushchov al XX Congreso del PCUS desmoronó su fe en el socialismo real), así como por el antifascismo, el también arquitecto, consideró que todo arte es político, incluido el que reniega de serlo. Aunque –precisó–, como lo demuestra el caso de Paul Cezanne, conservador y devoto católico, la calidad de una obra de arte no depende de la posición política del artista. Añadió: “Sólo con la emancipación de la clase oprimida primero y en seguida de la liberación de todos los hombres, el arte podrá encontrar el terreno fértil para su pleno desarrollo”.

Pensaba que el artista verdadero es quien se acerca cada vez más al pueblo. A la periodista Olga Sáenz explicó: “Cuando se pinta un mural o un cuadro de caballete que tiene la pretensión de comunicar un mensaje social que sirva al pueblo en su lucha de liberación contra la explotación, se necesitan dos condiciones. El tema debe ser lo suficientemente claro para que sea comprendido por las masas que lo contemplan, y tiene que gustarles lo representado. Por ello el pintor tiene que hacer visible y claro el tema mediante la forma y el color para lograr la identificación del espectador con la creación artística”. Juan O’Gorman nació en 1905, en Coyoacán, Ciudad de México.

Hijo de un ingeniero de minas de origen irlandés y una mexicana, creció, al igual que Diego Rivera, su guía y compañero, en Guanajuato. El cielo, geografía y arquitectura de esta ciudad fueron claves en su formación sentimental. Su vida y obra están atravesadas por la compulsión por hacerse mexicano y por un nacionalismo de alta intensidad. Alimentado por su abuela, que lo consentía y le habilitó un muro para plasmar sus obras y le obsequió las primeras pinturas, su amor al arte tuvo origen femenino. Antonio Ruiz, El Corsito, fue su primer maestro.

Con Frida Kahlo, compañera de la Escuela Preparatoria, sostuvo una amistad profunda y perdurable. Entre otras muchas temáticas, el ganador del Premio Nacional de Bellas Artes en 1972 desarrolló tres que siguen marcando la reflexión de la izquierda en nuestros días: la resistencia indígena como fuente de otro mundo posible; el papel de los maestros en la transformación social y la destrucción ecológica del planeta.

En el mural ejecutado en la Biblioteca Gertrudis Bocanegra, en Pátzcuaro, que recrea con fuerza extraordinaria la historia de Michoacán, él se retrata junto a su esposa, la pintora y escultora Hellen Fowler, con un cartel que reza: “Han pasado los años, los siglos y los indios no están vencidos a pesar de la conquista que acabó con lo mejor de su población. No los ha abatido la explotación, la miseria ni las enfermedades. No han muerto de hambre. Han resistido al trabajo en las minas, carreteras y ferrocarriles, han labrado la tierra con sus manos para darnos de comer.

Les robaron sus tesoros, vieron caer sus templos. Cargaron piedras sobre sus espaldas para levantar miles de iglesias. Pero su resistencia es una fuerza latente que algún día ya liberados de las cadenas de la opresión perdurará un arte y una cultura extraordinarios como un gigantesco volcán en erupción”; 52 años después, desde Chiapas se escuchó el “¡ya basta!” zapatista, que sigue sacudiendo al país. Sobre los maestros, afirmó: “El profesor humilde, abnegado, bueno, que México tiene y ha tenido siempre, es uno de los honores de nuestra patria. Sin su concurso, no habría sido posible la educación primaria”.

La CNTE lo constata. Y, en una época en que la izquierda no prestaba atención a la ecología, O’Gorman insistió en la terrible amenaza que la crisis ambiental significa para la humanidad. A 120 años del nacimiento del artista, la exposición multidisciplinaria Todo O’Gorman. Juan O’Gorman, en el Museo Universitario de Ciencias y Artes de la UNAM, es un gran homenaje a una figura clave de nuestra vida cultural. Visitarla muestra la vigencia de su obra.

X: @lhan55



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