Frenético tempo del inicio de la segunda presidencia de Donald Trump. Una especie de blitzkrieg político. Un tipo de ataque relámpago que se hizo famoso con la estrategia militar alemana en la fase inicial de la Segunda Guerra Mundial.
Hay una primera consideración necesaria que hacer y asimilar. Trump tomó el poder en Estados Unidos y, también, de modo abierto, el poder que ese país representa en el mundo. Literalmente lo tomó para usarlo en ambas dimensiones de manera decisiva desde el mismo día en que tuvo posesión de la presidencia. Desde ese momento lo ejerce sin pausa, de modo trompicado y con plena conciencia de lo que significa, de los medios con los que cuenta, de su extensión, su profundidad y su alcance. Tiene, por ahora, muy poca resistencia enfrente. Tal es el sentido renovado del movimiento MAGA.
Trump desmanteló en pocos días lo hecho por la administración de Biden en materias social, política, de regulación, de las relaciones y los acuerdos internacionales. Ha dicho que el mundo abusa de su país, que no obtiene las retribuciones que le corresponden. Aplica de modo categórico su visión de las cosas y, sobre todo, su forma de gobernar. Sabe en qué consiste el poder que tiene y piensa que dispone de los medios para exhibirlo y aplicarlo. Un poder interno que ha descolocado a sus oponentes políticos y pasmado a buena parte de la población. Su presencia, sus dichos y hechos se han afirmado en el terreno político y el control social y planteado de modo explícito en el ámbito militar. El hecho destacable es que manda este hombre, con ese estilo personal, tan notorio como crispante de actuar, de expresarse, de imponerse, de someter y que toma represalias contra quien lo enfrenta.
En apenas unos cuantos días inició la deportación de migrantes indocumentados; expresó claramente sus pretensiones políticas, militares y territoriales: aludió a la anexión de Canadá, la compra de Groenlandia, la recuperación del control del Canal de Panamá. Amenazó a México y a Canadá y amedrentó a Colombia. Desde un principio Trump advirtió que impondría tarifas al comercio exterior, apuntando a una política proteccionista con el argumento de proteger la economía, recuperar la actividad industrial y el empleo, así como reducir la deuda del gobierno. Estos objetivos y los instrumentos propuestos para alcanzarlos no son necesariamente compatibles, pero eso no ha importado para ponerlos sobre la mesa e impulsarlos.
En la dinámica que se ha impuesto han cabido los acomodos. Las tarifas planteadas para México y Canadá se han pospuesto por un mes; la Reserva Federal no redujo la tasa de interés de referencia como pretendía Trump. Las tarifas de 10 por ciento a China no han desatado un conflicto comercial determinante.
El Departamento de Eficiencia Gubernamental, creado para reducir el costo de la burocracia y encargado a un desbocado Elon Musk, ha sido frenado mediante la orden de un juez previniendo su acceso al sistema de pagos del Tesoro. Pero ahí no parará el asunto, pues planea apoyarse en Musk para hacer una reforma profunda de la administración del gobierno, lo que no se ciñe a cuestiones de eficiencia, sino que tiene un trasfondo eminentemente político y de índole autoritaria, asunto clave de todo este proceso.
Trump ha firmado más de 50 órdenes ejecutivas en tres semanas. Éstas son directivas del presidente para la gestión de las operaciones del gobierno federal. Es la cantidad más grande de dichas órdenes que se ha firmado en los primeros 100 días de cualquier presidente en los últimos 40 años. Muchos alegan que esas directivas exceden sus prerrogativas constitucionales. Se ha ordenado aplicar la directiva de política exterior denominada Primero América; se ha clarificado el papel de las fuerzas armadas en la protección de la integridad territorial de Estados Unidos y declarado una emergencia nacional que expedita proyectos en esa área. (Una lista y descripción de este amplio y diverso conjunto puede verse en https://www. nbcnews.com/data-graphics/trackingtrumps-executive-orders-rcna189571).
No puede negarse que Trump tiene mucho poder, lo usa y buscará profundizarlo. Ha colmado la atención general y el espacio político, el interno y en buena medida también a escala global. Ha puesto en jaque a varios gobiernos; ha colocado contra las cuerdas a la Unión Europea y a los organismos internacionales como la ONU y la OTAN; ha mantenido quieto a Putin con un bajo perfil. Ha planteado un desconcertante y bárbaro plan para Gaza.
Apenas comienza el embate de Trump y de quienes lo sostienen y apoyan. Que su política tiene hondos rasgos de carácter totalitario es un hecho; que tiene ambiciones expansionistas es un hecho.
Un aspecto muy significativo de esta nueva etapa trumpiana es el impulso que está dando a los movimientos de la extrema derecha. Un caso es Milei y otro más destacable incluso es el de la Unión Europea. Los autodenominados Patriotas de Europa estuvieron reunidos hace unos días en Madrid, convocados por un vociferante Abascal, dirigente de Vox. Ahí estaban Orbán, Le Pen, Salvini, Wilders y otros a sus anchas, proclamado: “Hagamos Europa grande otra vez”; MEGA, aludiendo directamente a Trump, escudados en la figura de aquel a quien llaman “hermano de armas”.
El poder de Trump es nacionalista y autoritario en extremo y muy influyente en el ambiente político que se ha ido creando en el mundo en los años recientes. Lo que está ocurriendo exige una nueva forma de pensar, analizar, actuar y hasta de conversar. Hay que actualizar radicalmente las ideas y el conocimiento de lo que es hoy el capitalismo; lo que representan el poder, la autoridad y la ambición totalitaria, y ubicar las condiciones del expansionismo en esta etapa del siglo XXI. El escenario es de un mundo complejo con grandes contradicciones internas, con un alto grado de desarrollo tecnológico y amplia capacidad de control social.