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Cierre de AHMSA dejó "un daño incalculable", acusan ex trabajadores

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En las mil 500 hectáreas de la planta 2 de Altos Hornos de México ahora sólo sopla el viento y sus instalaciones son esqueletos gigantes corroídos. Foto Jared Laureles
09 de febrero de 2025 08:38

Monclova, Coah. Han pasado poco más de dos años desde que Altos Hornos de México (AHMSA) produjo el último gramo de acero. Desde entonces 8 mil obreros quedaron en el desempleo, con proyectos de vida truncados y muchos de ellos están en la miseria. Pero la afectación del cierre no sólo se quedó ahí, se extendió a familias de la región, quebraron “cientos de empresas” y se transformó la dinámica citadina.

En estos duros años, los trabajadores y sus familias han tenido que enfrentar hambre, falta de trabajo, estigmatización, represión y en literal desamparo las extremas condiciones climáticas en este municipio considerado antaño La Capital del Acero, ubicado en el centro de Coahuila y unos 700 kilómetros de la frontera con Texas, Estados Unidos.

Pese a ello se mantienen en lucha. Mientras demandan el pago de sus salarios atrasados –más de 90 semanas– y finiquitos, las 24 horas del día realizan guardias en grupos de tres turnos en los accesos de la planta, para evitar que chatarreros o ladrones sigan desmantelando el cableado de la empresa o dañen los equipos que son “de gran valor”, los cuales son su única esperanza para recibir los recursos que por derecho les corresponde después de años, incluso décadas en algunos casos, de trabajo.

Algunos han muerto en el camino y otros se suicidaron

En ese batallar han fallecido al menos 41 trabajadores, “algunos se han suicidado, otros enfermado”. En su memoria, colgaron cruces de madera en una de las cercas de metal de la entrada de la planta 2.

Este es uno de los puntos que vigilan los ex trabajadores, ahí La Jornada conversó con ellos, afuera de las aún majestuosas instalaciones de la que fuera la mayor acerera del país y de América Latina.

“Ha sido muy duro todo esto, para solventar tuvimos que vender lo que nos pertenecía, los bienes que nos costó muchos años conseguir; aún así todavía estamos batallando para sobrevivir”, lamenta Israel Gutiérrez, quien al momento de la paralización de labores tenía 37 años de trabajar en AHMSA y le faltaba poco para jubilarse.

Desde entonces ha vivido toda clase de calamidades: desde conseguir alimento para su familia hasta no poder pagar ya los estudios de su hija de 18 años de edad. “Ella quiere tener una carrera, pero no hay dinero”, externa mientras con impotencia aprieta el puño izquierdo y se le quiebra la voz. Sus compañeros comparten ese sentimiento y enseguida se solidarizan: “¡Ánimo raza!”, al tiempo que aplauden para reavivar la esperanza.

En uno de los accesos de la planta 2, los mineros siderúrgicos improvisaron una estufa rústica con un par de ladrillos, una rejilla y un pocillo con tizne, donde hierven agua para café, que durante el día beben para “aguantar el hambre”, dice Alejandro Ortiz, con 35 años en la empresa.

Mientras señala un viejo estante donde almacenan los residuos de un aceite de cocina, un trozo de pan y unas cuantas tortillas envueltas en papel, el hombre muestra un pequeño maletín de herramientas con unas 30 monedas de un peso, “es de todo el día esto”, producto del “boteo”.


En este espacio hay una caseta de vigilancia, que aprovechan para guarecerse: un poco de sombra en el día o refugio del frío por la noche mientras realizan su guardia. También hay trozos de leña, un pedazo de lámina que utilizan como comal, un par de cucharas de plástico y un sillón descascarado, donde se sientan a platicar y, cuando la anécdota lo propicia, soltar carcajadas.

Al ocultarse el sol, el complejo industrial queda en la más absoluta penumbra, debido al corte de energía eléctrica que sufrió por sus adeudos, y a los obreros que realizan guardia por la noche no les queda más que alumbrarse con lámparas y preparar un poco de comida con lo que alcanzaron a juntar del boteo.

A las afueras del lugar, sobre un área de terracería, hay una pequeña capilla de impecable color blanco y en su interior, junto a las imágenes religiosas y las veladoras, están las fotografías de trabajadores que “murieron sin recibir justicia por el saqueo” de la acerera a manos de su ex dueño, Alonso Ancira, hombre que contó con el apoyo de los gobiernos del PRI.

A diario, un par de obreros botean para juntar unas cuantas monedas que les dan algunos automovilistas que transitan por la vialidad contigua a la planta.

Juan Valenzuela, quien laboró durante 14 años en el área de laminación en caliente, sostiene en sus manos una cruz de madera, la de Juan Manuel Arreguín, quien –dice– “fue el primer compañero en caer”, y reclama que mientras ellos han tenido que “vivir al día”, los “barones de cuello blanco se hicieron ricos”.

Los ex trabajadores recuerdan que en su apogeo, AHMSA representaba “muchísima riqueza”, no sólo para Monclova, sino para el país.

Un obrero en esta empresa podría ganar en promedio poco más de 20 mil pesos mensuales, incluso más, cuando laboraban tiempo extra con pagos al doble. Además, podían gozar de 43 días de aguinaldo, un premio de asistencia de 8 mil pesos y un fondo de ahorro que les duplicaba la empresa, detalla Alfredo Reyna, integrante del Grupo de Defensa Laboral de Trabajadores de AHMSA.

En general, abunda, había una derrama económica considerable, “tenían la posibilidad de irse de vacaciones, sacar crédito para un auto, sacaban préstamos en efectivo y todo el año había lana, pero ahora de eso no hay nada”.

En las mil 500 hectáreas de la planta 2 de AHMSA sólo sopla el viento. Los altos hornos, la peletizadora, la planta de fuerza y el taller de aceración al oxígeno (BOF), entre otras, son ahora gigantes esqueletos llenos de corrosión por la falta de uso.

La empresa era considerada el motor económico de Monclova, donde operaron las dos plantas de la acerera que hoy lucen abandonadas; el 23 de diciembre de 2022 dejó de operar y en noviembre del 2024, fue declarada formalmente en quiebra. Ahora sólo es posible ver montañas de desechos industriales y de escoria, lo cual alguna vez fue símbolo de la intensa actividad siderúrgica.

En esta ciudad, con más de 250 mil habitantes y rodeada de altos cerros es posible observar dos realidades: por un lado, en el boulevard Harold R. Pape, ingeniero estadunidense que fundó la empresa en 1942, hay una gran variedad de comercios, agencias automotrices, cadenas de restaurantes y de hoteles, a donde algunos ex trabajadores de la acerera lograron conseguir empleo.

Otra estampa es la de zonas aledañas al complejo industrial. Al transitar por colonias como Calderón, Mezquital, Obrera Norte y Obrera Sur, entre otras, se palpa la marginalidad, hay escasos comercios y viviendas abandonadas o en obra negra. Aquí otros trabajadores se emplearon por cuenta propia, “porque no hubo de otra”, como Miguel Hernández, quien abrió una vulcanizadora.

Él trabajaba en la planta 2, la cual está rodeada por kilométricas vialidades como la carretera de Monclova y la avenida Industrial y el libramiento Carlos Salinas de Gortari, cuyo perímetro fue considerado como “estratégico” para abastecerse de acero por empresas constructoras de carros de ferrocarril, monoblocks y tuberías, las cuales tras el declive de AHMSA tuvieron que importar su materia prima de otras entidades.

La quiebra impactó a cientos de negocios que cerraron, desde constructoras y talleres mecánicos, hasta locales comerciales que vendían equipo de seguridad, herramientas y limpieza a la empresa, además de puestos de comida. Al cierre en 2023, un total de 353 compañías quebraron, de acuerdo con datos del IMSS.

Pero además, toda la cadena de proveeduría se vio afectada, particularmente las minas de carbón de Barroterán, Palaú, Nueva Rosita y Hércules, esta última la principal abastecedora del mineral de fierro a la siderúrgica. “Se habla de 17 mil trabajadores directos e indirectos afectados por el cierre de AHMSA, aunque podrían ser unos 50 mil si se considera a las demás empresas que arrastró”, señala Julián Torres Ávalos, presidente del Grupo Defensa Laboral de Trabajadores de AHMSA.

La crisis económica de AHMSA fue uno de los mayores desafíos que enfrentó el ex alcalde Mario Dávila Delgado, quien reconoce que la paralización de esa industria ocasionó una caída de hasta 20 por ciento en la economía de la región.

Para ilustrar esta afectación comenta que Monclova dejó de recibir 70 millones de pesos por recaudación de predial, además de que tuvo que erogar 25 millones de pesos anuales para mantener la planta de tratamientos residuales, ya que ésta era operada por la acerera a cambio de que el agua tratada fuera utilizada para sus procesos de enfriamiento del metal.

Durante su gestión, recuerda que se apoyó a los ex trabajadores en cuanto al pago de predial y de agua potable, además de ofrecerles servicios médicos en el Palacio Municipal. Afirma que Monclova, la recuperación del empleo fue relativamente dinámico, pues se diversificaron las actividades en este municipio cuya tercera parte de su economía dependía de AHMSA.

Cada familia tiene historias vinculadas al gigante acerero, que además marcó generaciones. Abuelos, padres e hijos de los actuales trabajadores laboraron en este lugar. “Tan importante era la empresa que los jóvenes esperaban cumplir 18 años para entrar a trabajar en AHMSA, era un orgullo decir que trabajábamos aquí”, asegura Bernardo Quintero, pensionado que durante 25 años operó uno de los altos hornos a temperaturas superiores a los mil 800 grados.

Después de la privatización de la acerera, los trabajadores enfrentaron diversos momentos de represión. “Si hacíamos movimientos, inmediatamente nos mandaban a policías estatales”, pero también desde el Sindicato Democrático, creado por Alonso Ancira, “enviaba porros y pandilleros para golpearnos y amedrentarnos”.

A lo anterior se suman las amenazas de directivos de la compañía, ya que éstos amagaban con despedir a los que tenían hijos laborando en la planta si realizaban alguna manifestación.

Fernando Valadez es un hombre musculoso, tenía 20 años laborando en AHMSA, y se aflige por no poder llevar a su hogar “lo más básico”. Comparte que sus compañeros han tenido que vender sus casas, autos o cualquier otro bien para subsistir; en lo personal, dice, ha realizado trabajos de albañilería, plomería, desarmando carros en yonkes o limpiando patios para sacar adelante a su familia.

“En realidad da tristeza y depresión no llevar comida a casa ni poder solventar los gastos de los muchachos que quieren estudiar, pero ya se tuvieron que salir para trabajar”, expresa.

La falta de solvencia económica, también provocó desintegración familiar, pues muchas parejas se divorciaron, hubo hijos que crecieron solos o que tomaron “otros caminos” y no pocas madres fueron orilladas –se asegura– a la prostitución, “fue un daño incalculable”, reprocha Quintero, quien se apoya sobre su bastón.

Los ex trabajadores aseguran que de ninguno de los gobiernos estatales encabezados por el PRI han recibido apoyo; les han solicitado becas educativas, empleos y despensas, pero siguen sin obtener respuesta. “Se ofrecen a hacer gestorías, pero requerimos soluciones”, reclama Agustín Villanueva, pensionado que laboró 35 años en la planta.

Apelan a Sheinbaum para evitar “más saqueo”

Por ello, coinciden, es necesario que la presidenta Claudia Sheinbaum se entere de la situación real, y le piden que intervenga para atender sus demandas y que en el avalúo de bienes “no haya más saqueo”, porque la empresa se acogió a la Ley de Concursos Mercantiles.

Los hombres que fabricaron las láminas para carros de ferrocarril y el acero para edificar algunos de los principales rascacielos en Paseo de la Reforma, ahora están en difíciles condiciones, a tal grado que algunos tuvieron que emigrar a entidades como Monterrey o incluso a Estados Unidos. Otros más tuvieron que sacar a sus hijos de la escuela e incorporarlos a laborar para “apoyar con los gastos de la casa”.

Al final, por una mala decisión, “corrupción y malos manejos” del empresario Ancira, fueron simplemente “desechados”.

 

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