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¿La fiesta en paz?

09 de febrero de 2025 08:25

Amiguismo es la tendencia y práctica de favorecer a los amigos en perjuicio del derecho de terceras personas y del propósito de una institución. Lo anterior, que es práctica añeja en el quehacer político, se vuelve falta inadmisible en el ámbito empresarial, habida cuenta de que en el llamado libre mercado quien no cuida una filosofía de servicio pierde clientes y beneficia a la competencia, excepto cuando se goza de los beneficios de todo monopolio, en que la oferta de un producto o servicio se reduce a un solo vendedor.

Para desgracia de la tradición taurina de México –medio milenio el año próximo–, varios factores incidieron en su degradación y trivialización mucho antes de que aparecieran en escena animalistas y antitaurinos, entre otros la irrupción del neoliberalismo –mínima intervención del Estado y falsa autorregulación de las empresas– y, en consecuencia, la omisión o complicidad de las autoridades de todos los niveles en el negocio taurino, como si éste fuera ocurrencia empresarial y no valor cultural e identitario de nuestra sociedad que requería vigilancia y fortalecimiento ante los acosos neoliberales y los afanes globalizadores del pensamiento único.

Asimismo, la escasa visión de los taurinos de élite, que convirtieron un libre mercado sano en duopolio primero y en monopolio después para beneficio de los que dicen arriesgar su dinero para la supervivencia de la tauromaquia, incurriendo en una mañosa autorregulación que les ha permitido hacer lo que les venga en gana, al tiempo que, complejos de por medio, aumentan la dependencia taurina de México con respecto a España –mejor importar figuras con imán de taquilla que producirlas aquí–.

Igualmente, el descuido o connivencia del resto de los sectores –ganaderos, toreros y crítica especializada– que prefirieron someterse a los criterios de las élites taurinas a denunciar oportunamente las graves desviaciones de éstas, reduciendo el espectáculo taurino al círculo de amigos ganaderos, toreros y críticos, en tanto el público, ayuno de formación y a merced de una manipulada información, fue dejando de ir a las plazas o acude a estas resignado, sin más perspectiva de la tauromaquia que la que le ofrece esa minoría parasitaria disfrazada de promotores sin idea pero autorregulados.

Fiesta brava le siguen llamando, pero hace décadas estos parásitos con piel de empresarios la vienen convirtiendo en fiesta breve, en intensidad y en pervivencia, con el propósito de conseguir el cierre y demolición del magnífico cuanto desaprovechado inmueble denominado Monumental Plaza de Toros México y convertirlo a corto plazo en otro centro comercial, habitacional y de negocios, como antes ocurrió con El Toreo de la Condesa y El Toreo de Cuatro Caminos.

En su feria del 79 aniversario, estos parásitos de la fiesta –viven a costa de ella debilitándola, no engrandeciéndola– han ofrecido en seis de los nueve festejos anunciados un despliegue de mansedumbre y una sucesión de tedio más que de emociones, gracias a sus particulares criterios de amistad y de espectáculo. De 37 reses lidiadas –incluido el gracioso toro de regalo a Ponce–, tal vez siete u ocho han tenido rasgos de bravura, con su puyazo de trámite. Habiendo cerca de 250 ganaderías de reses bravas en el país, ¿sólo dieron cabida a las de sus amigos por mansas que resultasen? ¿Lo que cobran al público apenas alcanza para fomentar su amiguismo y despedir a desfiguros del toreo? ¿Por qué echaron a perder el mano a mano de las promesas? ¿Cuánto durará su especulación inmobiliaria? ¿No les importa ser unos fracasados como promotores de la fiesta de los toros?

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