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Economía moral

07 de febrero de 2025 08:12
Las estructuras burocráticas de los países del socialismo realmente existente (PSRE) incluyen muchas personas cuya posición y actividad (AV) no está relacionada con la toma de decisiones ni realizan tareas de mando: trabajadores de oficina (cuello blanco) que realizan AV semimanuales de administración, contabilidad, etcétera. Así continúa su análisis György Márkus (GM) en el capítulo 3 del libro que he venido relatando. El trabajo de estas personas es totalmente subordinado y con frecuencia son más dependientes de los pequeños portadores de poder y tienen menos medios de defensa, que los trabajadores propiamente productivos, pero en un sentido sociológico pertinente pertenecen al aparato. Suelen tener más acceso a los portadores de poder y pueden recibir favores de ellos. Son ellos a quienes los clientes encuentran cara a cara y pueden participar de una autoridad espuria. Suelen tener conciencia conflictiva respecto a los productores directos. Salvo la élite política, la AV de todos los miembros del aparato consiste tanto en mandar como en obedecer. Se sitúan entre los agentes y los sujetos de este tipo de dominación, como mediadores entre los poderosos y los controlados. Implementan decisiones tomadas por otros traduciéndolas en disposiciones dirigidas a pequeños grupos de personas, o supervisan su realización. Es un grupo muy amplio y muy heterogéneo; la situación social de muchos de ellos no difiere sustancialmente de la de los trabajadores directos. Conllevan un cierto grado de poder y pueden servir para el ascenso en el aparato, comenta GM. Puesto que en los PSRE la jerarquía consiste en gradaciones ininterrumpidas e imperceptibles desde las cuales se puede descender hasta llegar a posiciones de completa dependencia y subordinación, no sólo crea dificultades empíricas para definir los límites donde termina la participación en el grupo gobernante, sino que convierte la demarcación en arbitraria conceptualmente. En la autoimagen oficial de estos PSRE, la sociedad completa constituye una pirámide que lo abarca todo y en la cual cada individuo tiene su propio lugar y función. Casi todos son empleados del Estado, por lo que todos son sus representantes, desde el primer ministro hasta un obrero no calificado. Ésta es la imagen de una sociedad sin clases, porque remplaza la relación causal entre individuos y posiciones, por principios verdaderos de meritocracia: todos son miembros del aparato de poder, sólo que ocupan posiciones funcionales diversas. Todo se ve como una mera división técnica del trabajo que se refiere no sólo a la selección de medios, sino también a la de fines. Esta ideología apologética esconde, tras una fachada meritocrática, el funcionamiento de mecanismos sociales que reproducen la posición privilegiada de ciertos grupos; esconde la diferencia social crucial entre quienes definen los fines y quienes sólo manejan los medios; el punto en que la división técnica del trabajo se vuelve división social entre poder y dependencia.

La falsedad evidente de esta ideología no debe evitar que veamos que es sólo una visión distorsionada. El aparato del poder naturalmente quisiera ver que todos se comportan como agentes responsables del Estado, desempeñando sus deberes correctamente y siempre controlando a otros para verificar que también cumplan los suyos. Por ello dirige un bombardeo de exhortaciones a cada persona, desde la niñez temprana, para promover tales actitudes. El burocratismo en su sentido popular, objeto favorito de los periódicos satíricos en los PSRE, explica GM, es uno de los rasgos más penetrantes y arraigados de la vida cotidiana. Es un importante mecanismo compensatorio que permite a los funcionarios del grado más bajo identificarse con el poder del cual, de la manera más dolorosa, dependen totalmente. Si pides una rebanada de pan menos dura, te puedes encontrar en la situación de pedir un favor especial y recibir, en lugar de otro pan, una lección sobre el consumidor responsable. Si un obrero, indignado por el burocratismo estúpido, expresa su opinión franca en una oficina, puede fácilmente terminar en una estación de policía. Pero si un intelectual disidente –no precisamente los favoritos del régimen– en un momento de irritación invoca algunos de los eslóganes sagrados del régimen contra un oficial menor, toda la altivez de éste puede transformarse en un momento en servilismo abyecto, pues el primero ha logrado hacer creer que pertenece a los que tienen el derecho de mandar. Así intenta el aparato de los PSRE crear situaciones en que cada una de las personas pueda disfrutar, al menos en algún momento, identificación con el aparato del poder. Pero no lo logra para los trabajadores manuales, agrícolas e industriales, que no dan órdenes a nadie, sólo las reciben. Nunca logra contrarrestar la dicotomía entre quienes pueden decidir y deciden sobre la vida de otros y quienes sólo implementan tales decisiones. Nada puede eliminar ni disfrazar la oposición de intereses entre quienes monopolizan todas las formas de autoridad pública y aquellos que no tienen ni voz ni voto en las cuestiones cotidianas de la vida social, sino que son dependientes incluso en sus actividades privadas de las decisiones no controladas de otros.

El 20 de enero de 1995, hace 30 años, publiqué mi primera colaboración en La Jornada con el título México y el modelo económico neoliberal. Antes, a finales de los años setenta escribí semanalmente, durante varios meses, una colaboración en el diario Unomásuno. Mis colaboraciones en La Jornada han sido, hasta ahora, aproximadamente mil 400. Transcribo algunos extractos de mi primera colaboración. “El subsecretario de ingresos de la SHCP, Pedro Noyola, declaró que la crisis económica actual resulta de fallas en el flujo de recursos del exterior y no expresa un fracaso del modelo económico vigente (neoliberal). Los rasgos básicos de este modelo son: 1) Una menor intervención del Estado en la economía, cuya contraparte es el mayor papel de los mecanismos de mercado, lo que supone la transferencia de propiedades del sector público al privado; 2) apertura de la economía al comercio y al flujo de capitales del exterior; 3) una alta prioridad a los equilibrios fiscal, de precios y del sector externo, siendo fundamental para este último, la manutención de un tipo de cambio alto (moneda nacional subvaluada); 4) un esfuerzo específico orientado a mitigar la pobreza absoluta o extrema. Este modelo neoliberal y su respaldo académico, la economía neoclásica, se han convertido después del colapso del socialismo real y de la fuerza ideológica del marxismo, en la fe laica más poderosa de nuestro tiempo. Una consecuencia favorable de la crisis es que empieza a abrirse la posibilidad de discutir el modelo, lo cual no era así hace todavía unos meses. Los practicantes de esta fe se han sentido poseedores de la verdad absoluta, lo que ha hecho imposible discutir con ellos. Es posible que la severidad de la crisis disminuya un poco su prepotencia de libro de texto”.

www.julioboltvinik.org

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