El dramaturgo, director escénico, actor y clown suizo Daniele Finzi Pasca se encuentra de regreso en México con su aclamada obra Ícaro, con la cual ha dado vuelta al sol durante 34 años. Ahora la presenta en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris en breve temporada, la cual concluirá este viernes, con una función a las 20 horas.
En este singular y conmovedor espectáculo, inspirado en el conocido mito griego homónimo que refiere el fallido escape de un joven del laberinto del Minotauro por desoír las recomendaciones de su padre y perder sus alas artificiales al aproximarse demasiado al astro rey, el creador escénico helvético hace patente que el sueño de libertad, por más que muchas veces lo parezca, jamás será una locura.
Para ello se vale del primer encuentro entre dos seres con el fin desarrollar una divertida y conmovedora historia en la que las fronteras entre el ensueño, lo poético y lo filosófico se diluyen.
A diferencia de otras de propuestas de Finzi Pasca, ésta es de corte sumamente intimista, sin acrobacias ni una producción intrincada. Sobre el escenario no hay más recursos escenográficos que un par de camas sobre las que penden sendos mosquiteros de tul, además de un escritorio con un banco, un ropero y un veliz.
“Es un espectáculo simple, como lo eran las historias que contaba mi abuela. Ella me enseñó el secreto para hacer ñoquis y pastel de manzana; recetas preciosas que utilizo sistemáticamente en mis creaciones teatrales (…) Mi abuela, que no abandonó nunca su cocina, descubrió el mundo invitando a su familia a comer. Yo preparo mis espectáculos como si fuesen historias que tienen que ser contadas mirando a los ojos del público”, anota el autor a propósito esta obra.
“Con Ícaro quería hablar de la esperanza dándole vida a un antihéroe, hecho de la misma materia que cada uno de nosotros que solemos perder y, sólo a veces, por un instante, logramos ganar”.
Esta pieza, de poco más de hora y media de duración, está concebida para un solo espectador, el cual es seleccionado al comienzo de la función por el autor-actor de entre la audiencia, y el resto del público participará a manera de vouyerista.
Dicha persona se convertirá en el cómplice, interlocutor y cómplice del personaje al que dará vida Finzi Pasca en el espectáculo, quien es un hombre recluido en un lugar sin aclararse nunca si es un hospital, una prisión o un manicomio, ni si él es un sabio, un loco o un iluminado. Él mismo lo dice en algún momento de la obra: “Los genios no son los que descubren algo, sino los que hacen las preguntas fundamentales”.
Ícaro transcurre entre una retahila de aparentes ocurrencias, tropezones, desvaríos y alucinaciones hilarantes en el que el personaje principal es incapaz de ponerse los pantalones, pero tiene bien fijo en mente la importancia de escapar, y pone en marcha varios planes para lograrlo, a pesar de que a veces se ve paralizado por el miedo.
“Aprender a volar es fácil, pero escapar no”, afirma a su compañera de cuarto, que no es otra sino la persona seleccionada entre el público, a quien le confecciona una vestimenta de alas para preparar una huida conjunta. “Escapar sólo no tiene sentido”, afirma.
Pero, ¿de qué hay que escapar? ¿De una habitación de un hospital siquiátrico sin puerta ni ventanas, de la realidad, de lo que somos o las circunstancias que vivimos? Las preguntas en la mente de quienes llenan el teatro quedan en el aire con un nudo en la garganta. ¿Emoción?, ¿dolor?, ¿revelación? Un nudo que se intensifica cuando el personaje interpretado por el creador suizo recuerda que los seres humanos no tenemos alas, pero sí pies para andar.