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El uso de los dineros de la UNAM

05 de febrero de 2025 00:04

En colaboraciones anteriores he dado mi parecer sobre la necesaria transformación que, en todos sus ámbitos, requiere la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), con la participación de los universitarios respaldada en el escudriño sólido. Uno de esos terrenos es el financiero, el de los bienes materiales y, de manera especial, los dineros (las garras de Lucifer, como decía mi padre).

¿De dónde provienen los centavos de la UNAM y cuál es el uso que se les da? No es novedad que la mayor parte de los recursos de la UNAM, como institución pública, provengan de las arcas de la nación, del pago de las contribuciones. Tampoco es novedoso decir que la UNAM orienta su gasto para favorecer el desarrollo de lo que tiene establecido: estructura, organización, funciones, modalidades, programas, etcétera. Lo anterior, a bote pronto, se puede ilustrar con las siguientes situaciones.

En la docencia, durante años, la UNAM ha gastado dinero para fomentar y fortalecer una educación bancaria y escolástica (cuestionadas por Freire y Freinet). Además, la UNAM continúa utilizando parte de su dinero para preservar el carácter selectivo del estudiantado, dejando de lado a quienes, por lo general, pertenecen a los sectores sociales más desfavorecidos.

En el caso del personal académico, la UNAM, desde hace muchos años, orienta el dinero en favor de la competición, fomentada por la acumulación de puntos que, inevitablemente, ha llevado al aislamiento de las personas, y al cada vez menor trabajo en cooperación; la apuesta monetaria en este rubro también está encaminada al sostenimiento de un ejército numeroso de profesores de asignatura, mal remunerados, carentes de estabilidad laboral, verdaderos destajistas en el aula.

La UNAM tiene un inmenso aparato burocrático, bien aceitado, que controla todo, y sin duda implica un gasto oneroso. Urge que se revise a fondo esa situación. También habrán de estudiarse, entre muchas otras, las erogaciones en la vida sindical universitaria. Nadie debe extrañarse, por otro lado, de que durante 80 años (se cumplieron el 6 de enero pasado) la UNAM haya hecho desembolsos (seguramente sustanciosos) para sostener a la Junta de Gobierno, de la que nunca se ha dicho a cuánto asciende su mantenimiento. ¿Hasta cuándo la Junta de Gobierno? También convendrá atender lo que se gasta para el mantenimiento de las demás autoridades formales colegiadas: Patronato, Consejo Universitario y consejos técnicos de escuelas y facultades.

En los meses pasados, el gobierno federal y la rectoría estuvieron al estira y afloja de los dineros universitarios. La presidenta Claudia Sheinbaum, respetando la autonomía universitaria, ha exhortado, sin quitar el dedo del renglón, a que se racionalicen los gastos de la UNAM, con austeridad republicana. Finalmente, el rector Leonardo Lomelí accedió a escuchar a la mandataria (La Jornada, 22/11/24, p. 6), y propició el “Programa de racionalidad presupuestaria 2025” (suplemento, en Gaceta UNAM, 9/12/24).

La decisión comenzó a aplicarse y, mal que bien, el programa servirá para capotear el asunto de los fierros de que dispondrá la UNAM durante el presente año. Y después ¿qué vendrá? Es aquí donde reaparece mi insistencia en que se revise en su integridad a la UNAM, que se democratice, para que, en lo sucesivo, los universitarios decidamos responsablemente, entre muchas otras cosas, en qué y cuánto se gasta.

En la actualidad es indeterminado el destino preciso que se da a los recursos, y considero prioritario que a mediano plazo se transparente públicamente la información; por la tranquilidad de los universitarios y por el bien, tanto de la universidad como del país.

¡Qué bien si, más adelante, los dineros de la UNAM se dirigen hacia una educación diferente! Una educación no selectiva. Una educación liberadora. Una educación orientada por el buen sentido y la libre expresión; una educción encaminada a la realización de un trabajo dignificante, crítico y gozoso; una educación formadora de estudiantes autónomos, responsables, con autoestima, respetuosos, cooperadores entre sí y solidarios con quienes menos tienen; una educación para practicar la toma de decisiones de manera democrática, primero que nada en el salón de clases.

¡Qué bien si en la UNAM se decidiera encaminar el dinero para contar con una planta académica distinta, cuyo trabajo se caracterizara por la dignificación, la cooperación y el buen sentido! El caso de los técnicos académicos y el de los ayudantes de profesor ameritan un escudriño especial, su situación solamente la conocen ellos; los investigadores tendrán mucho que decir sobre la financiación en su campo.

¡Qué bien le caerá a la UNAM si adelgaza su burocracia!

¡Qué bien si los universitarios nos organizáramos mejor; lo merecemos!

Coletilla: debe ser costoso el sostenimiento de la Torre de la Rectoría, a la que desde hace años no tenemos acceso el grueso de los universitarios.

El problema no es el emblemático edificio que, como todos los de la institución, requiere mantenimiento constante; el verdadero problema es el uso que, desde tiempo atrás, se viene dando a esas instalaciones, pues parecerían ser un espacio privado.

Recuerdo con nostalgia aquella Torre de la Rectoría, a puertas abiertas, lugar de afluencia del estudiantado, los trabajadores, el profesorado y el público en general. ¡Qué bien haría la UNAM en reorientar el uso del inmueble, abrirlo a todos, con apoyo de recursos económicos suficientes!

¡Elevemos la mirada de la educación!

*Profesor en la UNAM

[email protected]



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