Cabe congratularse porque Palacio Nacional impuso la razón frente al desvarío de la Casa Blanca, a lo cual sin duda contribuyó la estrecha unidad forjada en torno a la presidenta Sheinbaum. No puede subestimarse la importancia de poner a Trump frente a verdades básicas, como que las sobredosis de fentanilo son un problema de salud pública cuyo combate debe empezar por la atención a los adictos, que su país no puede exigir a México terminar con los cárteles mientras sus armerías les proveen armamento sin restricciones de cantidad ni de tamaño y que la integración económica erigida en más de tres décadas –para bien y para mal– hace que en términos productivos la frontera no exista, por lo cual los aranceles atentan, en primera instancia, contra la competitividad regional.
Las primeras semanas del magnate en su regreso a la Oficina Oval han dejado claro que cualquier cosa que haga o diga puede ser revertida o sustituida por su contrario en el plazo de días e incluso de unas horas. Sin embargo, de momento se ha dado un triunfo de la sensatez sobre el desatino, del diálogo sobre la agresión comercial o retórica, y de la estabilidad sobre una incertidumbre que afecta no sólo a México, sino también al propio Estados Unidos y, de cierto modo, a todo el planeta, pues una guerra de tarifas dentro del bloque comercial más grande del mundo tiene implicaciones globales inevitables.
Esta victoria provisional abre un compás de espera en el cual los sectores que serían directamente perjudicados por los aranceles tienen la oportunidad de organizarse, articularse y potenciar su capacidad de incidir en las políticas de Washington. Durante el fin de semana quedó patente que este abanico de fuerzas abarca a cientos de miles de ciudadanos estadunidenses de origen mexicano y latinoamericano que han salido a marchar contra las bravatas de Trump, así como a los organismos empresariales y civiles, legisladores y gobernadores de la nación vecina opuestos a las medidas del republicano que llevarían desempleo y carestía a sus comunidades. La amplitud de intereses afectados por la necedad de iniciar una guerra comercial sin motivos legítimos potencia la posibilidad de poner un freno a los aranceles, y México haría bien en mantener un contacto fluido con estos grupos, sin interferir en los asuntos internos de Estados Unidos.
Por otra parte, es deplorable que el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, haya instrumentado el acuerdo logrado por la presidenta de México para embolsarse una postergación análoga a cambio de catalogar como organizaciones terroristas a los grupos del crimen organizado, una clasificación que no abona en nada a los esfuerzos contra la delincuencia, que busca vulnerar la soberanía mexicana y que destruye la confianza entre socios comerciales. Con su comportamiento, Trudeau ratifica, en lo que parece el tramo final de su carrera política, la falta de escrúpulos y la mentalidad racista exhibidas a lo largo de este episodio, en el que traicionó el respaldo prestado por México cuando nuestro país abogó por la permanencia de Ottawa en el T-MEC. Lejos de empañarla, la actuación de Trudeau engrandece la gesta de México, que se opuso a la guerra comercial sin usar como chivo expiatorio a su socio y sin seguir el juego perverso de Trump.
Finalmente, todo indica que el acuerdo alcanzado ayer es precario y que el gobierno mexicano deberá poner en juego toda su habilidad política y diplomática para despejar de manera definitiva las amenazas de la Casa Blanca sin renunciar a la defensa de la soberanía nacional.