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Intimidar y deportar

31 de enero de 2025 00:04

No hay mejor muestra de alarde que inventar un enemigo y luego, sobre el invento mismo, exagerar su tamaño para que el respetable se impresione con la clase de dragón que vas a aniquilar. Y Trump alardea con 20 millones de indocumentados deportables, de los que un millón serían expulsados durante su primer año en la Casa Blanca, a decir del vicepresidente J. D. Vance.

Pero como todo en ellos, las cifras son chiclosas: el American Immigration Council (AIC) sitúa la cifra de los “sin papeles” en 13 millones (https://shorturl.at/LKUlA), monto muy cercano a la de El Colegio de la Frontera Norte, 13.5 millones (https://shorturl.at/vhNJq), pero superior a la del Pew Center, 11 millones (https://shorturl.at/7JfJS).

Para un sujeto adicto a los arranques espectaculares, como él, en su primera semana se quedó corto: de acuerdo con lo informado por la presidenta Claudia Sheinbaum, en esos siete días el gobierno del país vecino deportó a 4 mil 94 ciudadanos mexicanos (https://goo.su/3aWjpry).

A ese ritmo, proyectado a un año (es decir, multiplicándolo por 52), en sus primeros 12 meses Trump habrá echado de Estados Unidos a 212 mil 888 connacionales nuestros, y en el curso de su segunda y última presidencia habrá conseguido expulsar a 851 mil 552, lo que lo situaría por debajo de Bill Clinton (casi 7 millones y medio de deportaciones en dos periodos), George W. Bush (4 millones 653 mil en dos cuatrienios), Barack Obama (2 millones 849 mil en ocho años) y Joe Biden (891 mil 503 en un solo periodo).

No se trata, desde luego, de banalizar o minimizar el sufrimiento de los millones de mujeres, hombres, ancianos y menores que serán arrancados de su vida cotidiana, de su familia y de sus posesiones, maltratados, humillados, tratados como peligrosos criminales y colocados sin piedad y de golpe en un vacío existencial. Lo cierto es que ese enorme cúmulo de dolor humano deriva del que ha sido siempre uno de los instrumentos básicos para regular la oferta de trabajo en Estados Unidos y del que depende en buena medida lo que le queda de competitividad frente a las economías asiáticas y europeas.

Ahora, Trump amenaza con multiplicar ese sufrimiento en forma exponencial, pero sus posibilidades de lograrlo son más que inciertas, no sólo por las múltiples dificultades legales, burocráticas, administrativas y presupuestales (el asunto costaría 315 mil millones de dólares, calcula el AIC) y por la reacción política que podría generar en las comunidades de extranjeros, sino, sobre todo, porque un delirio semejante dejaría huérfanas de mano de obra a importantes ramas de la economía estadunidense, empezando por la agricultura (que depende en más de 40 por ciento de trabajadores sin papeles), la construcción (20 por ciento) y la industria restaurantera.

Más que en millones de expulsiones, los efectos del discurso trumpiano van a notarse en una acentuación de las fobias racistas y a los extranjeros de crecientes sectores de la sociedad estadunidense, en una consolidada asociación entre los conceptos de extranjero y delincuente, ataques al estilo del Ku Klux Klan contra minorías (no necesariamente extranjeras), una constante zozobra en las comunidades latinas (no ha habido una sola expulsión de indocumentados europeos o canadienses, que los hay por centenas de miles), angustia en los países de origen de la migración y fortalecimiento de las mafias dedicadas al tráfico de personas, las cuales tendrán en los desplantes del energúmeno una justificación para elevar sus tarifas; y es que, por pocos o muchos que Trump deporte, los trabajadores indocumentados seguirán llegando a Estados Unidos.

Capítulo aparte merecería el amago de los aranceles, que a decir del gobernante gringo entrarán en vigor mañana sábado, a pesar de que un día antes Howard Lutnick, nominado para la Secretaría de Comercio, presumió que México y Canadá estaban “actuando rápidamente” en frenar la migración y los envíos de fentanilo a Estados Unidos, sugiriendo que lo hacían en respuesta a las amenazas trumpianas y que si seguían así “no habrá aranceles”.

Por lo que respecta a las autoridades mexicanas, ambos fenómenos se han enfrentado con determinación y por decisión propia en el sexenio anterior y en el actual: desde 2018 no se ha dejado de perseguir el trasiego de drogas sintéticas ni de frenar la migración mediante la activación económica regional y la creación de buenos empleos; ese fue uno de los objetivos centrales del programa Sembrando Vida –que se aplica también en países centroamericanos expulsores de población– y de las grandes obras de infraestructura emprendidas por AMLO, propósito en el que ha persistido el gobierno de Claudia Sheinbaum.

Ya deberíamos estar acostumbrados: Trump es de los que salen al jardín justo antes de que se oculte el sol, grita “¡ordeno que anochezca!”, y cuando se pone oscuro se pavonea ante sus impresionados fanáticos.

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