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DeepSeek: tumultos en la web

30 de enero de 2025 00:04

China acaba de lanzar al mundo digital un nuevo sistema de inteligencia artificial (IA) que Lu Chan, uno de los creadores de ChatGPT, definió intempestivamente como una auténtica “arma nuclear” (por sus efectos en la ciberesfera): DeepSeek. No por casualidad, el lanzamiento tuvo lugar el pasado 20 de enero, el mismo día en que Donald Trump pronunció su discurso inaugural.

En tan sólo una semana, el número de sus suscriptores sobrepasó de manera considerable a las plataformas existentes. Las razones son constatables: es más eficiente, cuenta con una memoria de mayor envergadura y es más rápido y preciso. Y sobre todo: se trata de una open source, es decir, es gratuito. Además, hace visible su sistema operativo, de tal manera que los usuarios pueden modificarlo según sus necesidades, o bien duplicarlo para crear un sistema similar.

La primera reacción de la prensa estadunidense (favorable al invento chino, por cierto) fue ponderar a DeepSeek como un dispositivo que “democratiza” los usos de la red. La verdad es que la palabra “democracia” dice poco –o prácticamente nada– sobre la profundidad de este fenómeno, que ancla en el carácter radicalmente disruptivo del metabolismo que caracteriza a las tecnologías ciber: al ser gratuito, el sistema chino abatió una parte sustancial del valor de las compañías estadunidenses que ofrecían el servicio de manera privada, es decir, no como un bien público, sino como una mercancía.

Si se le observa con detalle, no existe ninguna forma de propiedad privada digital que llegue a preservarse con el tiempo. ¿No será, como sostenía Marx, que la expansión de ciertas “fuerzas productivas” acaba por inhabilitar –o poner en entredicho– “relaciones de producción” existentes?

El fenómeno pudo observarse en el breve lapso de una semana. En tan sólo un par de días, las acciones de Nvidia, la mayor proveedora de chips de IA y la compañía número uno entre las 100 empresas más poderosas del mundo en la lista de Forbes, perdieron 17 por ciento de su precio. En un abrir y cerrar de ojos, 600 mil millones de dólares –la tercera parte del PIB de México– se esfumaron de los bolsillos de esperanzados inversionistas. Lo mismo sucedió con las acciones de las otras compañías que integran el big data.

Las empresas estadunidenses, que se sentían las dueñas de la web, se revelaron súbitamente como una de las entidades más lábiles en la historia de la tecnología moderna. Agréguese que el desarrollo de DeepSeek costó tan sólo 6 millones de dólares (una bicoca en ese mundo) y que fue elaborada por un minúsculo grupo de 200 tecnólogos en tan sólo año y medio, y la inquietud en Silicon Valey es más que comprensible.

Durante años, el sistema de seguridad industrial de Estados Unidos, encabezado por el Pentágono y la CIA, trató de impedir que las empresas chinas se hicieran de los chips y el know how de la tecnología de la IA. Los ingenieros de DeepSeek recurrieron antonces a chips anticuados y modalidades inéditas de programación. Además el sistema sólo emplea la tercera parte de los chips que se utilizan en ChatGPT, y gasta apenas 10 por ciento de la energía que demanda éste último. Como decía Darwin: “La necesidad hace al órgano”. Nadie hubiera esperado un golpe tan certero desde una posición tan desventajosa.

La historia de la tecnología esconde el misterio de que cambios apenas perceptibles pueden propiciar las circunstancias para la emergencia de imperios enteros. Así sucedió con la adecuación española de la pólvora china –la “pólvora amartillada”– que hacía posible el funcionamiento del arcabuz, el arma con que los Tercios conquistaron una parte del mundo. A fines del siglo XVI, la marina militar inglesa colocó en sus buques un cañon más ligero sobre rieles para acelerar el tiempo de la retrocarga. Los cañonetes ingleses disparaban cuatro veces antes que la artillería española de “La Armada” pudiera volver a cargar. Si Benz y Daimler en Alemania inventaron el motor de combustion interna, fue la cadena de suministro creada por Ford la que dio a Estados Unidos la hegemonía sobre la industria automotriz.

¿Sucederá lo mismo con DeepSeek? Probablemente no. Pero es un severo aviso de las capacidades tecnológicas de China. Y representa sin duda una advertencia sobre los límites que impone el proteccionismo a una sociedad como la estadunidense. Donald Trump se rodeó de un grupo de billonarios, entre los cuales sin duda se encuentran quienes encabezaron la revolución tecnológica de la última década.

Todos tienen en común lo que los hizo tan poderosos –y ahora ya ineficaces–: la desregulación completa de la vida económica. Ésta ha llegado a su límite: propiciar gigantescos monopolios cuya lógica es su autorreproducción y no la elevación de la calidad de vida de la población. El fordismo (léase: empresarios preocupados por el salario de los trabajadores) quedó muy atrás.

El dilema es que la conjunción entre el nacionalismo, el sentimiento de supremacía y las burbujas financieras (como las que indujo artificialmente el big data) puede propiciar un coctel altamente ineficiente.

¿Será que MAGA no hará más que pronunciar la parte más ineficaz del sistema estadunidense?



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