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Jazz

30 de enero de 2025 08:13
La primera vez que escuché a Édgar Dorantes en vivo –hace veintitantos años– entendí a plenitud, más allá de cualquier metáfora, lo que es quedarse con la boca abierta. El joven maestro atacaba el piano con una astucia sorprendente, que igual echaba mano de pasajes sutiles y delicados para pasar en un instante a fugaces y violentos compases de gran altura, donde la mano izquierda aparecía tan ágil y propositiva como la derecha. Todo, siempre, acoplado a la perfección en un swing inagotable (aunque siempre sea mucho decir y la perfección sea siempre un anhelo).

Poco después, Édgar presentaba su primer disco: He’s coming (Edición de autor, 2004), donde ratificaba mis emocionados delirios con algunos temas propios, o improvisando alrededor de Thelonious Monk, Kenny Barron o el maestro Mario Ruiz Armengol, a quien ha admirado toda la vida.

A veintiún años de distancia, Édgar Dorantes inicia este 2025 con las alforjas cargadas de incontables colores y simientes. Ya en el jazz, ya en la música clásica, ya en la afroantillana o en ediciones especiales para niños.

Pero antes hagamos un poco de historia. Una síntesis al menos.

Édgar Dorantes nació el 18 de junio de 1971 en Córdoba, Veracruz. Ahí empezó a estudiar música con una maestra particular, hasta que a los dieciséis años se fue a Xalapa, donde estudió la carrera de música clásica en la Facultad de Música de la Universidad Veracruzana. Es en esta ciudad donde el jazz se adentró en sus venas y en su proyecto de vida.

En el año 2000 se fue a hacer una maestría en jazz en la Universidad del Norte de Texas y dos años después fue contratado por la Universidad Estatal de Valdosta, Georgia, para dar clases dejazz en las áreas de teoría, arreglos, composición, ensambles y piano. En 2004 se venció su visa y regresó a México, para abrir su primer diplomado en jazz en el puerto de Veracruz y para entrar como profesor de tiempo completo en la Facultad de Música de la UV.

Todo ello, desembocó en convertirse en 2008 en el creador de una de las instituciones más importantes en la historia toda de nuestra música: el Centro de Estudios de Jazz de la Universidad Veracruzana, el ya célebre Jazzuv, donde permaneció sólo tres años como director y docente, ya que en 2011 el rector Raúl Arias lo nombró coordinador del Departamento de Difusión Cultural de la UV.

Era una promoción muy fuerte, le comentamos a Édgar, y él nos responde:

Sí, era bastante fuerte. Ahí es cuando dejo Jazzuv. Pero al poquito tiempo, a los ocho meses, pedí mi salida de Difusión Cultural, ya que eso era demasiado, a mí me rebasaba el trabajo administrativo y político. A partir de ahí, decidí no volver a tomar ningún trabajo administrativo; por eso tampoco he regresado a la dirección de Jazzuv.

Y ahorita, con la perspectiva del tiempo, ¿cómo ves a Jazzuv? ¿Se han cumplido los objetivos iniciales?

“Tengo cinco años dando clases otra vez en Jazzuv, y también sigo dando clases en la facultad de música; así que puedo ver muy amplio el panorama. Y estoy muy contento; me gusta mucho que lo que iniciamos como una visión que yo tenía para de llenar de información cultural a la escuela, para que el jazz fuera algo normal para nosotros, que no fuera algo ajeno, algo extranjero, se ha ido logrando.

“Los festivales de jazz que organicé ahí, que también nacieron en 2008 –tú estuviste también ahí–, fueron con la intención de traer personalidades del jazz que vieran con más claridad lo que estábamos haciendo.

Esa primera visión con la que nació la escuela, y que sigue obteniendo resultados muy buenos, se ha ampliado muchísimo, gracias a todos los alumnos que han llegado del resto del país, que traen nuevas corrientes musicales de sus diferentes estados; y también los nuevos jóvenes maestros que han ingresado a Jazzuv. Se ha fortalecido la primera idea, pero se ha ampliado mucho a la diversidad cultural de la música. Ahora Jazzuv tiene más creatividad y posibilidades en nuevos estilos de música. Un ejemplo es un alumno que ya es licenciado desde hace unos años tocando el requinto jarocho; algo que nunca me imaginé.

Sí, Ik’Balam, que además construye sus propios requintos.

Así es. Y una alumna de canto egresó con puras composiciones de ella, que son una mezcla de música oaxaqueña con jarocha y con jazz. Y así salen grupos que combinan cumbia con jazz y varios casos más. Ahora hay una apertura que yo nunca visualicé. Es algo fabuloso.

(continuará)

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