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Fricciones económicas

27 de enero de 2025 00:03

El próximo secretario del Tesoro de Estados Unidos, Scott Bessent, es un inversionista prominente y administrador de fondos de riesgo. Hace poco tiempo declaró de modo un tanto pomposo y casi iluminado que: “Pude ver que en los próximos años tendremos algún tipo de gran reordenamiento económico global, algo equivalente a un nuevo Bretton Woods o, si ustedes quieren ir más atrás, algo como el Acuerdo del Acero o el Tratado de Versalles; hay una buena posibilidad de que esto ocurrirá en los próximos cuatro años y quiero ser parte de ello”.

Para refrescar la memoria: el acuerdo de Bretton Woods se concretó en 1944 con el fin de crear condiciones de estabilidad monetaria. Se adoptó un sistema de convertibilidad del dólar estadunidense en oro a un tipo de cambio fijo y con las demás monedas vinculadas al dólar. Este sistema acabó en agosto de 1971, cuando el presidente Nixon suspendió la convertibilidad del dólar al oro y se modificó el sistema de paridades fijas. El Acuerdo Internacional del Acero se firmó en 1926 para mantener los precios y dividir las cuotas entre los estados miembros y las compañías acereras, asegurando el abasto de hierro y coque para la producción. El acuerdo finalizó con la crisis económica de 1929. El Tratado de Versalles fue el acuerdo de paz firmado en 1919, al final de la Primera Guerra Mundial. La gran carga financiera impuesta a Alemania para pagar las reparaciones de la guerra, lo que no se cumplió, llevó a la recuperación de la industria en Alemania y a la gran producción de material bélico que derivó en la Segunda Guerra Mundial en 1939. El texto clásico al respecto, Las consecuencias económicas de la paz, lo escribió John Maynard Keynes ese mismo año.

Es difícil saber adónde apuntan las referencias de Bessent, tanto en un sentido económico como político e histórico. Sobre todo, lo que tienen que ver con cualquiera de las declaraciones o pretensiones de Trump para recuperar el poderío económico mediante el control de los déficit comercial y fiscal; con la gestión monetaria, que puede contravenir las pautas fijadas por la Reserva Federal, o bien con la renovación industrial de Estados Unidos, la cual propone conseguir mediante medidas proteccionistas. En todo caso indican el estado de ánimo triunfalista de la segunda versión del trumpismo.

Las previsiones acerca de las corrientes comerciales hacia 2033 apuntan, según un reciente estudio de Boston Consulting Group, a un crecimiento sostenido, impulsado por la fortaleza de América del Norte y mediante la localización productiva con el nearshoring y friendshoring; esta última se refiere a la localización de las manufacturas en países afines en términos económicos y políticos. Esto señala a la sustitución de las importaciones provenientes de China y el consiguiente aumento de las transacciones de ese país con India, Rusia, los países del sudeste asiático, África y el Mercosur.

La imposición de tarifas en muy altos rangos, como se ha planteado hasta ahora, tendría un mayor impacto en función del volumen de las importaciones de Estados Unidos en la Unión Europea, México y Canadá en los sectores de autopartes, vehículos automotores, energía, productos biofarmacéuticos y metales. En el caso de China serían los productos electrónicos, textiles, maquinaria eléctrica, químicos y autopartes. La interrelación de las corrientes comerciales está muy definida y tiene un carácter estructural creado durante un largo periodo que debe tenerse en cuenta. Esta circunstancia es muy clara en el caso de México y Canadá y tenderá a reforzarse en el marco de la política internacional que propone Trump.

En el caso de Europa, por ejemplo, según plantea el analista alemán Wolfgang Münchau, hace ya dos décadas la UE aumentó su dependencia de Rusia en el caso de la energía y de China en el caso del comercio. Esta última situación es de gran magnitud y el asunto relevante es el tipo de interconexión que hay entre la UE y China. Se trata de una corriente que abarca el abasto de insumos, la producción de componentes en otros países, el ensamblaje de productos finales tanto en Europa como en China y su importación de nuevo a la UE. Como concluye Münchau, algo verdaderamente complicado y que apunta a una guerra económica muy perjudicial para la UE.

La interrelación productiva y comercial que ocurre en el marco de la dependencia de los países de Europa central y oriental e, incluso del Benelux (Bélgica, Holanda y Luxemburgo) respecto a la economía alemana significa que las tensiones con China podrían, según Münchau, provocar en el caso de la producción manufacturera lo que Lehman Brothers representó en la crisis financiera de 2008. Esto se desprende de la estrecha interconexión en materia de producción, comercio, inversiones y financiamiento. La economía mundial, en cuanto a ese conjunto de transacciones pasa necesariamente por el sistema bancario internacional, controlado por un grupo relativamente pequeño de grandes bancos estrechamente relacionados entre sí.

Una pregunta pertinente es: ¿cómo la política comercial y financiera que Bessent habrá de guiar desde el Tesoro incidirá sobre la compleja red de relaciones económicas que se ha tejido en la era global, cuya estructura ya no se sostiene?

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