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Las memorias y las izquierdas

26 de enero de 2025 00:04

Hay una tendencia generalizada a hablar de la izquierda y de su memoria. Una forma, creo, ilusoria de reconocer realmente los diversos procesos del panorama histórico de las izquierdas. No hay una izquierda, hay varias y corresponden a diferentes proyectos. Esta es una mirada que no incluye, sino hegemoniza, típica de los que se sienten herederos de la autonombrada “izquierda de la vanguardia histórica”: el Partido Comunista como experiencia rectora. Cuando inician hablando de la izquierda, finalmente sólo se refieren a la estela de ese partido. En cuanto a la memoria sucede lo mismo, no hay una memoria, sino tantas como izquierdas hay y hubo. Esto complica en mucho el análisis, sobre todo si nos referimos solamente a los planteamientos teóricos, sin mirarlos a la lupa de una práctica real.

La memoria no es el pasado real, es lo que uno vivió y hasta cierto punto escoge para valorarlo, darle un significado hoy día. Ni tampoco consiste en levantar un monumento impoluto o una crítica devastadora. Otra cosa es pretender la memoria histórica.

Si quisiéramos avanzar en el complejo camino de recuperar las memorias para sacar conclusiones y no repetir prácticas y ensalzar teorías sin mucho sentido, tendríamos que aceptar que existieron y existen críticas a conocidas prácticas muy reiteradas y sostenidas hasta nuestros días. Se habla mucho de la democracia como herencia sólida de la izquierda, sobre todo de aquella vanguardia histórica, desde donde dicen nació ese planteamiento de unidad y lucha electoral. Se reitera en libros y artículos.

Mi memoria sobre este tema recoge las experiencias que viví. Primero en el 68, como tantos otros que nos lanzamos a las calles con volantes, que subimos a los camiones a echar rollo y que de milagro salimos vivos de Tlatelolco. Comparto la opinión de Raúl Álvarez Garín quien siempre dijo que a una gran mayoría esto nos aventó a la militancia, por muy distintos caminos.

Yo entré a la Liga Comunista Espartaco en su última versión, ya no estaba Revueltas y había un gran debate interno. Después, por ciertas peripecias, fui a Chile, donde viví la cruda división de los partidos y sus prácticas gubernamentales, frente a un creciente poder popular que germinaba en los barrios y fábricas. Cuando se dio el golpe de Estado muchos nos fuimos a Cuba, una torrencial y profunda revolución en marcha.

Mi primer contacto con el proyecto unitario fue al retorno a México en los años 80. Entré al Partido Socialista Unificado de México (PSUM). Entre todas las corrientes, el Partido del Pueblo Mexicano (PPM) me pareció la más arraigada en el pueblo y con un trabajo importante incluso en lo electoral. Alejandro Gascón había ganado las elecciones en Nayarit y su triunfo fue anulado por la violencia y el acuerdo PRI-PPS. En la revista Por Esto habíamos hecho reportajes sobre el triunfo de la Coalición Obrera, Campesina, Estudiantil del Istmo (COCEI) en Oaxaca. Gascón era indiscutiblemente un líder que encendía a las masas con su voz y presencia. Martínez Verdugo era todo lo contrario, un burócrata taciturno pero hábil, el jefe de los aparatos.

La nominación de las candidaturas marcó la profundización de la lucha interna por el control del partido. Sabíamos que el Partido Comunista Mexicano (PCM) pasaba por una confrontación interna entre los “dinosaurios” y los “renovadores“, esto pudo haber definido ciertas alianzas, pero a final de cuentas, la mayoría se plegó a la camiseta dominante.  A pesar de que el PCM se diluía aparentemente, comenzó un conjunto de prácticas que nos sorprendieron: los “aparatchiki” desplegaron control de asambleas, control de afiliaciones, control de recursos.

El control de todos estos aspectos es clave para dominar los congresos. Las batallas sórdidas se dan en los archivos, varios personajes, recuerdo a Unzueta y Posadas, estaban allí noche y día como sabuesos; una tarea farragosa que por el PPM encabezaron César Navarro y Valero. Afiliaciones aparecían y desaparecían según el bando.

Por otro lado, el control hegemónico descansó, como en muchos PC, en la descalificación: ellos eran los dueños únicos y verdaderos de la esencia marxista; nosotros no éramos más que la “Ola Verde”, expresión despectiva hacia el movimiento campesino, calificado como levanta dedos que ni siquiera sabían pensar y hablar. Muchas veces les recordamos el veredicto de Revueltas, nuestro “proletariado sin cabeza” era su verdad.

La lucha por la democracia se reducía cada vez más al predominio hegemónico. Un último dato inolvidable, el propio Jardón reconoció y anotó en su libro Itaca: la construcción de comités paralelos financiados centralmente en los estados donde predominaba fuertemente el PPM, en Nayarit el primero, en Guadalajara, en Sinaloa, Sonora, Baja California, etcétera, Jardón lo relata diciendo que Pablo Gómez, secretario general del PSUM, lo comisionó a llevar dinero a Nayarit para dicho fin. Es un testimonio valioso de un ex miembro del PCM. En 1986 nos salimos del PSUM. El PRD, heredero directo del PSUM, protagonizó las mismas prácticas y así terminó. El discurso democrático sigue repitiéndose envuelto en estas prácticas.

*Investigadora de la UPN. Autora de El INEE



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