Si bien según los primeros reportes (t.ly/mHWv5) el gobierno polaco aseguró que iba a arrestar al primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, si este atendiera la ceremonia del 80 aniversario de la liberación del campo de concentración/exterminio nazi en Auschwitz (Oświęcim en Polonia) por las tropas soviéticas el próximo 27 de enero, cumpliendo así con sus obligaciones legales y la orden internacional de arresto emitida en noviembre por la Corte Penal Internacional (CPI), Varsovia pronto se desdijo de sus declaraciones (t.ly/EcygB).
Aunque no ha habido ninguna petición para que Netanyahu asista al evento −está confirmada una “robusta delegación israelí”−, el afán incondicional de Polonia, signataria de CPI, de garantizar su “seguridad” e impunidad en Auschwitz ha de ser entendida como el mejor símbolo (t.ly/BFHoJ) del colapso ético del orden liberal dominante y la destrucción de todo el edificio de la ley internacional y derechos humanos, levantado después de la Segunda Guerra Mundial en reacción al Holocausto y sepultado hoy en los escombros de Gaza (t.ly/U8cSt), donde más de 47 mil 283 palestinos han sido asesinados (una cifra seguramente subestimada) en la “operación punitiva” de Israel contra Hamas marcada por crímenes de guerra, de lesa humanidad y genocidio, según expertos (t.ly/XgC-3, t.ly/KD__E), agencias de la ONU y organizaciones como Amnistía Internacional y Human Rights Watch.
Aun así, la aparente ausencia de Netanyahu en Auschwitz −más allá de exponer la crisis moral y los dobles estándares del orden internacional: Polonia estaría feliz de arrestar a Vladimir Putin por lo mismo (crímenes de guerra en Ucrania) y cumplir en su caso con la orden pendiente de CPI, pero no a ningún político israelí− ha de ser considerada una buena noticia para quienes valoran la memoria del Holocausto. Aunque, a fin de “evitar las controversias”, este año van a estar prohibidos los discursos políticos (t.ly/ebH8V), Netanyahu, uno de los abusadores y relativizadores más cínicos del judeocidio, seguramente iba a usar esta efeméride para justificar el genocidio en Gaza (t.ly/DUFFj).
Como en 2015, cuando en un discurso en el Congreso Mundial Sionista, distorsionando abiertamente la historia del Holocausto para los intereses políticos de Israel, transfirió la culpa por las cámaras de gas de los nazis a los palestinos (sic), al asegurar que “en realidad Hitler no quería matar a los judíos”, sino sólo expulsarlos, y que fue el gran Muftí de Jerusalén, Mohammed Amin al-Husseini, el líder nacionalista palestino, quien “le sembró la idea de quemarlos a todos” (t.ly/v_kj2).
Si bien es fácil tildar este tipo de revisionismo descarado como simples “exabruptos” −tal como en su momento, en efecto, han sido tratadas estas, igualmente impunes, declaraciones de Netanyahu−, el genocidio en Gaza, para el cual la mejor paralela no es Auschwitz, el exterminio mecanizado e “industrial”, sino −tiene razón Raz Segal− el genocidio de los herero y los nama de principios del siglo XX perpetrado por los alemanes en Namibia en reacción a la masacre de los colonizadores blancos por parte de la población autóctona (¿a que nos suena esto…?) (t.ly/tFZkT), ha sido posible justo por la imparable distorsión de la memoria de Auschwitz desde la política.
Si bien el asociado con Auschwitz lema “¡Nunca más!” tenía en sus orígenes una clara dimensión universalista y servía para alertar sobre los abusos de todo tipo de poder −una posición bien resumida por el dictum de Włodek Goldkorn, hijo de sobrevivientes y víctima de la persecución antisemita en Polonia comunista en 1968: “Si Auschwitz no sirve para defender a los más débiles [las minorías, los migrantes, los colonizados], ¿entonces para qué sirve?” Gaza, provocando de paso una aguda crisis en los propios estudios del genocidio (t.ly/_Nuw9), demostró que las instituciones de la memoria han estado “estructuralmente enfermas” (t.ly/bRp-4) y servían sólo en la defensa de Israel y su poder.
La distorsión y la instrumentalización de la memoria del Holocausto por su parte y su paralela “pasterización” en la cultura occidental −dos procesos íntimamente entretejidos de los que alertaban los estudiosos como Arno J. Mayer o Enzo Traverso−, hicieron que esta acabara puesta exclusivamente al servicio del particularismo y supremacía etnonacionalista israelí, la ocupación militar perpetua de Palestina, el colonialismo sionista, su expansionismo territorial, la búsqueda del “lebensraum judío en Medio Oriente” (t.ly/A5ODv) y la exterminación de todos los salvajes y las “bestias humanas” (t.ly/m8Mw-), los mismos impulsos genocidas que, igualmente en nombre de “seguridad” y “autodefensa” (t.ly/rw6zi) acabaron en la “invención” de Auschwitz.
Pensando en el Holocausto, Jean-François Lyotard sugirió famosamente que del mismo modo que un terremoto destruye los instrumentos utilizados para medirlo, los crímenes sin precedentes de Hitler, al volver irrelevantes los actos históricos anteriores, destruyeron la utilidad de los instrumentos existentes para medir al mismo.
Aunque Carlo Ginzburg, enemigo feroz de todo el relativismo histórico propio del deconstruccionismo, rechazó esta aseveración, apuntando que la destrucción de la memoria, junto con su rescate y preservación, es un proceso continuo que previno que la “catástrofe de Auschwitz” destruyera los instrumentos para medirla (El hilo y las huellas, p. 325-326), se puede argumentar que el genocidio en Gaza, desencadenado intencionalmente por Netanyahu (t.ly/ek3M8) −y facilitado por Estados Unidos y buena parte de Europa−, destruyó en efecto, al menos por el momento, tanto el derecho internacional, la propia utilidad de la memoria de Auschwitz, como las herramientas para medir al mismo (t.ly/8pYED).