Ciudad de México. Lorena Ramírez, atleta rarámuri originaria de Guachochi, Chihuahua, recorre diariamente la Sierra Tarahumara. La gente la mira entre cientos de árboles con su piel cobriza, faldas anchas, blusas de llamativos colores y con motivos florales, así como los pies desnudos, solo protegidos por huaraches que ella misma confecciona. En su expresión son fáciles de adivinar las condiciones extremas en las que corre, temperaturas de 40 grados centígrados o fríos extremos como en el Ultramaratón de Hong Kong, competencia que abarca 100 kilómetros por diversos paisajes del país asiático y en el que la mexicana, con heridas que su calzado y sus calcetines empezaron a provocarle en su recorrido, terminó en la posición 328 en la categoría femenil entre más de 2 mil participantes.
A diferencia de sus hermanos, la corredora que impresionó al mundo al ganar en 2017 la carrera de ultrafondo Cerro Rojo de 50 kilómetros, en un tiempo de siete horas 20 minutos con huaraches, nunca fue a la escuela. Casi siempre alguien traduce las escasas palabras que ella pronuncia.
Los corredores rarámuris no suelen entrenar para competir en ultramaratones. Su rutina incluye caminatas largas por la sierra, montes que se abisman en vertical y se pierden, reaparecen y se anudan sobre sí mismos hasta desembocar en un valle por el que se desliza algún río. Ese nivel de actividad física le ha permitido a Lorena colocarse entre las mejores corredoras de la región.
“¿Cuántos kilómetros con esos huaraches?”, pregunta a la campeona de distancias extremas su hermano Mario en el inicio del documental de Netflix Lorena, la de pies ligeros, dirigido por Juan Carlos Rulfo y presentado en 2019. “Fácil como unos 500”, responde ella. “Nunca creí que sería una buena corredora ni que ganaría. Mientras me dé el cuerpo, voy a seguir haciéndolo”. Con esa extraordinaria resistencia para probarse entre los rivales mestizos o chabochis, como los nombran los rarámuris, la chihuahuense de 30 años cruzó la meta hace una semana en Hong Kong, con un tiempo de 26 horas, 2 minutos y 12 segundos, ante cientos de personas que llegaron por carreteras llenas de curvas, donde es posible no ver un auto en decenas de kilómetros.
Correr para vivir
La carrera de Lorena terminó cuando el agotamiento hizo más duros sus pasos. Las lesiones en sus pies, causadas por el material de sus huaraches y calcetas, la obligaron a sentarse sobre unas sillas de plástico para ser atendida por los médicos de la competencia. No es la primera vez que le pasa. Solo en competencias como el Maratón de la Ciudad de México, en superficies de cemento, acompaña su tradicional atuendo con tenis deportivos. Como muchos indígenas tarahumaras, ella solo corre para vivir, porque lo más importante no está en sus pies, sino en la mente.
No tiene un empleo fijo y tampoco va con cronómetro en mano cuando atraviesa arroyos y sigue veredas. Su dieta incluye frijoles y pinole, guisos de papa y tortillas de harina recién hechas en la leña.
Y a pesar de lo duro de cada expedición, su corazón le sigue pidiendo llegar hasta el pico de una nueva montaña. No importa cuánto tarde su conquista.