La acumulación capitalista neoliberal globalizada se caracteriza por una contradicción evidente en cuanto a los estados nacionales existentes. Por un lado, reafirma el pretendido derecho a la expansión del capital en cualquier parte del mundo, reclamando la disolución de fronteras y manteniendo estrategias económicas y políticas, incluso militares, contra estados nacionales, como Cuba y Venezuela, que defienden su soberanía territorial, sus recursos naturales y su fuerza de trabajo, y, por el otro lado, en su condición de metrópolis del sistema imperialista mundial, actualmente hegemonizado por Estados Unidos y sus socios subalternos europeos, aplican medidas proteccionistas, levantando muros kilométricos para impedir la “invasión” de migrantes e imponiendo aranceles en defensa de “sus mercados”.
Oscilan entre el universalismo que proclama el fin de las naciones y lealtades nacionales, por un lado, y por el otro, la práctica de un nacionalismo exacerbado de corte expansionista, que en pleno siglo XXI, con la llegada de Donald Trump a su segundo mandato, busca quedarse con Groenlandia, reconquistar el Canal de Panamá, anexarse Canadá, e intervenir militarmente en México, con el gastado pretexto de considerar a los cárteles del capital delincuencial como “organizaciones terroristas”, cuando, en realidad, esta “única nación indispensable”, según Barack Obama, es la promotora del terrorismo global de Estado.
En nuestras naciones, esta contradicción se expresa en el permanente ataque a identidades nacionales y étnicas que defienden sus territorios y recursos, la búsqueda constante por fragmentar y debilitar las estructuras comunitarias, los sentimientos nacionalitarios y de clase, la identificación con la historia de las resistencias populares contra la opresión y la explotación capitalistas y los poderes neocoloniales.
En el proceso de la formación del Estado-nación la historiografía hegemónica ha enfatizado el papel jugado por las clases dominantes, dejando en la penumbra la impronta étnico-lingüística-cultural de pueblos originarios y clases trabajadoras, ese sujeto histórico protagónico que denominamos genéricamente como pueblo-nación. Estos pueblos-nación, que también forjan patria y elaboran y trasmiten sus propias historias y narrativas desde abajo y a contracorriente, han jugado un papel fundamental en las luchas por la independencia nacional contra el colonialismo español, en primer término, y en las resistencias contra los proyectos expansionistas de Estados Unidos y potencias europeas en América Latina, y en los procesos de reforma y revolución social, hasta nuestros días.
En esta dirección, es notable la trascendencia de los pueblos indígenas en nuestra América, con sus procesos de organización sintetizados en la demanda central por la autonomía, con el caso paradigmático de los mayas zapatistas, que recién celebraron el 31 aniversario de su histórico levantamiento armado, junto a un nutrido y representativo acompañamiento nacional e internacional. Una autonomía que se practica como resistencia que promueve el desarrollo y la plena concientización transgeneracional de sujetos autonómicos capaces de ejercer su libre determinación, aún en condiciones de permanente acoso del capital corporativo y sus agentes estatales y delincuenciales.
El subcomandante insurgente Moisés, vocero del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, lo expresaba así: “Aquí estamos. Hace 31 años nos dejaron la tarea nuestros compañeros caídos, nos dejaron encargados, encargadas de continuar la lucha. […] Cumplimos ya una parte con nuestro gobernar autónomo. […] Con nuestra digna rabia vamos mejorando. Encontramos ya la otra forma de cómo gobernar en la autonomía donde el pueblo manda. Descubrimos dos armas en la lucha pacífica, que es resistencia y rebeldía. […] Ya lo vimos que sí se puede. Se necesita organización para estas dos armas de lucha pacífica, resistencia y rebeldía. Treinta y un años vamos demostrando lo que estamos construyendo en nuestra práctica, testigos son los que están presentes y los demás hermanos del pueblo de México y del mundo: la verdad, cumplimos nuestra palabra de que no queremos la guerra y queremos dejar claro que no nos obliga al sistema capitalista, pero también queremos dejar claro que estamos preparados y preparadas para defendernos. No estamos amenazando, estamos diciendo la verdad, nos vamos a defender si nos vienen a atacar. Todos los males del sistema ya los vivimos, ya los conocemos, ahora nos toca hacer el cambio. Nosotros los pueblos explotados sabemos cómo queremos una nueva vida, una nueva sociedad” (https://acortar.link/xzR8qC).
Importante mensaje que expresa el momento crucial en que la autonomía, en los ámbitos rurales y urbanos, y en la capacidad de organizarse, desde abajo y a la izquierda, se constituye en la piedra base de las luchas anticapitalistas.