A pesar de lo anterior, las burocracias específicas desarrollan, por necesidad, sus propios intereses particulares. Sus interrelaciones son en algunos aspectos competitivas, lo que se expresa en formas de negociación. Esto deriva, en parte, de la lógica general de las organizaciones jerárquicas en las que las posibilidades de avance individual en la escala del poder se entrelazan con el peso y jurisdicción de la actividad de la burocracia específica a la que se pertenece. Los funcionarios son responsables no sólo del logro sustantivo en las tareas, sino también del funcionamiento suave y pacífico del dominio administrado. Para mantener el campo de su autoridad pacificado, cada sección burocrática tiene que intentar influir en la fijación de objetivos universales en una dirección que exprese los objetivos particulares de aquellos que están involucrados en, o son afectados por, las actividades del sector social. Así, los intereses de la oficina se vuelven hasta cierto punto expresiones de varias demandas sociales más amplias. Esto se expresa, sobre todo, en la competencia entre oficinas por fondos presupuestarios. El P trata de mantener estas pugnas bajo control. Sin embargo, estas tendencias autonomistas no son sólo inevitables, sino altamente funcionales para asegurar la reproducción normal de todo el sistema de dominación. Dada la ausencia casi total de una arena de política pública, los intereses diferentes y parcialmente opuestos de varios grupos sólo cuentan con las voces de esas burocracias. ¿A qué tipo de grupo social pertenecen los miembros del aparato de poder descrito? ¿Constituyen una nueva clase –la clase gobernante de las sociedades tipo soviéticas–? Ésta es la pregunta más importante, y más disputada, sobre la estructura social de estas sociedades. GM se siente restringido a la observación elemental e incontrovertible, que en la historia de estas sociedades el personal del aparato ha estado sujeto a un proceso de homogenización y consolidación de un grupo social único, distinto. En el periodo inmediato posterior a la transformación anticapitalista, el aparato del Estado estaba tripulado por personas provenientes de dos medios sociales con funciones diferentes: funcionario políticos con frecuencia de origen de clase obrera, que fijaban los objetivos y ejercían el control, y también de especialistas burgueses de los estratos tradicionales de intelectuales/profesionales que proveían las especialidades técnicas. Pero en el curso de evolución de los regímenes, la marcada distinción entre estos dos tipos sociales de los agentes del poder ha venido desvaneciéndose sin desaparecer del todo. Se mantiene, vagamente, una diferencia entre tecnócratas y burócratas políticos y hay con frecuencia fuertes sentimientos de resentimiento entre ellos. En las sociedades tipo soviético las disparidades entre estos dos grupos son menos significativas que en Occidente; en las primeras las diferencias originalmente muy pronunciadas en nivel cultural, estilo de vida, etc., están desapareciendo rápidamente. Los puestos no son, por supuesto, heredados. El acceso a, y el avance en él, siempre depende en última instancia del principio: aceptación del individuo por el aparato. En estas condiciones, los miembros del aparato no constituyen ni podrían en su reproducción constituirse como grupo totalmente cerrado. Los hijos de los miembros tienen grandes ventajas, por el privilegio parcialmente formalizado (para personas en alta posición) y en parte práctico de asegurar para ellos acceso a la educación superior, que se ha vuelto la precondición formal más importante para el avance. Las conexiones personales a través de las cuales los padres pueden apoyar sus carreras también les da ventaja. Nos parece, concluye GM, absolutamente legítimo concebir a los miembros del aparato como un grupo único, homogéneo. Los miembros de este grupo ocupan todas las posiciones de poder social y de mando en las sociedades tipo soviéticas y usan estas posiciones para reproducir y extender las condiciones materiales y sociales de su dominio corporativo. ¿Constituye entonces este grupo una nueva clase gobernante?
¡Esta semana cumplí 30 años de escribir semanalmente en La Jornada!