Si Lenin se hubiera propuesto ser uno de los profetas de la era capitalista, no lo habría conseguido con tanta precisión como hoy podemos ver que resultó. El capitalismo adquiere una nueva dimensión imperialista. Se trata del tecnoimperialismo –al que Yanis Varoufakis considera un tecnofeudalismo– al que sirven de escolta el imperialismo de las finanzas y el imperialismo territorial. Donald Trump, su representante de turno, aspira a ser, apoyado en Elon Musk, el Carlos V del siglo XXI.
Algunos intelectuales que nacieron en el siglo XIX eran sin duda visionarios. Thomas Mann (La montaña mágica, Los Budenbrook) era un anticomunista, pero también un hombre con sentido común que abrevaba en la historia. En una conferencia en Los Ángeles (1940), dijo: “Déjenme decirles la verdad: si alguna vez el fascismo llega a Estados Unidos, lo hará en nombre de la libertad”.
Esa frase fue recuperada por el filósofo holandés Rob Riemen en su obra Para combatir esta era. Consideraciones urgentes sobre el fascismo y el humanismo. En una entrevista, señala que Trump tiene todas las características del fascista: “Se presenta como alguien que no forma parte del mundo de la política y nos va a salvar; apela a los peores instintos: explota el odio. Es el mayor mentiroso profesional de los tiempos recientes. El arte de mentir es esencial en toda forma de fascismo. Él necesita de chivos expiatorios”. Entre ellos menciona a los mexicanos. A esos chivos expiatorios hay “que regresarlos al lugar de donde vinieron y todo volverá a estar bien”.
Riemen se ciñe al mundo de los valores y no toma en cuenta el momento de sinergia capitalista que vivimos entre la producción, el mercado, la ciencia y la tecnología. De esta sinergia se ha expulsado a las ideas. Los mercaderes las sustituyen con la publicidad y los políticos con la propaganda. En ambas fincan su hegemonía.
Si individuos como Trump y Musk no fueran producto de la mayor concentración histórica de la riqueza, las armas, la tecnología, los instrumentos de control y aculturación masiva (cine, radio, televisión, prensa, redes sociales), el intento fascistoide de conquista de ambos personajes no saldría de las fronteras de Estados Unidos. Y Trump no habría pasado de ser el “sucio estafador inmobiliario”, según la diatriba que le lanzó Robert de Niro frente a la puerta del tribunal que lo juzgó y condenó dándole por pena la impunidad. Ese delincuente está convertido, concluyó De Niro, en un payaso que quiere destruir el mundo.
La concentración de la riqueza ha dado lugar a la construcción de un poder imperial multidimensional de tendencias fascistas. Este imperialismo vuelve peligrosos a individuos como Trump, Musk y sus Rambos para el resto de la humanidad, como ya se está viendo.
La combinación de dinero, tecnología y manipulación ha permitido que el fascismo crezca bajo una fantástica simulación: la de la libertad y la democracia. Por libertad los estadunidenses entienden escoger sin obstáculos entre millones de artículos, y por democracia unas elecciones donde sólo compiten los candidatos representantes de aquellos que pueden aportar a una campaña millones de dólares, como lo hizo Musk.
Ahora bien, ¿quiénes han sido los responsables de esa increíble deformación? Los gobiernos liberales, de medio o centroizquierda (llamados progresistas). Son ellos los que han permitido, mediante leyes y prácticas ilegales, la conformación de oligopolios y monopolios cuyos dueños son de derecha o patrocinan a las organizaciones y partidos que la representan (como, entre nosotros, Ricardo Salinas Pliego, José Antonio Carbajal o Germán Larrea). Pero se asombran –cándidos o fingidores, ¿no, Biden?– del avance de la derecha que ha crecido, sobre todo en América y Europa.
Hoy se torna más transparente que nunca la dictadura de la clase capitalista y su poder encarnado en un individuo al que sólo le falta el bigotito y Charles Chaplin para parodiarlo. Pero los gobiernos de los países capitalistas amenazados por el gran dictador no aciertan a hacer nada que pueda neutralizarlo ni a contener el control social que ejerce el tecnoimperialismo encabezado por Musk.
Hay propuestas que deben considerarse. El brasileño João Pedro Stédile precisa que no es suficiente ser solidario con Venezuela, Cuba y Palestina; es necesario dar la lucha en “nuestras tierras” (La Jornada, 12/1/25). Pablo Iglesias (La Base) propone la creación de una empresa pública y democrática (nacional o, mejor, regional) semejante a la de los gigantes digitales de propiedad privada y al servicio de la dictadura imperialista. Heinz Dieterich señala la necesidad de crear un bloque regional de poder y un bloque regional de poder popular (La Jornada, 9/1/25) en la perspectiva de fortalecer los objetivos de la izquierda.
En la actual coyuntura no se puede esperar la formación de un bloque de poder regional ni en la renovación de organizaciones que han perdido ímpetu, como el Foro Social Mundial.
Hoy como nunca se puede pensar, por lo menos para América, en una organización ciudadana que sea la contraparte de la OEA. Podría ser a partir de las organizaciones civiles democráticas más visibles en el continente. Entre todas podrían conformar un comité de coordinación general enlazado a coordinaciones nacionales que intentaran extender su influencia a gobiernos, partidos y grupos políticos, académicos, sindicatos, agrupaciones civiles comprometidas con la soberanía, la defensa de los derechos humanos, los movimientos sociales, el ambiente y, de manera particular, la calidad de vida de los trabajadores del campo y la ciudad.
El debate está abierto y algunos de sus aspectos fueron abordados el pasado fin de semana en el quinto Encuentro de Unidad de las Izquierdas.