Abreviado en MAGA, el eslógan “Make America Great Again!” (“Haz que Estados Unidos sea grande otra vez” o “Que Estados Unidos vuelva a ser grande”) es el pegadizo lema político que identifica a Donald Trump y a sus seguidores. Inspirada en una consigna muy semejante de Ronald Reagan y repetida en las campañas victoriosas de 2016 y 2024, MAGA se ha popularizado como marca agresiva, en llamativas gorras de explosivo color rojo que alardean todos los fanáticos del magnate republicano.
MAGA es un grito de guerra, el de un poderoso movimiento político que casi está sustituyendo al Partido Republicano tradicional. Con una ideología ultraconservadora específica y el proyecto de resucitar el sueño americano en el sentido más reaccionario.
MAGA es asimismo la expresión del nacionalismo blanco estadunidense. La nostalgia de los tiempos en que una América de mayoría eurodescendiente, anglosajona y protestante definía la identidad estadunidense.
MAGA es, de igual modo, la retórica de la mentira como argumento desestabilizador. El recurso sistemático, vía las redes sociales, a una comunicación masiva de ataque que sepulta al adversario bajo una avalancha de fake news, de hechos alternativos y de posverdades...
MAGA es, en fin, una loca idea de dar marcha atrás a la historia: un proyecto de neoimperialismo, de supremacismo, de restauración colonial monroísta... En resumen: un peligro para la democracia y para los pueblos del mundo.
Hay que reconocerlo: desde el punto de vista comunicacional, MAGA –cuatro letras que dicen tanto– constituye el mayor éxito publicitario desde la invención de la publicidad política.
Por eso propongo que, en una operación de guerrilla semiológica, desviemos en provecho nuestro la formidable energía del maguismo. Y que, en un efecto bumerán, renviemos al adversario con mayor fuerza su propio mensaje.
¿Cómo? Distorsionando su significado y oponiendo nuestra propia MAGA a la MAGA trumpista. ¿Y cuál es nuestra MAGA? La que conforman las iniciales de cuatro inolvidables héroes de la democracia y de la libertad –Mossadegh, Árbenz, Goulart, Allende–, víctimas precisamente de ese neoexpansionismo estadunidense que Donald Trump llama MAGA en sus gorras. Para que MAGA no sea proyecto de restauración imperialista, sino signo indeleble de sus crímenes.
La M de nuestra MAGA es la de Mohammed Mossadegh, primer ministro de Irán, elegido democráticamente, que la prensa occidental satanizaba y presentaba como “un loco furioso” y un “peligro para el mundo”. El 19 de agosto de 1953, cuando Irán ya se hallaba bloqueado por Londres y Washington porque el petróleo había sido nacionalizado, un golpe de Estado –la Operación Ajax– organizado por la CIA derrocó a Mossadegh, un demócrata, un patriota.
La primera A de nuestra MAGA es la de Jacobo Árbenz. En Guatemala, en 1954, la empresa estadunidense United Fruit Company poseía más de 50 por ciento de las tierras cultivables, pero apenas explotaba 2.6 por ciento. Semiesclavizados, los campesinos percibían unos jornales de miseria. El general Árbenz, presidente elegido en comicios democráticos, promulgó una reforma agraria. Estados Unidos y todos los medios occidentales lo satanizaron acusándolo de ser “agente del comunismo internacional”. Con la complicidad de la CIA, Washington organizó un golpe de Estado y, el 27 de junio de 1954, derrocó al presidente Árbenz, un demócrata, un patriota.
La G de nuestra MAGA es la del presidente Joao Goulart. En Brasil, Goulart había sido elegido democráticamente. Apenas instalado, el mandatario anunció una reforma agraria y la nacionalización de las refinerías de petróleo. De inmediato, la prensa comprada por la CIA satanizó a Goulart, mientras Washington organizaba un golpe de Estado militar. El 31 de marzo de 1961 fue derrocado el presidente Goulart, un demócrata, un patriota.
La segunda A de nuestra MAGA es la de Salvador Allende. En Santiago de Chile, en 1970, Allende gana la elección presidencial. En seguida procede a una histórica nacionalización del cobre y de la banca, lanza una reforma agraria e implementa un sinnúmero de medidas sociales. Ni la derecha ni Washington lo aceptan. Los medios, siguiendo un programa diseñado por la CIA, lo satanizan. El 11 de septiembre de 1973, con la complicidad de oficiales traidores, Washington organiza un golpe de Estado y derroca al presidente Allende, un demócrata, un patriota.
Cada vez que veamos el acrónimo MAGA en una gorra roja, pensemos en nuestra MAGA, en Mossadegh, Árbenz, Goulart y Allende, los cuatro héroes de la libertad. Entre 1953 y 1973, el destino de estos cuatro grandes líderes demócratas fue muy representativo de muchas otras experiencias democráticas en América Latina, África, Asia e incluso Europa, truncadas con infinito cinismo, con base en campañas mentirosas, por el imperialismo estadunidense desinhibido y feroz que Donald Trump desea restablecer, en nombre de la libertad...
*Periodista. Autor del libro La era del conspiracionismo. Trump, el culto a la mentira y el asalto al Capitolio