Los falsificadores de la historia cuyas mentiras descaradas exhibí en este diario a lo largo de 2012 quedan cortísimos en sus barbaridades ante los poderosos refuerzos que han recibido desde la extrema derecha española. Ya estaban ahí, pero fue la respuesta a la carta que AMLO envió en 2019 al rey la que nos abrió los ojos sobre la proliferación de asociaciones, centros de estudio, congresos, libros y, sobre todo, youtuberos, tiktokeros, tuiteros y think thanks dominados por la más burda falsificación de la historia.
La carta de AMLO sacó de sus agujeros de allende el Atlántico o del Cono Sur (iguales de racistas, como tan parecidos fueron Videla y Franco, y hoy Milei y Abascal) a personajes como Elvira Roca Barea, Santiago Armesilla, Marcelo Gullo, Patricio Lons, Pedro Baños, Juan José de la Lama, y cuentas en redes sociales con pomposos e imperiales nombres, que alimentan ideológicamente a Vox (la relación es directa y nítida) y a las derechas latinoamericanas. Y más recientemente a la derecha mexicana que, como parece gallina sin cabeza, necesita cualquier discurso, el que sea, para no caer al suelo.
El discurso de los ideólogos de la ultraderecha española era para consumo interno, para que los españoles de a pie soñaran que ser imperio, que encabezar la “iberósfera” los sacaría de los problemas creados por esa misma derecha que los engatusa. También, para fortalecer el discurso histórico oficial en que han fundado la identidad nacional española sus tres últimos jefes de Estado (Franco, Juan Carlos y Felipe), de la que ya hemos hablado (https://acortar.link/ fWuOOE). Por eso, ese discurso no había llegado a México salvo marginalmente antes de la carta de AMLO.
¿En qué consiste ese discurso? La piedra sillar, el inicio del discurso (en lo que a nosotros respecta, porque antes hablan de “moros y cristianos”, “reconquista” y otros cuentos) es una brutal e increíblemente racista leyenda negra contra Mesoamérica, y en particular contra México-Tenochtitlan, con cuentos y cuentas que dejarían pasmados a los buenos padres de San Francisco de los siglos XVI y XVII, que estaban convencidos de que aquella civilización era –literalmente– cosa del diablo. Así, se montan en las mentiras más extravagantes para asegurar, muy orondos, que los españoles vinieron a salvar, civilizar, liberar a las masas indígenas del más absoluto terror y el más primitivo atraso.
El lenguaje es brutal. Pongamos ejemplos, sin necesidad de citar la fuente exacta, pues todos son iguales: “A España no le perdonan ser la hija dilecta de la Iglesia… a España no le perdonan haber derrotado al mal” (el diablo mismo). “Cuando llegó el almirante, vivían en el neolítico… y practicaban el canibalismo. Sólo existían dos centros, digamos, urbanos; Tenochtitlan y Cuzco” (este, autor de libros y concurrente a congresos académicos, se comió miles de ciudades). “Los aztecas… era un imperialismo antropófago y estaban provocando una carnicería: se comían más gente que la capacidad de reproducción de los pueblos que dominaban… México debe agradecer a España que le haya llevado la mejor civilización del mundo, lo mejor de la cultura occidental” (al que dijo esto lo llevan a todos los congresos y canales de televisión). En fin: “Creo que es bastante probable… que los primeros españoles que contemplaron el… tzompantli, sintieron algo parecido a lo que pensaron los aliados al liberar los campos de concentración. Nunca hubo una civilización más sangrienta que la mexica. Y mucho menos en el siglo XVI, igual que los asquerosos nazis el siglo pasado”. Rematemos con la más “académica” de esta cuerda: “lamentar la desaparición del imperio azteca es más o menos como sentir pesar por la derrota de los nazis en la Segunda Guerra Mundial”. Podría sumar decenas de citas por el estilo. Basta con éstas.
Tras presentar a los “aztecas” como la civilización más horripilante del mundo y de todos los tiempos, incluso mediante la reductio ad Hitlerum, estos señores presentan al imperio español en América como el paraíso terrenal, jauja, que se acabó abruptamente por culpa de ingleses y franceses (sí, los mismos que siempre nos dicen que les echamos la culpa a otros) y sus demoniacos agentes Hidalgo, Bolívar, San Martín, Morelos, Sucre, Guerrero…
¿Cuál es el objetivo real de todos estos absurdos? Sin duda, apuntalar el tambaleante discurso histórico oficial en que se sustenta la tambaleante monarquía. También, vender humo político al electorado español y tratar de rescatar a la derecha mexicana hundida en la intrascendencia. Pero también, reforzar la presencia económica de España a través de empresas depredadoras como Ibedrola o BBVA, y el sueño guajiro de que ese reino se coloque a la cabeza de una imaginada “iberósfera”. Todo lo demás que estoy pensando sobre esos sujetos que insultan a mi patria no cabe en negro sobre blanco en nuestras páginas de La Jornada.