Ciudad de México. Los aplausos eran un golpeteo rítmico, casi sincronizado, de que esos que hacen vibrar el pecho. A Fito Páez apenas le dio tiempo de dar los últimos golpes al piano, para hacer una reverencia al público, y con eso capturar la energía de ese acto repetitivo de las palmas. Terminaba Un vestido y un amor, la séptima canción del concierto que el cantautor argentino rindió la noche del martes en el Auditorio Nacional, después de su histórica presentación en el Zócalo de la Ciudad de México, donde más de 80 mil personas corearon sus éxitos.
Paez traía sus movimientos calculados, y aprovechó que el público estaba en vilo para soltar: Tumbas de la Gloria y La Rueda mágica, que los asistentes siguieron verso tras verso. Desde el escenario, el rosarino más que un cantante -por momentos— parecía un director de orquesta que abanica los brazos de arriba abajo para guiar al coro que es su público. “Muchas gracias, México, por este silencio tan hermoso para que las canciones atraviesen corazones y lleguen hasta donde tienen que llegar”.
Fotos: Sergio Hernández Vega
Fito ofreció un concierto de dos horas, en donde interpretó 22 canciones, que fueron un recorrido por sus éxitos. El viaje comenzó con El amor después del amor, Dos días en la vida, La Verónica y Tráfico por Katmandú. “Yo vengo de un lugar que se llama planeta Tierra, y muy cerca de mi casa nació una persona exótica, delirante, que nunca se dejó llevar por lo que pasa allá afuera, y que nos deja un legado a todos. Dedico esta canción a Luis Alberto Spinetta”, dijo Páez antes de interpretar Pétalo de sal.
En la presentación destacaron los arreglos musicales, la participación de sus guitarristas en Ciudad de pobres corazones y el acompañamiento de su corista en Detrás del muro de los lamentos. Fue un evento dinámico, mercado por los juegos de luces, proyecciones en pantalla de colores vivos: rojos, verdes. Fito no solo iba de un lado a otro del escenario sino que pasaba de melodías calmadas a otras mas rítmicas. “Que preciosura. Ay no, no, me ponen re loco. Me refriquea, estoy concentrado en la música”, decía el ruborizado cantautor frente a un público que no dejaba de ovacionarlo. “No sé si alguien se merece tanto amor”, agregó.
Siguieron Sasha, Sissi y el circulo de baba, Detrás del muro de los lamentos, La balada de Donna Helena, Brillante sobre el Mic, A rodar mi vida, 11 y 6, Circo Beat, Al lado del camino, Ciudad de pobres corazones, Cadáver exquisito, Dar es dar, Mariposa Tecknicolor. El cierre fue con Dale alegría a mi corazón que fue un intercambio a capela entre Fito y su público, hasta que las luces se apagaron.
Entre el público de Fito estaba Fabiola Nava Ramirez, de 38 años de edad, quien escuchó por primera vez Llueve sobre mojado cuando tenía 9 años. En ese entonces no había Internet ni redes sociales, y fue hasta una década después que un amigo le consiguió los discos y comenzó a seguir la carrera musical del rosarino. “Después de 20 años de ser su seguidora es la primera vez que lo veo en vivo. Estoy muy emocionada”. Otro de los asistentes es Santiago de Los Ríos, de 19 años, quién comezó a escuchar a Fito desde los cinco años. Es parte de la herencia musical de su padre. “Nuestra canción favorita es Al lado del Camino, cuando estamos enfiestados o muy alegres, siempre la cantamos, es como nuestro himno”. Santiago estuvo el sábado en el concierto del Zócalo, y considera que esta segunda presentación de Fito fue un encuentro más íntimo con sus seguidores. Eladio Manjarrez, de 68 años, vino al concierto con sus esposa María Teresa y sus hijas Frida y Alín. Su gusto por el rock argentino fue el camino que lo conectó con Fito. “Escucho sus canciones a todas horas, sobre todo los fines de semanas mientras arreglo algún desperfecto en el patio de la casa”.
Este miércoles se realizará el segundo concierto de Páez en el Auditorio Nacional.
