El caos global que anticipa Donald Trump ha alterado a fondo la vida política del planeta. En corto plazo irá aclarándose el alcance efectivo de sus ruidosos gruñidos. Para todo efecto práctico, debiera ser claro, ha sido elegido un personaje bicéfalo: Donald Trump/Elon Musk. Las ideas, los propósitos, los modos, nacen de esas dos cabezas que, por decisión de Trump, son sólo una. Hasta ahora. Están por verse los avatares que Trump provocará y los efectos de sus arrebatos.
Estamos conociendo el extremo del neoliberalismo; no parece haber más allá. La victoria electoral de Trump/Musk es, directamente, el gobierno del gran capital. El Partido Demócrata (PD) ha sido empujado hacia una ladera resbaladiza de la política. El trumpismo ganó el Colegio Electoral y controla ahora el Poder Ejecutivo, el Poder Legislativo (ambas Cámaras) y la Corte Suprema le es favorable. Estamos siendo testigos, adicionalmente, del alineamiento de múltiples gobiernos del mundo con un mandatario de EU que ya se piensa, como ningún otro, presidente imperial planetario.
Somos testigos, asimismo, del alineamiento con Trump de los grandes capitales de las áreas tecnológica y financiera, fracciones dominantes del capital en el presente. Con Trump se han alineado los grandes bancos y fondos de inversión; a principios de noviembre Citigroup, JP Morgan y Goldman Sachs vieron aumentar el precio de sus acciones, en un ambiente propiciado por los avisos de Trump de rebajar los impuestos corporativos de 21 a 15 por ciento y de eliminar drásticamente las regulaciones a las empresas.
JP Morgan jugó abiertamente a favor de Kamala Harris, pero ahora ya ha debido rectificar. En el mismo caso se hallaba BlackRock que apostó a los demócratas. Durante años BlackRock se inclinó por la inversión en descarbonización como una “oportunidad rentable y sostenible”; “la tecnología para la descarbonización es el futuro”, dejó dicho en 2022. Ahora, bajo la presión de un clima político trumpiano hostil hacia las políticas verdes, BlackRock ha decidido abandonar lo que llamaba su compromiso con la sostenibilidad. Todos van sumándose al primer gobierno del gran capital.
El PD dijo alguna vez ser favorable a los trabajadores asalariados. Pero desde el gobierno de Bill Clinton (1993-2001) se convirtió en el partido de Wall Street. Hay, no obstante, una diferencia: el Partido Republicano dio paso y convirtió a Dondald Trump en su dirigente, su candidato y ahora presidente de EU. El Partido Demócrata no ha dado paso a un Jamie Dimon (JP Morgan) o a un Laurence Fink (BlackRock), ni como dirigente político, ni como candidato. El Estado constituye el nucleo central de la esfera política. En ese espacio institucional los adversarios políticos se encuentran.
El partido que ha ganado una contienda política ocupa el espacio principal y el, o los otros partidos, ocupan lugares secundarios: ahí mantienen acuerdos y desacuerdos, compromisos y posturas dispares. Los grupos y clases de la sociedad participan en la política a través de los partidos que los representan. Los intereses del capital (ampliamente dominantes) y su operación, son defendidos en el seno del Estado, siempre mediados por la política: los acuerdos y disensos entre representaciones políticas diversas.
El gobierno del gran capital que con Trump/Musk se ha constituido en EU, ha reducido a su mínima expresión la mediación política. No gobierna una representación política del gran capital; gobierna el gran capital. Más aún si, como ocurre, el adversario político del Partido Republicano, el PD, es representante político destacado de los intereses de Wall Street (JP Morgan, Goldman Sachs, Deutsche Bank, Citi y otros tiburones semejantes).
Los asalariados y los de abajo en general han quedado más lejos que nunca de una mediación política que en alguna medida los proteja. En un largo proceso han sido literalmente excluidos. Los sindicatos de los trabajadores asalariados deben tenerlo claro como el agua, pero sus voces se volvieron inaudibles. Tesla, de Elon Musk, es la única empresa automotriz sin sindicato. Un gran número de personajes, partidos y gobiernos de derecha por el mundo están de plácemes por la elección de Trump.
Meloni o Milei, Bukele o Bolsonaro; Víctor Orban (durante meses anunció que abriría varias botellas de champán si Trump volvía), Alicia Weidel, de AfD (Alternativa para Alemania), y una larga fila ya se proponen avanzar sus planes contra los pueblos. La presidencia imperial de Donald Trump, en tanto, pronuncia feroces apetitos territoriales, como en los albores colonialistas del nacimiento del capitalismo en el siglo XVI. Quiere a Canadá, y a Groenlandia y, de vuelta, al Canal de Panamá…, y ... y … EU pasa un momento de recuperación de su dominio planetario, pero Trump actúa como si estuviera gravemente amenazado. Así son las ambiciones insaciables del imperio. Un tiempo borrascoso bufa por el planeta. Explotar más aún a los pueblos provocará una reacción necesaria. En México cerremos filas por lo pronto.