El 7 de enero de 1907 es una fecha histórica para la clase obrera mexicana. Ese día, el gobierno de Porfirio Díaz ordenó una brutal represión contra los trabajadores textiles de Orizaba, cuyo epicentro fue la fábrica de Río Blanco, la del sector mejor organizado y combativo. Habían realizado grandes jornadas de lucha.
Sumidos en la miseria, trabajaban 14 horas diarias. Ganaban salarios de hambre. Los obligaban a comprar en las tiendas de raya productos caros y de mala calidad. Eran vigilados y castigados por los capataces, representantes de los dueños, muchos de ellos, españoles, franceses o ingleses. No tenían derecho a indemnización por accidentes laborales; si se dañaba una pieza tenían que pagarla.
En octubre de 1906 estallaron huelgas en las fábricas de Santa Gertrudis y Santa Rosa, en protesta por la reducción de salarios. Se levantaron sin lograr sus objetivos, pero estallaron otras dos en San Ángel y San Antonio Abad, en la Ciudad de México. Pedían aumento de salarios y reducción de la jornada. En diciembre se fueron a huelga 30 fábricas textiles de Puebla y 10 más de Tlaxcala.
Los patrones se unieron en el Centro Industrial Mexicano para hacer frente común a los obreros. Emitieron un reglamento que establecía una jornada de 6 am a 8 pm, con 45 minutos para desayunar y comer. Prohibía leer periódicos o revistas. Mantenía las multas y el derecho patronal a despedir a quienes crearan desórdenes.
Los obreros elaboraron su propio reglamento. No aceptaban pagar las refacciones; exigían poder leer revistas; rechazaban las tiendas de raya y despidos por actividades sindicales; exigían que el patrón pagara la mitad de gastos por accidentes laborales y salarios diferenciados por tipo de trabajo, y solicitaron la mediación del presidente Díaz, que los patrones rechazaron y organizaron un paro patronal en Orizaba, Querétaro, Distrito Federal y estado de México. 30 mil trabajadores no pudieron entrar el 24 de diciembre de 1906. El 31, los patrones aceptaron la mediación presidencial.
Díaz se reunió con ambas partes el 3 de enero de 1907. El 4 emitió un laudo que establecía el fin del paro para el 7 de enero; que las multas fueran para ayudar a viudas y huérfanos de los trabajadores; que sólo pagaran el equipo dañado por negligencia y que los supervisores llevaran un cuaderno de control de cada trabajador sobre su conducta y eficiencia. También comprometía a los obreros a no realizar huelgas.
Al conocerse el laudo presidencial algunas fábricas decidieron regresar a labores el 7. En asamblea el 6 en Río Blanco y Santa Rosa se rechazó. Un obrero gritó: “¡primero mártires que esclavos!” El lunes 7 el ambiente era tenso. Las familias de los trabajadores no tenían alimentos. Afuera de las fábricas gritaban: “¡Abajo la dictadura, muera Díaz!” A las seis, algunos trabajadores entraron. Las mujeres se opusieron. Formaron dos hileras en la entrada gritándoles: “¡sinverguenzas!, ¡miserables!”, pronto se generalizaron vivas a México y a Juárez. La multitud se dirigió a la tienda. Margarita Martínez e Isabel Díaz, encabezaron al contingente hacia la tienda de Río Blanco. Llamaron a sus compañeros a no dejarse. Les dispararon, un obrero murió. En reacción, saquearon e incendiaron la tienda.
La respuesta patronal no se hizo esperar. A las nueve, llegaron dos compañías de soldados que rodearon la fábrica. El descontento crecía. Los trabajadores se dirigieron a la fábrica de Nogales e incendiaron la tienda. Atacaron el palacio municipal y liberaron a los presos. Un “¡ya basta!” de cientos de hombres y mujeres, cansados de la explotación, la injusticia, abusos y malos tratos Un participante lo recordaría así: “Nos sentimos libres y dueños de nuestro destino, después de tanta miseria y opresión. Parecía un día de fiesta”.
Las tropas dispararon. Mataron a dos obreros, hirieron a otros y arrestaron a 50. Los trabajadores se reorganizaron y se dirigieron a Santa Rosa. Quemaron la tienda antes de ser acribillados. Hacia mediodía, en Santa Gertrudis y Nogales, también fueron reprimidos. Ese día fueron asesinados 18 trabajadores y heridos 11 más. Algunos huyeron a los cerros que rodean Orizaba, pero fueron perseguidos y ejecutados. El 8 llegaron más tropas federales. El 9 fueron fusilados seis ante la vista de cientos de sus compañeros, incluidos los líderes Manuel Juárez, Rafael Troncoso y Rafael Moreno. El saldo de la represión fue de entre 50 y 75 obreros masacrados; un corresponsal de El Diario publicó que fueron centenares. Por incitar a la violencia, 225 obreros fueron enjuiciados; algunos enviados a campos de trabajos forzados en Quintana Roo. Al menos, 17 mujeres fueron encarceladas.
La masacre de Orizaba no fue una derrota definitiva. La lucha, la dignidad y el heroísmo sirvió para alimentar la revolución que acabaría con la dictadura porfirista cuatro años después.
* Director general del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México