Es posible hacer el avestruz pese a estar uno convencido de ser una esbelta jirafa? Vamos a intentar responder esta pregunta al calor de la campaña electoral alemana. Pero para hablar de ella hay que pasar ahora mismo por Rumania, Washington, Groenlandia, Italia y Bruselas. El fenómeno se lo debemos al ocurrente dúo de destalentados que está a punto de tomar las riendas de la Casa Blanca.
A modo de prólogo, un ejercicio de memoria reciente. Hace un mes, el Tribunal Constitucional de Rumania anuló la primera vuelta de las elecciones presidenciales. Se han suspendido unos comicios en un país de la UE y de la OTAN y aquí no ha pasado nada. ¿La razón? Unos informes poco concluyentes de los servicios de inteligencia que apuntan a una injerencia extranjera –eufemismo para referirse a Rusia– que habría favorecido a Calin Georgescu, el candidato outsider de extrema derecha que se impuso en la primera vuelta. Las alarmas no se encendieron por sus postulados ultras, por supuesto, sino por su discurso contra la OTAN y a favor de Putin.
Tras este apunte, vayamos al grano. Donald Trump y Elon Musk han comenzado a avasallar sin haber pisado todavía la Casa Blanca. No debería sorprender. Aplican a la política la estrategia matona que aplican en los negocios. Es, en el fondo, un esquema negociador. Está basado en una perversa concepción de las relaciones humanas, saca a relucir lo peor de cada uno, pero en su lógica, es un esquema negociador. Dejarse intimidar sería un primer error de difícil vuelta atrás.
La ofensiva de Trump en lo que respecta a Europa se ha concretado en una amenaza de mayores aranceles si no se le compra más gas y petróleo, así como en la pretensión de dominar Groenlandia, cuya cotización geoestratégica aumenta a cada litro de hielo que se derrite.
Musk, por su parte, trata de repetir al otro lado del Atlántico la jugada que tan buenos réditos le ha dado en Estados Unidos. Y para ello ha elegido a la ultraderechista Alternativa para Alemania (AFD), que será la segunda fuerza más votada, según todos los sondeos, por detrás del candidato conservador de la CDU, Friedrich Merz. Musk entrevistó el jueves en X, red social de su propiedad, a la candidata de la AFD, Alice Weidel, para la cual ha pedido ya el voto en reiteradas ocasiones. Su motivación se entiende mejor si atendemos otra noticia de esta semana: Musk está a punto de cerrar un megacontrato con el gobierno italiano de la ultraderechista Georgia Meloni para hacerse cargo del sistema de telecomunicaciones.
A la amenaza anexionista de Trump han contestado tímidamente algunos países europeos como Dinamarca –directamente afectada, pues Groenlandia está bajo su soberanía–, Alemania o Francia. La Comisión Europea, con su presidenta, Ursula von der Leyen, convaleciente de una fuerte neumonía, calla.
El silencio aún es más escandaloso en el caso de Musk y las elecciones alemanas. “Don’t feed the troll”, ha dictado el presidente saliente, Olaf Scholz. “Es una elección política, por el momento, el no alimentar todavía más ese debate”, indicaron desde la Comisión.
El escenario puede resumirse así: Alemania está a punto de celebrar unas elecciones cruciales en las que el presidente electo de EU y un futuro miembro de su administración, que además es el hombre más rico del planeta, están haciendo campaña activa a favor de una candidata que llama comunista a Adolf Hitler. Para ello, están utilizando la visibilidad que otorga una red social de su propiedad, cuyos algoritmos, según se ha demostrado en otras ocasiones, manipula para potenciar y visibilizar los mensajes que le interesan. En nombre de la libertad de expresión, sin embargo, Europa se limita a señalar que ya hay una investigación en marcha desde hace tiempo y que Musk tiene derecho a dar su opinión.
Faltaría más, pero no hablamos de la opinión de Musk, sino del poder que tiene para alterar las reglas del juego y dar preminencia a esa opinión. Es exactamente lo contrario a un debate libre en igualdad de condiciones. La Comisión tiene en la Ley de Servicios Digitales (DSA, por sus siglas en inglés) las herramientas necesarias para intervenir y frenar este despropósito, como ha recordado estos días el ex comisario francés Thierry Breton, pero prefiere hacer oídos sordos.
Para ello, opta por confundir planos. Porque ignorar y no comentar para nada la entrevista entre Musk y Weidel es una decisión inteligente, pero cerrar los ojos ante la desleal e impertinente irrupción del hombre más rico del mundo en una campaña –que pretende alterar con recursos que otros no tienen– no es una opción. Los indicios de injerencia que han servido para anular las elecciones en Rumania han sido, desde luego, mucho menores.
Puede que en Bruselas se sientan una esbelta jirafa que alza su cuello por encima del fango y el arbolado, ignorando afrentas mundanas y mirando más allá, pero la imagen ofrecida al mundo apenas es la de un avestruz escondiendo su cabeza debajo de la tierra. ¿Si este es el comienzo, cuál va a ser la posición negociadora de la UE con la nueva administración estadunidense?
*Secretario del Trabajo y Previsión Social
@marathb