En los años recientes, significativos trabajos han problematizado el vínculo entre la práctica política de transformación y la memoria. Ello es verificable en obras como Marx y Freud en América Latina, de Bruno Bosteels; Melancolía de izquierda, de Enzo Traverso, y muy recientemente Los pasados de la revolución, de Edgar Straehle.
Estas y otras obras expresan las veredas que el pensamiento ha tenido que afrontar con respecto al pasado de los intentos revolucionarios y del conjunto de las aspiraciones frustradas o fracasadas por superar el capitalismo. Con motivo del centenario del líder comunista Arnoldo Martínez Verdugo, quien nació un 12 de enero de 1925 en Mocorito, Sinaloa, me gustaría convocar la pionera forma en la que abordó el vínculo entre el pasado y futuro.
Fue el último secretario general del Partido Comunista Mexicano, cargo al que arribó tras la cruenta represión de 1959, que llevó a la cárcel a decenas de líderes obreros, campesinos y de la izquierda. Dirigió el partido desde 1960 hasta su disolución en 1981. En ese periodo hizo del PCM un importante protagonista de los procesos de convergencia de las izquierda, como lo fue el Movimiento de Liberación Nacional, o de activa movilización frente a la sociedad, como lo fue el Frente Electoral del Pueblo.
Arnoldo fue, también, pieza clave para que el PCM dirigiera sus esfuerzos hacia un programa de democratización, mismo que pasaba por la obtención de derechos políticos para las izquierdas. Gran parte de este trayecto se explica en Obra de un dirigente comunista, compilación hecha por Elvira Concheiro e insumo clave para mirar los derroteros de la izquierda mexicana en el siglo XX. La relación de Martínez Verdugo con el pasado denota su cualidad de líder.
Por ejemplo, en 1970 elaboró un libro con la historia del PCM, que muestra lo que consideró eran errores e insuficiencias en la caracterización política del régimen posrevolucionario y sembró el terreno para el proceso de modernización que tendrá su máxima expresión en el programa del XIX Congreso, cuya vigencia estriba en la posición socialista y democrática de abordar los grandes problemas nacionales. Más tarde, sin desechar la ardua historia del comunismo, dio un paso al que pocos líderes asociados a esa corriente se atrevieron: impulsar la disolución de la organización con miras a lograr la unidad de las izquierdas.
En su concepción, el socialismo era un proyecto histórico de gran calado cuya vitalidad tenía que superar las fronteras impuestas por siglas, banderas o himnos. El momento más sugerente es el que convocó a que en 1983 se fundara el Centro de Estudios del Movimiento Obrero y su órgano de difusión: Memoria. En esos años, Martínez Verdugo trabajó en la recuperación de los documentos, periódicos, carteles y fotografías que componen el archivo de las izquierdas. En este marco, impulsó una revisión de la actitud de los comunistas en los momentos claves del movimiento obrero para comprender la forja del modelo autoritario.
Paralelamente incentivó la relectura de marxistas latinoamericanos como Mella o Mariátegui y propuso una visión renovada de Hernán Laborde, diputado comunista desaforado durante el Maximato y principal dirigente del PCM en el cardenismo. Alejado de cualquier tipo de nostalgia, el ejercicio político de Martínez Verdugo con la creación de aquellos espacios de preservación de la memoria, conectaba la herencia político-ideológica de las izquierdas con la construcción del futuro. Así, la memoria del comunismo no era –parafraseando a Wenceslao Roces– un volcán apagado, sino lava ardiente que en su avance producía nuevos sedimentos.
El tipo de memoria que propuso conservar no refería a un catálogo de reliquias, sino a la preservación de la herencia que generaciones pasadas que, con su esfuerzo, voluntad y no pocas veces sacrificio, legaron ricas experiencias en la lucha por la libertad. Así, un ejemplo paradigmático se dio cuando en el transcurso de la gestación del partido que daría continuidad al movimiento de 1988, Martínez Verdugo recordó que las izquierdas habían luchado abiertamente contra el presidencialismo y animaba a abrir el debate sobre la necesidad del modelo parlamentario como uno al cual las izquierdas debían aspirar. Esta posición, presente en los primeros programas electorales del PCM, se heredó al PSUM y al PMS, y se desvaneció bajo el signo de la “transición a la democracia” neoliberal.
El centenario de Martínez Verdugo es apenas un recordatorio de la necesidad de reconstruir nuestro pasado en la clave esencial del proyecto socialista inseparable de la democracia; aun más, en el legado con respecto al derrotero de la identidad política: el cultivo de la memoria como un valioso instrumento para los combates del presente y del futuro.
* Investigador UAM