La presidenta Sheinbaum colocó sobre la mesa un tema que en primera lectura parecería demasiado antiguo y superado
, con aire de ser solamente un recurso irónico contra uno de los disparates de Donald Trump, al pretender renombrar como de América
a un golfo que comparten México, Cuba y Estados Unidos e histórica y geográficamente llamado como el primer país citado.
Pero el contexto histórico que hizo la presidenta de México que se difundiera en el foro estratégico de la mañanera, más la propuesta aparentemente sólo mordaz de llamar a Estados Unidos de América como América Mexicana, tiene resonancia e implicaciones mayores, pues no deja de ser, en un escenario de guerra política y económica desatada por el multimillonario tóxico, una forma de recordar a los mexicanos que viven en México y, en especial, a quienes en diversas condiciones migratorias viven en el vecino país, que una gran parte del territorio estadunidense proviene de las acciones de abuso y rapiña realizadas por el país de las barras y las estrellas, del expansionismo filibustero, del intervencionismo como fórmula para el crecimiento
.
El recordatorio claudista ayuda a incentivar el nacionalismo interno, desde luego, pero debe considerarse el impacto, con otras medidas futuras, que puede tener en el ánimo de las amplias comunidades mexicanas que ahora son perseguidas dentro del territorio que originalmente les perteneció. Hasta ahora ha sido estratégicamente marginado el peso demográfico de las minorías mexicanas en el espectro social y político de Estados Unidos y, en esa lógica, aminorada su representación política institucional.
Otras minorías, válgase decir que en dimensión poblacional menor que la mexicana, tienen espacio político reconocido y promovido. Pero la potencia, ahora en declive, no permite que los mexicanos tengan allá estatus regular alcanzable de manera ordinaria ni defensiva representación legislativa y ejecutiva fuertes (cierto es que cada vez hay más mexicanos en puestos relativamente menores, pero eso no es proporcional ni suficiente). Una razón de Estado es que los mexicanos son la minoría que mantiene lazos familiares, cultura, costumbres, más la memoria histórica de que aquellas tierras le pertenecieron a su nación.
Los golpes que anuncia Trump contra nuestros paisanos en Estados Unidos (deportaciones masivas y la exploración de eventuales tarascadas a las remesas enviadas por quienes allá se queden) van a generar una natural reacción de protesta y resistencia de una comunidad extensa, pero sumamente vulnerable, que tiene banderas como los derechos humanos, la importancia de su trabajo en la economía estadunidense y, también, la evocación reivindicativa de que el suelo del que los corren o se busca correrlos les perteneció y fue robado mediante argucias diversas.
Hay comunidades que en restitución de los agravios infligidos por determinados países reciben de éstos tratamiento especial y beneficios. Los propios grupos indígenas nativos o la amplia población afroestadunidense o descendientes de sefarditas expulsados de España y Portugal, que han tenido opción de recibir la nacionalidad correspondiente.
En cambio, a los mexicanos que trabajan en Estados Unidos sin regularización migratoria se les maltrata, persigue, estigmatiza y, ahora, se les preparan redadas masivas, con elementos militares, para ser deportados. Por ello no está de más recordar lo que a México le corresponde, no sólo en la denominación de un golfo, sino en el atraco territorial, en la voracidad criminal histórica.
Y, mientras Venezuela entra hoy en la fase crítica, con alto riesgo de violencia, del más reciente episodio de la lucha entre la corriente chavista-madurista en el poder y los reiterados intentos de opositores, abiertamente apoyados por Estados Unidos, para recuperar tal poder, ¡hasta mañana, con Vicente Fox y Felipe Calderón apoyando a tales adversarios del madurismo y dando claves a los mexicanos para entender los intereses que allá se mueven!