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Santa Anna ayer y hoy: polkos y trompos

07 de enero de 2025 00:01

En mi anterior entrega afirmé que de 1834 a 1855 Santa Anna fue el campeón de la política del privilegio y la antidemocracia, y esperé que alguien encontrara la trampa. Nadie lo hizo así que va: lo fue salvo en la excepcional coyuntura de 1846-1847, cuando incluso muchos políticos del privilegio y la Iglesia pensaron que se necesitaba el regreso de los federalistas puros para galvanizar al pueblo en defensa de la patria amenazada. Y es que habían sido vencidos en los campos de batalla los generales Arista y Ampudia; y se habían desprestigiado hasta la ignominia los generales que acompañaron a Paredes, quien usó al ejército que debía combatir al invasor para dar un cuartelazo con el que “se entronizaba resuelto en el poder el partido antindependiente, el de las clases, el del trono y el altar, y se entronizaba a plantear el sistema monárquico… Paredes, como casi todos los generales, era ignorantísimo; su admiración por el sistema español, profundo, y su odio a la canalla (el pueblo), invencible”.

Hasta los oligarcas abandonaron a Paredes y dejaron que entraran Santa Anna-Gómez Farías y se restableciera la República popular y federal: Santa Anna para mandar al ejército y, como resultó, como garantía para frenar a los liberales en caso de necesidad; y Gómez Farías, cabeza del partido popular-federalista, para gobernar. Muchos mexicanos siguen creyendo, porque así nos lo enseñaron, que Santa Anna llegó tras comprometerse con los gringos a traicionar a la patria. No creo que haya sido así, por razones que ya he explicado (https:// www.jornada.com.mx/2015/07/28/ opinion/014a2pol).

Creo que no traicionó a la patria en 1847, pero sí mostró su verdadero talante al defenestrar ¡otra vez!, al vicepresidente Gómez Farías. A media guerra, cuando miles de voluntarios y patriotas marchaban hacia el norte en pleno invierno y existía una ingente necesidad de recursos para reunir y armar otro ejército que respondiera a la amenaza que se cernía sobre Veracruz, Gómez Farías, apoyado por el Congreso mayoritariamente liberal, emitió una serie de leyes para que algunos bienes del clero fueran expropiados y subastados, hasta obtener 20 millones de pesos.

“Entonces y con una celeridad que podía hacer aparecer como perezoso al rayo, se extendió, cundió, se filtró… el encono y la alarma por la presencia de Gómez Farías en el poder. Monjas, frailes, sacristanes, devotos… con rezos y preces, con triduos y lloros, desataron odios y anatemas… presentando la misma traición a la patria como prueba de amor a Dios y méritos para alcanzar la gloria. Farías, inflexible, pugnaba por llevar adelante la ocupación de los bienes del clero.”

Y resultado de ello, los batallones de la Guardia Nacional de la Ciudad de México, que tenían la orden de marchar a Veracruz para repeler al invasor (batallones integrados por jóvenes de clases medias y acomodadas), se levantaron en armas el 27 de febrero de 1847 contra esas leyes y contra Gómez Farías. Se combatió unos días en la Ciudad de México hasta que regresó Santa Anna de la batalla de la Angostura (22 y 23 de febrero, cerca de Saltillo), supuestamente vencedor, y defenestró a Gómez Farías, derogó las leyes que apenas si rozaban el poder de la Iglesia y marchó a Veracruz, sitiado por los yanquis desde el 9 de marzo, cuando quienes debían defender el puerto luchaban contra el gobierno. Gómez Farías se fue al exilio y en su lugar quedaron los “hombres de bien” o conservadores, con Pedro María Anaya como presidente provisional. No llegó Santa Anna a Veracruz: en Cerro Gordo, cerca de Xalapa, fue humillantemente vencido por el invasor extranjero y seis meses después la guerra estaba perdida.

Puede ser que Santa Anna no fuera traidor en 1847, pero en 1853, respaldado plenamente por el partido Conservador y su jefe, Lucas Alamán, entregó La Mesilla a los yanquis (casi 77 mil kilómetros cuadrados de territorio, incluidas las poblaciones de Tucson, La Mesilla y otras) segregados de Sonora y Chihuahua en beneficio de Arizona y Nuevo México y comprometió seriamente la soberanía del istmo de Tehuantepec… y los conservadores lo siguieron respaldando.

En 1847 y en 1853 los conservadores antepusieron la defensa de sus intereses y de los privilegios a la defensa de la patria. Los “léperos”, la “canalla” de los barrios indígenas que rodeaban por el norte, oriente y sur la pretendidamente aristocrática Ciudad de México, base popular y electoral de los federalistas radicales, bautizó sabiamente a los rebeldes de 1847 como polkos porque objetivamente, sirvieron al presidente yanqui agresor, James K. Polk. ¿A los que hoy festejan las brutales declaraciones y amenazas de Donald Trump habrá que llamarlos trompos, en recuerdo de aquellos polkos?

(Pd. Sin duda, hay que matizar sobre Santa Anna, Alamán y los conservadores, pero no sobre polkos ni trompos. Las citas textuales del genial Guillermo Prieto, Memorias de mis tiempos.)

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