La fotografía es horrorosa. Juan Carlos I, rey de España, aparece al lado de su amante Corinna Larsen, ambos escopeta de alto poder en mano, en Botsuana, frente a un magnífico elefante abatido por el rey y por sus escoltas (los proyectiles de Juan Carlos fueron insuficientes). Las crónicas registraron que la “excursión” costó 59 mil 500 dólares por persona (el séquito del rey era numeroso).
Un científico español informó al monarca que el costo por persona de la caza del Borbón, era lo que él ganaba en dos años.
La foto era de 2006, pero fue publicada por la prensa española en abril de 2012 con motivo de la caída que sufriera Juan Carlos en este año, que le produjo una fractura de cadera que lo llevó de urgencia de Botsuana a Madrid, para ser atendido. Fue así como la opinión pública se enteró de la frecuencia con la que el rey mataba animales silvestres. Sus matanzas ocurrían mientras era “presidente de honor” en la WWF España, una organización conservacionista que trabaja para la protección de especies vulnerables, entre las que se encuentra el elefante y cuyos principales depredadores son… los cazadores. En 2012, además, mientras el rey gastaba a lo grande en sus francachelas criminales, España atravesaba una crisis económica profunda, inmersa como estaba en la gran crisis del capitalismo internacional a partir de 2009.
Las crónicas de aquellos años relatan que, en los momentos de los primeros reclamos de la opinión pública frente a la foto de marras, Juan Carlos habría expresado que él era el rey y podía hacer lo que le viniera en gana. No mucho tiempo después habría de decir, famosamente: “Lo siento mucho, me he equivocao, no volverá a ocurrir”.
Creyó que con eso todo estaba subsanado. No sabía que la foto fue el banderazo de inicio de un proceso por el que sería defenestrado: abdicó a favor de su hijo Felipe en junio de 2014. A veces, el poder de la opinión pública puede tener esos efectos devastadores sobre los políticos. Es claro que fue despedido no sólo porque mataba elefantes y otros seres indefensos.
Américo Villarreal Santiago, delegado de Bienestar en Coahuila, compartió un video en sus redes sociales, el pasado 22 de diciembre, en el que expresa: “Hoy mi hijo Américo cazó su primer venado... La cacería responsable es sinónimo de conservación”, escribió.
En el suelo yace un ciervo bellísimo ultimado por un arma mortal equipada con visor long range. La publicación por el propio Villarreal Santiago es atroz, pero su sensibilidad respecto al hecho criminal es nula para una ética de la conservación. Dice Villarreal: la cacería… es conservación; un oxímoron flagrante. Agregar el adjetivo “responsable” a la cacería, apenas agrega otro oxímoron a la misma brevísima frase. En una época en la que el libertarismo abarca tan grande espacio de la vida social, al depredador de animales silvestres, frente a las críticas, le basta con encogerse de hombros y apuntar a su siguiente presa.
Como la caza referida lejos de ser sancionada ha estado autorizada por la ley, para los cazadores toda sanción moral son palabras al viento; pueden continuar, como Villarreal advierte: “Américo cazó su primer venado” en el Club de Tiro, Caza y Pesca Tamatán; nuevos ejemplares serán fulminados por la caza “responsable”. La ilegalización de la caza, sin embargo, será fruto del crecimiento cultural y sensible de la sociedad, que debe demandar una legislación de conservación efectiva. Los cazadores no son ecologistas, nada conservan. Matar a una presa indefensa les causa placer, por eso matan, no por amor a la naturaleza. En el mundo abundan las especies extintas por obra de cazadores. En ciertas circunstancias puede haber superpoblación de algunas especies, pero los cazadores que esto alegan olvidan que el desequilibrio poblacional de algunas especies lo han provocado los propios hombres, los cazadores en particular, al eliminar a los depredadores naturales.
También ocurre que los hombres de la caza (no todos son los que disparan) provocan superpoblación introduciendo especies en ciertas zonas, aliméntadolas especialmente, para que haya ejemplares que asesinar. Matar animales también es un negocio. Por cierto, los hombres que cazan son hombres; está documentada por el mundo la ausencia de las mujeres en esta actividad infame.
Américo mató a su primer venado, pero el responsable del hecho fue su padre, Américo Villarreal Santiago. Lo hizo apenas unas semanas después de que el Congreso mexicano aprobara el dictamen que reforma y adiciona los artículos 3, 4 y 73 de la Constitución Política, en materia de protección y cuidado animal. En los días del debate de esa reforma, en el Congreso se dijo: “Una investigación del Instituto Belisario Domínguez… ha detectado que somos el tercer país del mundo con más violencia animal, y el primero de Latinoamérica, por ello [se] consideró que esta enmienda es un tema ‘noble y urgente’, pues eleva a rango constitucional la protección, el trato adecuado y cuidado de los animales en el país”.