Como todas las mañanas, Olegario, del pueblo zapoteco, se prepara para salir a su trabajo en un restaurante vegano en una exclusiva zona de Manhattan.
Con temperaturas bajo cero, sabe que debe seguir; de lo contrario la Navidad no llegaría a su hogar. Él, como miles de migrantes en Estados Unidos, es el principal soporte de sus familias en ese país y en México. Mientras, en Queens, otro condado de Nueva York, Emiliano, también del pueblo zapoteco, se dedica a la construcción de edificios en la gran urbe de hierro. T
odos los días trabaja a varios pies de altura arriesgando su vida, pues su única medida de seguridad es una cuerda que lo detiene. Sabe que sin ese trabajo no podría dar a uno de sus hijos los tratamientos que requiere, ya que vive con autismo. Con nostalgia, menciona que si regresara a México sería imposible dar a su pequeño el tratamiento adecuado.
Otro caso es el de Saúl, del pueblo Na Savi; vende flores a los pies del tren en el condado de Brooklyn. Lleva muchos años con este oficio entre frío, calor o lluvia, sorteando la difícil vida neoyorquina, entre asaltos y personas en situación de calle. Un ejemplo es que en el último año vivió un intento de robo, y meses después, por rencillas entre pandillas encendieron un local junto al suyo, afectando su mercancía y, por supuesto, su modo de vida. Hace casi dos años, Saúl trajo a sus hijos de México, pues la situación de seguridad era apremiante; vivieron extorsiones y secuestros virtuales en Guerrero. Su seguridad estaba en juego cuando vivían allá. Por esto tomó esa difícil decisión.
La situación de Paulina, del pueblo Na Savi, no es diferente, también la tiene difícil; pues aun padeciendo una enfermedad autoinmune sale a vender sus tamales todas las mañanas en el Bronx. Ya tiene más de 10 años haciéndolo. Este noble oficio le ayudó a que su pequeño hijo Miguel pudiera llegar a Nueva York, y comenzar un tratamiento que le salvara la vida, pues no lo encontraron en Guerrero.
Estas son unas cuantas historias de las miles de personas migrantes que encontramos por todo Estados Unidos. Son ellas y ellos, los temibles “aliens” que menciona Donald Trump en sus discursos, omitiendo decir lo importante que resulta su trabajo para la economía estadunidense.
Al platicar con ellos y ellas sobre los retos del próximo año, dicen que “ya conocen a Trump, que es un presidente que habla mucho”. En su primer mandato utilizó la retórica del ataque a las y los migrantes como campaña. Refieren no tener miedo, pero se están preparando para cualquier eventualidad. “En caso de que me regresen a México, ya tengo mi casa hecha y algunos ahorros; podré salir adelante. Lo que me preocupa son mis hijos, ellos no se adaptarán, y acá les doy un mejor futuro”, expresa Olegario, mientras continúa comiendo.
Esas son las frases que se escuchan en reiteradas ocasiones. Los menos afortunados, es decir, los que llevan poco tiempo, sólo esperan que no ocurran las famosas deportaciones masivas que están prometiendo. La migración está siendo el chivo expiatorio de todas las problemáticas que existen en Estados Unidos, como la frágil economía que cada vez se vuelve más insostenible o la escalada armamentista en Medio Oriente y que Estados Unidos sigue patrocinando; ni qué decir de la falta de regulación en temas de armas, que les han costado la vida a miles de estudiantes en ese país.
Hablar mal de las y los migrantes, sigue siendo un recurso de los gobiernos populistas como el de Trump, que al no contar con propuestas en políticas públicas, desvían la atención a los “enemigos en común”.
En tanto, los consulados de México en Estados Unidos han organizado foros en grandes ciudades como Nueva York, Chicago y Los Ángeles; en este último, liderado por Juan Ramón de la Fuente titular de Relaciones Exteriores, donde han tratado de conocer las principales inquietudes de la comunidad mexicana ante la llegada de Trump. En estos espacios se han escuchado su sentir y principales preocupaciones. Se está informando, que desde gobierno federal, se trabaja en una aplicación en tiempo real para notificar los lugares donde se están implementando redadas migratorias.
En el consulado de Nueva York se llevó a cabo una breve plática con la comunidad migrante, el pasado 13 de diciembre; se abordó la necesidad de escalar la situación hasta lo político, reconociendo que esta ciudad aporta importantes ingresos al país, por lo que es vital incidir en el gobierno estatal para que no se tribute a nivel federal de seguir los discursos xenofóbicos y discriminatorios de Trump.
También se está impulsando la existencia de promotores de derechos por el consulado; se habló de crear una red de respuesta rápida vía telefónica, así como de difundir los mensajes de alerta en lenguas indígenas. Sin duda, todas estas son excelentes propuestas llenas de buenas intenciones; pero aún no se ha implementado alguna.
Es un momento de retos para nuestra comunidad, de que los discursos de las autoridades mexicanas se tienen que cristalizar en acciones, no quedarse en el aire. La pregunta es: ¿qué sucederá con las más de 4 millones de personas indocumentadas que viven en Estados Unidos?, ¿cómo recibiremos a las y los retornados a México?
En muchas partes las circunstancias que los obligaron a irse no son diferentes; ejemplo es la Montaña de Guerrero, donde no hay un cambio significativo en el acceso a la salud, educación y empleo, ni qué decir de la inseguridad que cada día es más apremiante. Pese a los avances en el Legislativo, como la omisión de la apostilla en documentos oficiales, aún en lugares como Tlapa de Comonfort se continúa pidiendo este trámite en las escuelas, impidiendo a los menores continuar con sus estudios.
El escenario que se nos avecina parece catastrófico, familias divididas, menores que no cuentan con el acceso a la educación o a la salud; sueños rotos de personas que tan sólo querían una vida mejor.
Pareciera que la esperanza y la fe son lo único que hace seguir a la comunidad migrante en Estados Unidos. Todos los días continuarán apostando por un mejor futuro para ellos y sus familias. Sin importar retóricas, ni gobiernos xenófobos, harán frente a estos nuevos retos que se nos avecina. Con el pensamiento firme de sortear, como siempre lo han hecho, un nuevo año plagado de incertidumbre.
*Integrante del Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan