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Dialogar para sobrevivir: no es mucho pedir

05 de enero de 2025 00:01

Si se observan con cierta ecuanimidad, con cierto desapasionamiento, el estado de la nación y sus instituciones, destaca una imagen de debilidad que afecta al conjunto; podríamos añadir que dicho agotamiento ha contaminado prácticamente todos los tejidos de la política y del ejercicio del poder y que, precisamente por ello, somos vulnerables como nación y sociedad, tanto en nuestras relaciones con el mundo como en y entre nosotros.

La palabra que ordene nuestro quehacer como comunidad política no puede ser otra que recuperación; recuperación del orden republicano como orden principal y decisivo; recuperación de nuestras defensas legales e institucionales frente al crimen organizado; recuperación de la confianza en nosotros mismos y, como premisa maestra de todo esto, recuperación del respeto a los demás y a nosotros mismos, así como a las formas de vida civilizada y pretendidamente democráticas que nos dimos a principios del milenio sin poner en riesgo los pilares constitucionales básicos heredados de 1917.

Hoy, la economía parece haber sido expulsada de nuestra retórica usual, a pesar de que ahí se han acumulado problemas, carencias y desafíos mayúsculos, con capacidad de corroer al resto del orden republicano. La mayor de estas carencias, hay que subrayar, está en la debilidad estructural de algunos de los núcleos primordiales para la reproducción del sistema económico. No sólo nos hemos desatendido de la gran tarea del crecimiento económico sostenido; incluso ahora seguimos posponiendo, para un mañana indefinido, el cometido central de todo Estado democrático de derecho y derechos: redistribuir los frutos del progreso de manera justa y efectiva.

Como decía un clásico de la publicidad política, la economía sigue siendo el eje de mucho de lo que tendremos que dirimir (“It’s the economy, stupid”). Pero en el epicentro de este desalmado “brave new world”, en el que buscamos sobrevivir, es cada día más claro que, sin legítimo y genuino consenso ciudadano, sin el ejercicio de la política democrática, no hay posibilidades de avanzar y mejor, sino apenas de sobrevivir.

Poner a la política en el centro de nuestro quehacer implica reconocer nuestros desajustes y debilidades que, aunque no se digan, nos han vuelto vulnerables, irrespetuosos, irascibles y groseramente agresivos, ciegos y sordos frente a los demás. Poder deliberar, construir consensos amplios, creíbles y sólidos; tener la capacidad y la imaginación de hacer propuestas que sean atractivas para quienes todos los días engrosan las filas de la nueva ciudadanía.

La política es el arte de lo posible, decían los clásicos; debe ser también la tarea de lo necesario. Hoy lo necesario es restablecer los canales del diálogo, del debate, de la crítica, de la discusión. Rehacer nuestra deteriorada cohesión social.

Que en este nuevo año podamos volver a hacer del diálogo elemento central de nuestra convivencia. Que ajustemos nuestras miradas y evitemos que nuestra vida pública sufra mayores descomposiciones.

Dialogar para construir, y sobrevivir: no es mucho pedir.



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