La verdad es que no hubo ni hay sorpresa: el paso entre el 31 de diciembre de 2024 y el 1º de enero de 2025 ha sido, exactamente, pasar de un día a otro. Secuencia natural y sin otro sobresalto que los ya existentes y previsibles.

Lula da Silva entra en la segunda mitad de su tercer mandato presidencial con un sinfín de pendencias traídas del año que pasó. No hay ninguna señal de que las relaciones con el Congreso, en especial la Cámara de Diputados, mejore y termine el balcón de venta, o sea, la liberación de presupuesto para aprobaciones de medidas propuestas por el gobierno.

Para colmo, en la Cámara, la Comisión de Constitución y Justicia –la más importante entre todas las demás– cayó el año pasado en manos de Caroline de Toni, una radical seguidora del desequilibrado ultraderechista Jair Bolsonaro.

Es decir, habrá un precio alto en el pleno para impedir que la bolsonarista avance con los proyectos que atiendan a los intereses del grupo de seguidores el ex mandatario.

De plan, la señora en cuestión puso en pauta, a lo largo del año pasado, temas que tienen como blanco la actuación del Supremo Tribunal Federal, instancia máxima de la Justicia en Brasil, así como las legislaciones referentes al aborto y a la posesión y porte de drogas, entre muchos otros. También el MST (Movimiento de los sin Tierra) ha sido su blanco.

Las cuestiones irán este año al pleno de la Cámara, a menos de que sean bloqueadas por quien asuma la presidencia de la Casa, en sustitución del diputado Arthur Lira, que la presidió hasta diciembre. Lira, a propósito, supo negociar bien con Lula, léase, chantajearlo con habilidad.

En ese cuadro de incertidumbre salta a la luz la cuestión de la economía. Mientras no hubo la tan anunciada restructuración de gastos, que sigue siendo debatida en el gobierno y junto a Lula da Silva, la crisis de confianza reforzó el hambre de los especuladores de siempre.

Resultado: el dólar explotó. Siguiendo el viaje empezado a fines de octubre e inicios de noviembre, la moneda estadunidense cerró el año cotizándose por encima de los seis reales, y así empezó 2025. Solamente entre los días 12 y 27 de diciembre, el Banco Central se deshizo de 30 mil millones de dólares para intentar frenar la escalada del cambio.

De las 15 monedas consideradas más importantes del mundo, el real brasileño ha sido, lejos, la que más se devaluó. Y no hay señales de que el panorama se invierta de forma contundente en las próximas muchas semanas.

Otro motivo de preocupación –valga la rima– es la inflación. Diciembre cerró un periodo de 12 meses con una inflación acumulada de 4.71 por ciento. El reto de la meta oficial era de 4.5 por ciento, cuando la media proyectada era de 3 por ciento.

Pero hay, desde luego, buenas herencias del año que pasó. El desempleo, por ejemplo, bajó a 6.1 por ciento de la fuerza laboral, el mejor índice en la historia. Ahora son casi 110 millones los brasileños con trabajo.

Por fin, hay otro tema complicado que también es parte de lo que 2024 dejó: el tema de los militares bolsonaristas, algunos de ellos ocupantes de puestos de alto relieve en el gobierno del desequilibrado y radical ultraderechista, y que están en la lupa de la justicia.

Un general retirado, pero de cuatro estrellas, que corresponde al auge de carrera, Braga Netto, ya está preso, algo que jamás había ocurrido en Brasil, y otro, Hamilton Mourão, ahora en el Senado, también podrá entrar en la lista de los sentenciados. Sobran señales de que esto ocurrirá.

Es verdad que, como senador, Mourão tiene protección contra una eventual orden para ser llevado a la cárcel.

Pero el desgaste, y la tensión serán palpables de tan consistentes.