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¿La fiesta en paz?

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¿Por qué impedir el surgimiento de diestros carismáticos y entregados que les aprieten, en serio, a las autoproclamadas figuras? Foto Aguafuerte de Raúl Anguiano
05 de enero de 2025 08:45

Si bien los diccionarios definen pasión como acción de padecer, padecimiento o sufrimiento, siguiendo en automático la versión cristiana del relato evangélico del Calvario, entradas abajo, un poco más benévolas con la humana naturaleza, hablan de “perturbación o afecto desordenado ( sic) del ánimo, de emoción, fogosidad, ardor”; asimismo despojada de escrúpulos lingüísticos, alude a la inclinación o preferencia muy vivas de alguien por algo o por otra persona y, casi al final, define pasión como apetito de algo o afición vehemente a ello, que es lo que como taurófilos aquí interesa.

2024 tuvo un comienzo prometedor en materia taurina al registrarse dos magníficas entradas en la Plaza México, en la llamada temporada de reapertura, no obstante el aumento de precios y de antitaurinos rijosos que retrasaron el inicio de la primera corrida. Fue una demostración espontánea de la gente, deseosa de emocionarse a partir de la bravura. El resto del año se dieron novilladas y corridas con carteles innecesariamente cerrados que dejaron sin posibilidad de repetir el siguiente domingo al que hubiese triunfado en el anterior y, lo más grave, con notable desperdicio de bravura a cargo de diestros limitados y poco competitivos pero al gusto de la empresa. Las entradas fueron disminuyendo, los triunfos y las rivalidades escaseando y la fiesta de toros de México brillando por su falta de interés.

A diferencia de la deliberada, autorregulada y desvergonzada mediocridad del futbol mexicano, sólo proporcional a la danza de los millones en juego a costa de una afición frustrada, ¿quién se beneficia del descolorido estado de las cosas taurinas? ¿Por qué la sistemática negativa a abrir el abanico a nuevas contrataciones de toreros y de ganado? ¿Por qué impedir el surgimiento de diestros carismáticos y entregados que les aprieten, en serio, a las autoproclamadas figuras? Sin productos atractivos, ¿qué mercadotecnia y publicidad se puede hacer? ¿Sólo los protegidos por empresarios-apoderados-ganaderos torean? ¿Con estos criterios quieren fortalecer y blindar la tradición taurina de México? ¿Se imaginan aplicándolos al resto de sus exitosas empresas?

Ahora, si de lo que se trata es de aguantar mientras las corridas incruentas son impuestas por incultos protectores de animales y legislaciones sin ton ni son –un toro de lidia y un gallo de pelea, ¿sujetos al mismo proteccionismo sensiblero?–, haberlo dicho antes. Entonces algún mérito tendrá arriesgar su dinero sin rigor de resultados financieros ni artísticos, sino por la desinteresada atención a un enfermo terminal. Ojo: aún queda oxígeno; si no lo quieren dar ya es otra cosa.

En el año que comienza el panorama de la fiesta de los toros en el país se ofrece más bien deslucido excepto por las-permanentes-despedidas-definitivas en ruedos mexicanos de las figuras de época, el navarro Pablo Hermoso de Mendoza y el valenciano Enrique Ponce, dos de los principales factores del declive de la tradición taurina de México, aunque los mexhincados sostengan lo contrario, y a los que el imaginativo duopolio se disputó y consintió durante tres décadas, incapaz de buscar, descubrir y promover toreros-marca nacionales que le dieran variedad e intensidad a su tediosa oferta de espectáculo. Decía el emperador Marco Aurelio que le desagradaba el circo romano, no por sanguinario sino por monótono, como esta pobre fiesta, a merced de ases vitalicios que no terminan de irse, empresarios voluntariosos y animalistas sin idea. Sobra vanidad; ha faltado verdad.

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Adiós al genial extremo derecho.

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Donald Trump y su pretensión de retomar el control del Canal de Panamá.
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