Desde hace muchas décadas, entre los educadores fue ganando consenso la tesis de que el miedo al castigo resulta ser una pésima estrategia para llevar al estudiante a ejercer cambios en su manera de ver la educación, el conocimiento y su propio papel dentro del proceso de enseñanza. Lo mismo resultaba de la idea de obligar a los niños y niñas a aprender lo que puntualmente señalaba el programa.
La educación era realmente obligatoria, los niños odiaban la escuela y buscaban eludir sus incomprensibles requisitos y la autoridad hasta encarcelaba a los padres que no llevaban a sus hijos al recinto del saber. Había ya quienes en el siglo XIX y en la Escuela Nacional Preparatoria consideraban atroz esta concepción, pero poco podían hacer para cambiarla.
En la actualidad, el enfoque se ha transformado radicalmente y se centra más en poder conocer a fondo lo que traen los niños estudiantes, sus expectativas, sus conocimientos y su visión de la realidad. Es decir, sentar las bases para insertarse en ese proceso y desde ahí problematizar lo que se conoce y ponerlo a prueba, convertir así al otro u otra en un actor fundamental del proceso formativo.
Lo dramático de la situación actual es que esa lección para la educación –que básicamente es un encuentro con el otro– ni siquiera se considera parte del bagaje de acciones y reacciones frente a problemas como los que ahora vivimos.
Bombardear y destruir –como en Gaza– es la alternativa más a la mano. Esto, a pesar de que la aproximación que se usa como alternativa no sólo tiene problemas de humanidad sino, incluso, ni siquiera ha demostrado su capacidad de resolver problemáticas.
Durante años, Estados Unidos bombardeó noche y día al Vietcong y al ejército norvietnamita. Se estima en más de 3 millones el número civiles y soldados vietnamitas muertos (y 58 mil estadunidenses), y finalmente derrotados al no conseguir la victoria; los estadounidenses tuvieron que retirarse y ahora Vietnam no se considera amenaza. Esto se repitió en Irak y sobre todo en Afganistán, ahora en manos del talibán.
La lógica de acabar con el otro –algo que no se consigue fácilmente– sigue siendo en Estados Unidos –gracias a Israel– la teoría geopolítica fundamental y única. Pero Gaza demuestra que, además, es una teoría que lleva a la ampliación del conflicto.
En el caso estadunidense, el conflicto ya está en casa. Los estudiantes se alzaron en protestas, académicos e intelectuales se manifiestan en contra e incluso militares se deslindan de esa teoría, ahora más con los sucesos de Nueva Orleans.
El foco se ha trasladado con fuerza a la propia nación, y ahí el tema es mucho más complicado, porque al mismo tiempo que se enfrenta a un “enemigo” afuera, el gobierno tiene que contender con los factores internos (como sucedió en Vietnam). Sobre todo si ahora se desata la búsqueda de más infiltrados y la persecución a quienes estén contaminados del virus ISIS.
Se van a generar problemas como los que se dieron con las protestas estudiantiles. Al mismo tiempo, hay una corriente dentro de la estructura militar que no está muy de acuerdo con que su tarea es bombardear hasta acabar con todo lo viviente, y llegan al límite.
No en balde ahora ya se afirma que son tres los militares de Estados Unidos que escogen suicidarse en torno a Gaza. El primero de la Fuerza Aérea hace meses se prendió fuego frente a la embajada de Israel en Washington, el segundo y el tercero –ambos con años en Afganistán– decidieron morir, pero de paso explotar un automóvil en Las Vegas frente al hotel Trump y, en Nueva Orleans arrollar antes a cuantos se pudiera.
En la rígida concepción protestante del uso de la fuerza justificado por el Bien, incluso militares pueden llegar dramáticamente al límite al verse convertidos en parte servil del apoyo a Israel y a su política genocida.
Personas al límite, un país al límite, pues; todo esto ocurre en un momento clave y violento de Estados Unidos: un próximo presidente que por muy poco logró escapar de dos atentados y del primero en un mitin resultó herido de bala; paradójicamente, el propio personaje, Trump, que, públicamente ha debido defenderse por pagos indebidos a una sexoservidora y quien ha postulado como secretario de Defensa a un personaje acusado de contratar a una joven de 17 años para un viaje de sexo a las Bahamas.
Finas personas haciendo el Bien por todos lados, pero tensiones también por todas partes, y la continuación del apoyo a la masacre en Gaza. Cualquier experimentado educador sabría hacerlo mejor.
*UAM-X.
PD: Falleció Andrea Gálvez S. Tengo que agradecerle a la vida y a amigos comunes haber tenido la oportunidad de compartir y trabajar con ella durante años, una de las personas más finas, solidarias y valientes que he conocido. Envío un abrazo de consuelo a su esposo, sus dos hijas y sus padres, queridos amigos. Gracias, Andrea.