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Los cocineros de fentanilo y la fuente de los deseos

02 de enero de 2025 00:04

Mentir tantas veces hasta que esa mentira sea creída es una añeja práctica con que las conciencias han sido manipuladas a lo largo de la historia. Se miente de modo sistemático con el deseo de que la falsedad que conviene se convierta en realidad.

Es sencillo creer lo que creen quienes están en el mismo entorno. Quien lo hace es aceptado y desde ahí se integra, de manera gregaria, a un grupo con el que mientras más identificación haya, mayores posibilidades de figurar existen. Disentir en un grupo de confianza implica una serie de retos sociales, que si bien en su ejercicio pueden ofrecer grandes satisfacciones –entre ellas dignidad–, implica entrar en debate, defender con argumentos y convencer no sólo al interlocutor, sino también a los testigos de la disputa, todos miembros de una organización social cuyos cimientos se sostienen en creencias, prejuicios, gustos y valores comunes; cuestionar lo anterior puede resultar suicidio social.

La confrontación, mejor, se da contra el grupo percibido como antagónico y con el respaldo del grupo afín en una batalla argumentativa caracterizada por los insultos, agresiones y mentiras cuando el argumento carece de sustento. Para dar soporte a una falacia se entretejen teorías conspirativas a las que se busca robustecer con elementos que generen percepción de validez y credibilidad en la opinión pública, ¿cómo?: si el emisor de la información es confiable la mentira es más fácil de vender como verdad.

Dar connotación de verdad a un deseo sólo porque es eso, algo que se anhela, es tan sencillo como creer una mentira que conviene para evitar reconocer una verdad que incomoda. Por ello los “chats de tías y tíos” son tan agoreros como absurdos a pesar de que –en general– las barbaridades que comparten no necesariamente traen, más allá de la de origen, mala intención de los tíos. A ellos les tomaron el pelo debido a que sus repudios son conocidos por el inventor del bulo que lo envía, justamente, a una audiencia susceptible a creer que el Tren Maya va a cambiar el color del mar, que se abole la propiedad privada o que el dólar se va a ir a 40 pesos. Los tíos toman esa mentira como verdad porque alimenta un odio irracional. Asustados, alertan a quienes pueden al tiempo en el que revalidan su repulsión.

Al igual que las “tías del chat”, dos reporteras cayeron en el pantano del engaño, sólo que ellas lo publicaron, no en el chat, sino, el domingo pasado, en el prestigiado diario estadunidense The New York Times, sin que ello signifique que el periódico se haya prestado a publicar un bulo. Todo parece indicar que el NYT confió en sus reporteras –como antier lo manifestó en sus páginas–, quienes, a su vez, confiaron en una fuente que les tomó el pelo a ellas, al periódico y a miles de lectores a través de un reportaje que narra cómo en Culiacán, Sinaloa, supuestos integrantes de un grupo del crimen organizado cocinan fentanilo.

El método que el reportaje documenta durante el proceso de cocinar no corresponde al que la producción de esta droga requiere, así como tampoco las medidas de seguridad que los “cocineros” aplican para evitar envenenarse cuando realmente producen fentanilo, algo que, evidentemente, las reporteras desconocían casi tanto como los supuestos cocineros que entrevistaron. Les dijeron “así se hace”, ellas confiaron en su fuente. Les tomaron el pelo, les vieron la cara de turistas.

Los supuestos cocineros se cubrieron el rostro para evitar ser identificados, algo que podrían haber logrado en la opinión pública o incluso con autoridades, pero si realmente cocinaran fentanilo tendrían jefes, y con todo y el rostro cubierto sus jefes sabrían quiénes son. Si accedieron a participar en el reportaje, y en verdad trabajaran para un grupo criminal, sus jefes tendrían que haberlo autorizado. ¿Lo habrían autorizado?

Poco creíble ya que significaría un riesgo para su operación, sobre todo por el momento que se vive en Sinaloa como parte de la Estrategia Nacional de Seguridad que, en los últimos tres meses, ha informado sobre importantes detenciones de generadores de violencia y decomisos históricos, entre ellos el más grande de fentanilo jamás registrado.

Dos reporteras confiaron en una fuente que –más que periodística– fue de los deseos. El NYT confió en sus reporteras y miles de lectores en el periódico. El reportaje ha sido cuestionado con argumentos de especialistas, hay elementos científicos que lo desmienten. Aún así y como ha sucedido con varios montajes, un sector de la población cree en él, y lo seguirá haciendo no con juicio crítico, sino con deseo ferviente, porque si fuera verdad convendría a sus intereses, y les es más fácil creer una mentira que les beneficia a una verdad que les incomoda.



Margarita Maza

Fue reconocida en círculos políticos del vecino del norte.

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