Suspendidos en el tiempo, varados en México, cientos de migrantes que se refugian en los campamentos Clave Vallejo y Avenida 100 Metros, en la alcaldía Gustavo A. Madero, no esperan nada del Año Nuevo. Debido a su situación, no tendrán pavo, costillas o ponche. Mucho menos las tradicionales 12 uvas, símbolo de esperanza en cada uno de los meses por venir.
Los extranjeros en tránsito, principalmente niños, mujeres y hombres de Honduras, Guatemala, Cuba, Haití, Colombia y Venezuela, habitan pequeñas casas construidas con materiales reciclados. Los llaman “ranchitos”. En ellas sólo caben sus escasas pertenencias y cartones o viejos colchones para descansar. Eso sí, abunda el frío.
Durante el día, los extranjeros se mezclan con personas en situación de calle, quienes duermen en los sillones viejos y sucios que alguna persona tiró a la basura y ellos dieron una nueva oportunidad.
Al recorrer los refugios el hacinamiento cala en la nariz. Se perciben malos olores. La basura se acumula por todos lados. Bien dicen: “lo que a unos estorba, a otros de algo les puede servir”. Hay montones de ropa, juguetes, zapatos, muebles, carriolas, colchones; todos exhiben sus años de uso e inevitable mal estado.
Los niños lo sufren más
Yasnel Auscastegui vive con su esposo y cuatros hijos apiñados en uno de los pequeños cuartos improvisados. “Este año el festejo será triste, para qué vamos a decir otras palabras. Realmente nos sentimos muy tristes en las condiciones en las que estamos. No son las expectativas de los niños, pero tenemos que seguir aquí, lejos de la familia, aunque nos comunicamos con ellos allá en Venezuela, es la primera vez que no estaremos juntos.
“El Año Nuevo en Venezuela se festeja de una manera muy alegre, con juegos artificiales, las reuniones en familia, la comelona, la fiesta, pero este año será muy distinto por estas condiciones en la que estamos”.
El campamento para migrantes Clave Vallejo se comenzó a instalar hace más de un año, debido a que cerca de allí se ubica la Casa de Acogida, Formación y Empoderamiento para Mujeres y Familias Migrantes y Refugiadas. Como quienes son aceptados en el albergue no pueden permanecer de manera indefinida, optaron por instalarse junto a las vías del tren. Todos los días enfrentan la paradoja de ver pasar el ferrocarril y no poder utilizarlo para llegar a la frontera con Estados Unidos, pues para trasladarse requieren una cita con las autoridades del vecino país del norte o un permiso de las mexicanas. Durante el día, al visitar el lugar, lo que más se observa son niños, ya que los adultos deben ocuparse para obtener recursos y comprar alimentos. Algunos, los privilegiados, han conseguido estufas y otros enseres que les permiten hacer llevadera la espera. Foto Luis Castillo
Afirmó que tienen esperanza de llegar a Estados Unidos, sin importarle las amenazas de Donald Trump de expulsar a migrantes cuando tome posesión de presidente. “Tenemos fe en Dios: el manda ante cualquier hombre y circunstancia, la primera y última palabra la decide el Señor, estamos confiados en él, la meta es llegar a la frontera”.
Pero no sólo eso: recordó que durante su trayecto han sido víctimas de violencia, discriminación, amenazas, robos y extorsiones, pues la falta de estatus legal los expone a secuestros y violencia. “Transitar por México ha sido muy duro. Está lleno de peligros para los migrantes que buscamos llegar a la frontera con Estados Unidos”.
Noeli también es venezolana y señaló que este año “no la pasaremos con la familia ni haremos cena. Unas personas de una Iglesia evangélica nos invitaron a festejar. La travesía ha sido difícil, para nadie es un secreto que en la frontera con Guatemala y México te quitan dinero, vivíamos en la zozobra de que nos podían secuestrar, aunque también hubo mucha gente buena que nos apoyó”. Llegó a este refugio porque en el Centro Histórico le rentaban un cuarto en 2 mil 100 pesos que no tenía para pagar.
Saraí Martínez, de Honduras, es entrevistada en el campamento, sus hijos saltan de un colchón a otro, jugando a brincar la frontera. “La semana pasada rompieron mi refugio, mi ranchito, nos asaltaron. Me quitaron mis documentos. Muchas familias ya no queremos estar aquí en esta situación. Estamos a la deriva. Viviendo una situación muy fuerte. Hemos sufrido violencia, abusos, explotación y desesperación. Una vez en la calle, quedamos cada vez más sumidos a la pobreza, delincuencia, maltrato y abandono”.
También confía en Dios para ingresar al vecino país del norte. “Que Él le abra el corazón a Donald Trump, porque necesitamos salir de la pobreza. A nuestro país ya no podemos volver. Por mientras vivimos pidiendo dinero porque es difícil encontrar trabajo”.
Alejandro tiene 25 años y habita el refugio que se encuentra en el camellón de la Avenida 100 Metros, cerca de la Central de Autobuses del Norte. “He recorrido siete países. Lo más duro de la travesía es que todo mundo te extorsiona, pero no sólo eso, este año no habrá cena ni regalos de Reyes Magos para mis hijos porque no hay plata”. Los migrantes coincidieron en que pese a las adversidades que han vivido durante su trayecto, su meta es migrar al vecino país del norte.