En el año que termina mañana, se celebraron cuatro grandes encuentros sobre el medio ambiente y la calidad de vida de la población. Los promovió la Organización de Naciones Unidas (ONU) y en ellos participaron casi 200 países, agrupaciones sociales, grupos indígenas, campesinos y empresariales. La primera se efectuó en octubre, en Cali, Colombia, y trató sobre biodiversidad. La segunda, el mes pasado sobre el cambio climático, en Baku, Azerbaiyán, muy desaseada y que no resolvió los problemas mayores. A fines de noviembre, en Busan, Corea del Sur, para un acuerdo internacional contra la producción de los plásticos. Y la cuarta hace dos semanas, en Riad, Arabia Saudita, a fin de encontrar las formas más eficientes de frenar la creciente desertificación del planeta.
Sobre ésta última cumbre poco informaron los medios de comunicación pese a su enorme importancia. Los casi 200 países que asistieron a Riad se comprometieron a priorizar la restauración de tierras y la resiliencia a la sequía en las políticas nacionales y la cooperación internacional; reconocieron que eso es indispensable para garantizar la seguridad alimentaria y la adaptación al cambio climático.
Además, se acordó destinar más de 12 mil 150 millones de dólares para que 80 de los países más vulnerables aumenten su capacidad de enfrentar la degradación de tierras y la sequía. Pero un informe de la Convención de Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación sostiene que se necesitan mil millones de dólares diarios para combatir ambos fenómenos hasta el final de esta década, y que de no tomar ahora medidas radicales en 2100 serán 5 mil millones las personas que vivan en zonas áridas.
Otros logros fueron la creación de representaciónes especiales para los pueblos indígenas y las comunidades locales con el fin de garantizar de que sus perspectivas y los retos específicos que enfrentan estén adecuadamente presentes; la continuación de la Interfaz Ciencia-Política de la Convención a fin de reforzar la toma de decisiones basada en la ciencia y la movilización financiera del sector privado en la lucha contra la desertificación.
La urgencia de tomar medidas contra ese fenómeno y las sequías se expresa claramente en los informes recientes de la ONU en los que se muestra que este fenómeno afecta los medios de subsistencia de mil 800 millones de personas en el mundo, que residen especialmente en comunidades ya vulnerables. Además, impacta en miles de millones de dólares a tres sectores fundamentales: la agricultura, la energía y el agua.
México figura entre los países con alta vulnerabilidad en desertificación. Por eso se creó una Comisión Nacional de Zonas Áridas, que pese a todo funcionaba. La desaparecieron. Hoy, según la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) la cuarta parte del territorio nacional (51 millones de hectáreas) padece dicho proceso. A la par, 65 millones de habitantes viven en zonas áridas y más de la tercera parte en tierras con un alto grado de desertificación. Ésta es una amenaza para alrededor de 80 por ciento de los campos agrícolas.
Lo anterior, según la Semarnat, se debe especialmente a cambios de uso del suelo, a malas prácticas agrícolas como la falta de rotación de cultivos, el uso excesivo de agroquímicos y el sobrepastoreo. A la sobrexplotación de recursos naturales, destacadamente el agua y la vegetación. Y uno que cada año se hace más evidente: el aumento de las temperaturas.
Además, padecemos sequía extrema que afecta la siembra de productos básicos. La de maíz se desplomó en todo el país, a lo que se sumó la falta de apoyo oficial para ese y otros cultivos de consumo generalizado. El sexenio anterior el gobierno se olvidó de la promesa de lograr la seguridad alimentaria y fijar precios de garantía aceptables para las cosechas. El agro no fue su prioridad. Hoy dependemos más que nunca de la importación de maíz y otros cereales.
La actual administración promete alcanzar la soberanía alimentaria y atender el problema de la desertificación y la sequía. Falta conocer los mecanismos que pondrá en marcha para hacerlos realidad. Sería imperdonable fallar de nuevo, pues afectaría gravemente a la población y nos haría más dependientes de los mercados externos en maíz, frijol y otros productos de consumo generalizado.