El pasado 21 de diciembre, los habitantes del país africano Burkina Faso celebraron el 75 aniversario del natalicio de Thomas Sankara. En sus más icónicas imágenes, Sankara luce una boina roja y uniforme militar. Conocido como el Che Guevara de África, su trayectoria inicial quizás se asemeje más a la de Hugo Chávez. De joven ingresó a las filas militares accediendo así a una beca sin la cual difícilmente hubiera podido estudiar. Irónicamente, fue en el ejército donde se concientizó con profesores civiles que daban cursos de ciencias sociales y organizaban grupos fuera del aula para discutir el imperialismo, neocolonialismo y los movimientos africanos de liberación.
En 1983, ya como capitán y con escasos 33 años de edad, lideró un golpe de Estado. En el poder, implementó una reforma agraria, una campaña de vacunación y una de alfabetización que incrementó el porcentaje de la población que sabía leer y escribir de 13 a 73 por ciento. Designó a mujeres a altos puestos de gobierno enfatizando también su derecho a tener licencia de maternidad y a educación, declarando que no podía haber una revolución social sin la liberación de la mujer. Nacionalizó la industria, expandió las vías férreas, rompió con el Banco Mundial y el FMI y logró importantes avances en la autosuficiencia alimenticia. El panafricano y marxista, declaró que los pueblos de su continente debían atreverse a inventar su propio futuro.
En 1984, Sankara visitó Cuba donde se le otorgó la medalla José Martí. En su discurso declaró: “Que José Martí me escuche. Que esta medalla me guíe y guíe a mis compañeros para hacer triunfar la revolución al servicio de los pueblos que declaman su felicidad”. Los lazos con la isla se harían sentir aún más cuando Fidel Castro ofreció becas a 600 niños de Burkina Faso. Huérfanos de padre, de madre o los dos, los pequeños tenían entre 10 y 14 años cuando llegaron a la Isla de la Juventud donde se localizaba su nueva escuela, en la cual, además de estudiar, cultivaban la tierra y practicaban deporte. En su segundo viaje a Cuba, en 1986, Sankara los visitaría recordándoles que estaba contando con ellos para apoyar su revolución, para que sus ideales perduraran.
Un año después Sankara sería asesinado en una operación organizada por su antiguo camarada Blaise Compaoré quien tomaría las riendas del poder y no las soltaría por 27 años. Compaoré revirtió las reformas de Sankara, reestableció vínculos con la antigua colonia de Francia e implementó el paquete de ajustes económicos demandado por el FMI. Las políticas que antes privilegiaban a los pobres se revirtieron para enriquecer a las élites.
Para los jóvenes burkineses estudiando en Cuba, la muerte de Sankara fue desoladora. “Fue el día más triste de mi vida”, relata uno de ellos décadas después, “yo nunca conocí a mi propio padre, y (Sankara) veía un futuro que dependía de la parte que jugaríamos nosotros”. Con lágrimas en los ojos, otra alumna cuenta, “No podíamos comer, ni en la mañana ni en la noche. Nadie comió nada, por tres días, estábamos tan desalentados”.
Éstas y otras experiencias son narradas en el documental Los huérfanos de Sankara, dirigida por Géraldine Berger (Icarus Films, 2022). El asesinato de Sankara impuso un futuro incierto a estos jóvenes. “Los vínculos se cortaron,” narra una de ellas, “ni las cartas llegaban. No hubo comunicación por 2 años”. Además, al gobierno de Compaoré, temeroso de su concientización en la isla, no le interesaba que regresaran. Cuando lo hicieron, recuerdan, “No nos dejaron reunirnos, nos repartieron en diferentes provincias[…]. Blaise no quería que estuviéramos juntos y planeáramos algún movimiento”.
Fidel ofreció que 60 de los alumnos más aplicados permanecieran para estudiar la universidad en Cuba. Se quedaron a vivir con familias cubanas con quienes desarrollaron fuertes lazos afectivos. “Me dieron mucho”, narra uno de ellos, “pero lo más importante fue el afecto que me dio esta familia”. Otra alumna recuerda que, al terminar sus estudios y decirle a su mamá adoptiva que regresaría a Burkina Faso, ésta se echó a llorar; le imploró que se quedara. Conmovida pero determinada, la joven respondió, “El presidente nos mandó con una misión y voy a regresar a servir a mi país”.
En 2014, tras una rebelión popular, Compaoré tuvo que abandonar el país. Ibrahim Traoré, actual presidente de Burkina Faso, cuyo carisma, boina roja, carrera militar y el hecho de que ascendió al poder en un golpe militar a los 34 años, no puede más que evocar a Sankara. Más aún, Traoré ha prometido seguir su ejemplo proponiendo la refundación del país, expulsando a soldados franceses, y promoviendo la unidad de los países de la región del Sahel –Burkina Faso, Guinea, Mali y Níger– en su lucha en contra del dominio francés y estadunidense de África.
Los huérfanos de Sankara muestra las actuales labores de varios de los estudiantes burkineses formados en Cuba, entre ellos, una doctora especialista en cirugía endoscópica que se encuentra formando futuras generaciones. “Sé que no estoy cumpliendo con toda la misión que me otorgó Thomas Sankara porque después de lo que hice en Cuba –dice– quisiera poder dar atención médica gratuita en mejores condiciones que aquí no tengo. Mi misión era dar atención gratuita”.
Esa atención empieza a llegar ahora con médicos cubanos que laboran en distintas áreas del país. Los lazos entre Burkina Faso y Cuba se fortalecen una vez más. Los burkineses que estudiaron en Cuba ya no son huérfanos. Son, como se declara en un encuentro entre ellos y los médicos cubanos allí presentes, “Hijos de Sankara, hijos de Fidel Castro, e hijos de la revolución cubana”.
*Profesora-investigadora del Instituto Tecnológico de Massachusetts. Autora del libro Lecciones inesperadas de la revolución: Una historia de las normales rurales (La Cigarra, 2023).