Esa temporada navideña quedó atesorada en la memoria y el corazón de Truman Capote. Cuando en 1956 escribió la evocación de los días infantiles de Navidad en Monroeville, Alabama, ya era un reconocido escritor y celebridad en los medios culturales neoyorquinos. Faltaba una década para que publicara la novela que lo hizo famoso mundialmente: A sangre fría.
Hasta casi los seis años Truman vivió alternadamente en distintos lugares con su madre y los familiares en Monroeville, quienes, el verano de 1930, se hicieron cargo del niño. Capote desarrolló una relación especial con Nanny Rumbley Faulk, apodada Sook, y que por la edad podría haber sido su abuela. En A Christmas Memory, de 1956, Truman la identifica como a very distant cousin, una prima distante, y así dice la traducción castellana publicada por Editorial Anagrama. Otra posibilidad de traducción sería llamarla tía segunda, pero, en todo caso, lo importante son las características de Sook que dejó fijadas Truman Capote en Un recuerdo navideño.
Truman tenía siete años y Sook “sesenta y tantos”, de pelo blanco trasquilado, usaba tenis y un “amorfo jersey gris sobre un vestido veraniego de calicó”. Era corta de estatura y vivaz, “como una gallina bantam”, desde su juventud, debido a una enfermedad, tenía “los hombros terriblemente encorvados”. Gerald Clarke, el mayor biógrafo de Capote, señala que el hermano y las dos hermanas de Sook, al igual que otros en el pueblo, la tenían por muy infantil y “la consideraban un poco retrasada”.
La familia era bautista, mientras que la familia de la casa colindante, la de Nelle Harper Lee, la futura escritora de Matar a un ruiseñor, era metodista. Cuando se conocieron Truman tenía casi siete años y Harper uno menos. Sook, recordaba Capote, nunca había ido al cine “ni tenía intención de hacerlo”, prefería que el infante, a quien llamaba Buddy, le contara las películas. Tampoco había “comido en ningún restaurante, viajado a más de cinco kilómetros de casa, recibido o enviado telegramas, leído nada que no sean tiras cómicas y la Biblia, usado cosméticos, pronunciado palabrotas, deseado mal alguno a nadie, mentido a conciencia, dejado que ningún perro pasara hambre”.
Un recuerdo navideño inicia invitando a los lectore(a)s a imaginar una mañana “de finales de noviembre”. Sook le dice, emocionada, que comienza la temporada de las tartas/pasteles de frutas. Así, para ella, quedaba inaugurado el tiempo de Navidad. La meta consistía en cocinar 30 tartas y obsequiarlas. El problema para cumplir el objetivo era comprar los ingredientes para elaborar los pasteles. De manera vívida Truman narra las vicisitudes que Sook y él debían sortear para adquirir cada componente de los clásicos fruitcakes.
Además de la preparación culinaria, la otra actividad a la que Truman y su amiga dedicaban mucho tiempo y magros ingresos consistía en la elaboración de los regalos que se darían el uno a la otra y viceversa. Ella confeccionó una cometa “muy bonita, azul y salpicada de estrellitas verdes y doradas de Buena Conducta, es más, lleva mi nombre, Buddy”. La desigual pareja de amigos, por la gran diferencia de edad, pero de entrañable cercanía por el cariño mutuo que se tenían, decide aprovechar que hay buen viento y sale a echar a volar las cometas. Fue la última vez que Sook y Buddy celebraron la Navidad juntos, porque él sería llevado por su madre, no para vivir con ella, sino para ingresarlo en una academia militar.
Sook seguiría cocinando las tartas de frutas cada Navidad, y le enviaba la mejor en cada ocasión a Truman. Él ya no la vio más, pero en Un recuerdo navideño evocaría lo intensamente vivido “más de 20 años” atrás. La pieza literaria fue publicada en 1956. En el párrafo final de la narración, Buddy recrea el efecto que tuvo en él saber de la muerte de Sook, entonces tenía 32 años: “El mensaje que lo cuenta no hace más que confirmar una noticia que cierta vena secreta ya había recibido, amputándome una insustituible parte de mí mismo, dejándola suelta como una cometa cuyo cordel se ha roto.
Por eso, cuando cruzo el césped del colegio en esta mañana de diciembre, no dejo de escrutar el cielo. Como si esperase ver, a manera de un par de corazones, dos cometas perdidas que suben corriendo hacia el cielo”. Truman Capote murió el 25 de agosto de 1984, en Los Ángeles, California, a donde llegó dos días antes.
Como en otros viajes, llevaba la cobija que tenía desde bebé y Sook había tejido para él. Su deceso tuvo lugar en casa de su amiga Joanne Carson. Ella estuvo en los momentos finales de Capote, sus últimas palabras fueron “soy yo, soy Buddy. Tengo frío”. Buddy era el apodo que le puso Sook a Truman, como lo mencioné antes.
Un recuerdo navideño estaba en la lista de cuentos favoritos de Julio Cortázar, junto con otros porque, a juicio del escritor, sus autores lograban “ese clima propio de todo gran cuento, que obliga a seguir leyendo, que atrapa la atención, que aísla al lector de todo lo que lo rodea para después, terminado el cuento, volver a conectarlo con su circunstancia de una manera nueva, enriquecida, más honda y más hermosa”. ¿Cómo no evocar, y agradecer, al leer Un recuerdo navideño, a quienes, como Sook a Truman, nos tejieron cobijas para protegernos del cruento frío del desamor y la soledad?