Para entender el movimiento universitario de 1968 en México es necesario considerar los acontecimientos políticos, culturales y sociales, las protestas y revueltas que se vivieron durante esa década alrededor del mundo, particularmente el autoritarismo creciente en América Latina, que buscaba erradicar toda manifestación con aires de libertad de tufo comunista.
El militarismo desplegado como mecanismo determinante en la injerencia extranjera, el auge de la guerra fría, la guerra de Vietnam y todas las manifestaciones de rechazo, pero también, las protestas estudiantiles como el mayo francés y la lucha por la reforma universitaria de Chile, entre otras. En este contexto, aunque el estudio de este fenómeno se ha enfocado históricamente en los sucesos ocurridos en la Ciudad de México, donde además de los estudiantes de la UNAM y el Politécnico, participaron amas de casa, profesionistas, intelectuales y obreros; lo cierto es que profesores y estudiantes de las escuelas normales, particularmente de las rurales, también tuvieron un protagonismo destacado, tal como lo ha documentado Marcelo Hernández Santos en Tiempos de reforma.
El involucramiento y posicionamiento de los normalistas rurales adquiere sentido en tanto que identificamos el activismo que venían desarrollando desde los meses anteriores como resultado de la falta de atención de sus propias demandas.
Al acercarnos a la dinámica de esos meses en algunas normales rurales, encontramos que mientras las de Saucillo y Salaices, de Chihuahua, comenzaban enero de 1968 con carencia de maestros, almacenista, tres lavanderas y trabajadores para el campo –según lo señalado por José Santos Valdés–, en la similar de Cañada Honda, Aguascalientes, sería desde los últimos días de febrero cuando la Sociedad de Alumnas “Amalia Solórzano de Cárdenas”, había comenzado una huelga con el propósito de exigir la atención del gobierno en la solución de demandas históricamente desatendidas, como la alimentación, la creación y equipamiento de espacios para su preparación o la falta de personal adecuado para su formación como maestras rurales.
De acuerdo con un comunicado de la sociedad de alumnas a la dirección de esa escuela, la falta de atención de sus demandas era prueba contundente del interés de las autoridades de que “el estudiantado rural tenga una incompleta preparación, negando los medios necesarios que se requieren para la superación de éste y del pueblo mismo”.
Una superación que “no terminará hasta que sus problemas sean resueltos favorablemente”, sentenciaban. Aunque para llegar a esta situación habían pasado por paros escalonados, de los que se hacía del conocimiento de las autoridades junto con la entrega de un pliego de peticiones, como sucedió durante los días 16, 18 y 22 de febrero de 1968, lo cierto es que por toda respuesta las autoridades se valieron de una de las estrategias más socorridas en esos años: exhibir a las estudiantes ante la sociedad señalándolas de intransigentes.
Esto motivó el involucramiento de los padres de familia, lo que parece haber influido para que el conflicto finalmente se resolviera el 10 de marzo con promesas de mejora en las condiciones del internado. Meses después, al considerar que no habían sido respetados los compromisos de la autoridad educativa, las estudiantes de Cañada Honda convocaron a nuevos paros de actividades aunque, en este caso, además de presentar sus propias demandas, también manifestaban su solidaridad con los estudiantes de la Ciudad de México por los sucesos del 22 y 23 de julio, luego de la persecución de granaderos a estudiantes de las vocacionales 2 y 5 del Instituto Politécnico Nacional.
Una situación que dio lugar a la alianza IPNUNAM que lo convirtió en un movimiento estudiantil que lucharía por la autonomía universitaria y un pliego petitorio que incluía la libertad de todos los presos políticos, destitución de jefes policiacos y desaparición del cuerpo de granaderos. Meses antes y aún después de la noche más triste de Tlatelolco, los estudiantes campesinos realizaron actividades para condenar públicamente las agresiones del gobierno y mostrar su solidaridad con el movimiento universitario.
Tras los sucesos de julio, las estudiantes de Cañada Honda habían realizado una importante labor de difusión entre la población aguascalentense; por otro lado, de acuerdo con información de un diario local, el 3 de octubre se había reunido un grupo de estudiantes que no llegaban a 200 en un mitin de información a la población y de exigencia a las autoridades del esclarecimiento de los atroces sucesos.
El grupo en cuestión estaba integrado por estudiantes de La Huerta, Michoacán, algunos de la similar de San Marcos, Zacatecas, así como las propias alumnas de Cañada Honda. La manifestación estudiantil se realizó con un recorrido por algunas calles del centro de la ciudad donde profirieron consignas como “¡prensa vendida, prensa vendida!” “¡Libros sí, bayonetas no!” Esta actividad concluyó con un mitin en donde, además de haber entonado el Himno Nacional, los oradores refrendaron su apoyo al movimiento universitario y denunciaron la falta de cumplimiento de las autoridades locales a sus demandas.
Con estos elementos, además de reconocer el protagonismo de las escuelas normales rurales en momentos coyunturales, podemos afirmar que, desde la subalternidad, los estudiantes de estas escuelas continúan formándose según la descripción asentada en Surco, un diario morelense en noviembre de 1937, con una ideología justiciera y con la conciencia de su noble misión.
* Profesor-investigador. Escuela normal rural Justo Sierra Méndez, Cañada Honda, Aguascalientes, México. [email protected]