Son malas noticias, pero el desenlace del pleito estaba cantado. Estados Unidos derrotó al gobierno mexicano en el panel sobre maíz transgénico en el T-MEC. Nuestro país tiene 45 días para modificar su política sobre el tema. Ya no podrá impedir el uso del grano genéticamente modificado de su socio comercial en la elaboración de alimentos.
No es un hecho secundario. La presencia de transgénicos en maíz de consumo humano en México es un hecho: al menos la cuarta parte de granos, semillas y harinas tienen presencia del transgen.
Desde hace décadas, organizaciones de agricultores y políticos estadunidenses aseguran que los granjeros de esa nación alimentan el mundo. Lo mismo afirman consorcios agroindustriales. Monsanto, por ejemplo, advierte que hacerlo es un imperativo moral. Y en un folleto publicitario del monopolio Cargill se anuncia como “Somos el maíz de sus tortillas”.
Para Washington, la comida es una poderosa arma política. Sus programas de ayuda alimentaria internacional, implementados a lo largo de 67 años, le permiten apoyar a sus aliados en otras naciones, neutralizar la influencia de enemigos extranjeros, abrir nuevos mercados, pactar con otros socios comerciales y dar salida a la sobreproducción de sus variados productos agropecuarios.
Desde los intereses de nuestros vecinos del norte, el maíz es un cultivo estratégico. Ellos son los mayores productores del grano en el orbe. Según el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA, por sus siglas en inglés), la cosecha en el ciclo 2024-2025 alcanzará 385.7 millones de toneladas, que aproximadamente equivale a la tercera parte de la producción del cereal en el planeta. En el ciclo 2023-24, esa nación exportó alrededor de 59 millones de toneladas, más o menos la cuarta parte de las ventas al exterior totales del grano a nivel mundial.
Para lograr esa supremacía, más allá de sus ventajas productivas, el gobierno proporciona a los productores maiceros y grandes empresas agroindustriales subvenciones millonarias. Y, mediante los programas de garantías de créditos a la exportación, ofrece tasas de interés y condiciones de acceso a los préstamos más favorables que las que otorga el mercado. El maíz es el producto agrícola al que más subsidios otorgan: en 2019 obtuvo 2 mil 200 millones de dólares.
Las importaciones mexicanas del grano estadunidense alcanzaron este año un nivel récord: 24.5 millones de toneladas, el mayor volumen anual enviado por esa nación a un solo destino y alrededor de 40 por ciento de sus exportaciones totales del cereal. En 2023, esas ventas alcanzaron la friolera de 5 mil 386 millones de dólares.
Durante medio siglo, Estados Unidos fue una vigorosa potencia alimentaria, con un superávit comercial agrícola sostenido. Sin embargo, esa tendencia comenzó a modificarse en 2019, cuando importó más de lo que exportó. Entre ese año y 2024 el deterioro creció. En 2023, el saldo negativo fue de 17 mil millones de dólares y en 2024 probablemente alcance 31 mil millones.
La llegada de Donald Trump a la presidencia, su proyecto de relocalizar la base productiva dentro de Estados Unidos, sus amenazas de poner aranceles a diestra y siniestra, la aprobación de una ley de comercio recíproco para priorizar a los productores estadunidenses sobre los suministros extranjeros, la promesa de deportar 20 millones de indocumentados (muchos trabajadores agrícolas), la renegociación del T-MEC, la anunciada desregulación de la industria agrícola y la probable guerra comercial con China (el mayor importador de materias primas en el mundo) tendrá consecuencias en el comercio mundial de comida y del maíz, en lo particular.
En los hechos, el gigante asiático tomó ya medidas preventivas ante la tormenta que se anuncia. Después de que entre 2021 y 2022 China incrementó significativamente sus compras de maíz a Estados Unidos, adquiriendo entre 17 y 18 millones de toneladas anuales, en 2023 disminuyó drásticamente sus adquisiciones a 5.6 millones de toneladas. Más aún, entre enero y mayo de 2024 la tendencia siguió a la baja: adquirió con nuestro vecino sólo un millón 82 mil toneladas, una disminución de 77 por ciento en comparación con las reportadas en el mismo periodo del año pasado
En años recientes, el país asiático ha cubierto sus necesidades del cereal aumentando sus propias cosechas. En 2023 su producción alcanzó un récord: más de 288 millones toneladas. También, en ese año, compró a Brasil 8 millones 790 mil toneladas, convirtiéndose así en el principal abastecedor del grano del gigante asiático. De hecho, el incremento de la producción y exportaciones brasileñas se han convertido en una verdadera amenaza para el Tío Sam.
En síntesis: la comida es un arma política de Estados Unidos. Su balanza agropecuaria es cada vez más deficitaria. Es el más importante productor, consumidor y exportador de maíz en el mundo, con los cariocas pisándoles los talones. El cereal es columna vertebral de su cadena agrícola-industrial. Exporta entre 10 y 20 por ciento de sus cosechas. Este ciclo incrementará su producción. Los grandes consorcios alimentarios tienen un importante poder político en esa nación. Las asociaciones de maiceros poseen una significativa capacidad de cabildeo. China ha incrementado su producción interna y Brasil es ya su principal proveedor externo. Una nada improbable nueva guerra de tarifas hará que las compras del cereal a los estadunidenses por parte del gigante asiático disminuyan aún más. México importa cada vez más cereal de su vecino.
Todos estos elementos juntos anuncian que, por ningún motivo, la administración de Trump permitirá que se cierre o restrinja el acceso de maíz gringo (abrumadoramente transgénico) a los mercados mexicanos. No se puede dar el lujo de perder ese negocio. Eso se verá reflejado en la renegociación del T-MEC. Así que, la suma de las presiones para que su cereal se venda sin obstáculos en territorio nacional, junto a la migración indocumentada, la venta fentanilo y la relocalización de ciertas industrias en Estados Unidos anticipan tiempos borrascosos y un cambio drástico en la relación binacional. Las cartas están marcadas.
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