Eran los primeros años de la década de los 50 del siglo pasado, cuando llegó a mis manos el diario Novedades que, junto con el periódico Atisbos, eran puntualmente entregados en mi casa a nombre de mi madre, sin que jamás nos hayamos enterado quiénes eran el, los, la, las, autores de ese anónimo y gratísimo presente cotidiano que nos proveía de lo que más falta nos hacía en mi pueblo: información de cuanto sucedía o se pensaba, a partir de los 80 kilómetros que separan a Saltillo de Monterrey, para nosotros, el Coloso del Norte.
Atisbos ha sido el mejor medio de comunicación de la derecha mexicana que he conocido, incluyendo a La Nación órgano oficial del Partido Acción Nacional, publicación que en su desempeño profesional ha tenido épocas en verdad de primera. La diferencia es que la mayoría de los dirigentes de esos tiempos no sólo sabían leer sino también escribir. Ellos eran profesionistas de primera y no corredores de bienes raíces. En esos tiempos comencé a conocer qué era el fascismo y sus grandes atractivos para la juventud. (Ojalá que alguien en el país nuestro esté estudiando ese fenómeno ahora que todavía es tiempo). Por otra parte, tenía en mis manos un periódico atractivo, variado y, sobre todo, que presentaba el mundo de los sueños imposibles: los autos, las mansiones, los viajes y los vestuarios, o sea el país de las utopías.
Por ese camino llegué a la mía: en la portada de la sección de espectáculos aparecía una indescriptible joven vestida con un extraño traje de baño cubierto de lentejuelas, como yo no había visto jamás. (Luego supe que se llaman payasitos y que no eran para nadar sino para bailar). Me pasmé y devoré el texto, que sólo al final daba el nombre de este portento: Silvia Pinal. Aquí se decidió mi dilema de este momento, estudiar en Saltillo o correr los riesgos infinitos de viajar al DF. Quiero aclarar que Saltillo es territorio de mujeres hermosas, pero el glamour cuenta hasta con los adolescentes. Excuso decir que cada vez que la señora debutaba en teatro o estrenaba una película yo estaba en primeras filas a cambio de tener que disminuir mi munición de boca (comida diaria) durante una semana.
Pasaron años y yo fui designado director general de una productora cinematográfica del Estado, llamada Conacite. Un mediodía estaba leyendo un libreto en mi oficina, cuando Marcela, mi secretaria, abrió abruptamente la puerta y con sorpresa dijo: afuera lo busca una señora que es bien importante, es doña Silvia Pinal
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Ustedes comprenderán que gastaría toda una columneta en describir mi estado anímico con tan inesperada noticia. Sal y dile, Marcelita, que en unos minutos termino una llamada de larga distancia y estaré con ella
. La pura verdad es que no aguanté un minuto sin que tocara el timbre y Marcela introdujera a la señora Pinal, quien, en exagerado gesto de sencillez, me extendió la mano y dijo: soy Silvia Pinal. Así comenzó una gratísima amistad que desgraciadamente no tuvo un final feliz. De esta penosa situación les platicaré otro día.
Por ahora les expongo la idea que se me había ocurrido en esos momentos sobre el levantamiento en Nicaragua y que ahora con Silvia enfrente cobraba grandes posibilidades de convertirse en una realidad y al tiempo, en un hit periodístico sin precedente alguno. Silvia, convertida en corresponsal de guerra, entrevistaría al presidente Anastasio Somoza quien, si resultaba triunfador, seguramente obtendría especial reconocimiento de quienes confiaron en el apoyo que tenía dentro de su pueblo, pero, si triunfaba el Ejército Sandinista, tendríamos las últimas palabras del dictador derrotado, que sería un testimonio valiosísimo para entender a otros especímenes que infortunadamente aún existen, o van a comenzar a ejercer en los primeros días del 2025. Más concretamente, el 20 del aciago mes de enero.
Por favor esperen el próximo lunes y vean la verdad del dicho que sostiene que del plato a la boca a veces se cae la sopa
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